En una de las escenas más memorables de la película "Her", de Spike Jonze, Theodore Twombly -interpretado por Joaquin Phoenix- se recuesta en la penumbra de su departamento, los auriculares puestos, hablando con la voz sedosa de Samantha, el sistema operativo que poco a poco se ha convertido en su todo. Afuera, la ciudad futurista respira con luces cálidas y soledad digital; adentro, él sonríe, gime, se confiesa. No hay cuerpo, no hay piel, sólo un circuito de deseo que viaja entre respiraciones y bytes. La voz de Scarlett Johansson, cargada de humanidad sintética, lo acompaña hasta el clímax y, por un instante, el espectador también olvida que no hay nadie del otro lado. Esa frontera -entre lo real y lo programado, entre el amor y el algoritmo- es la misma que OpenAI está a punto de cruzar.
En diciembre, OpenAI habilitará algo que hace apenas un año habría parecido impensable: permitirá contenido erótico en ChatGPT para usuarios adultos verificados. Con una actualización que Sam Altman, CEO de la empresa, describe como parte del principio de "tratar a los adultos como adultos", la compañía que popularizó la inteligencia artificial conversacional entra de lleno en un territorio que combina tecnología, deseo y negocio.
Lo que podría sonar como una simple ampliación de políticas de uso es, en realidad, un paso decisivo hacia un nuevo paradigma: la intimidad digital asistida por inteligencia artificial. Si hasta ahora ChatGPT había sido una herramienta para el trabajo, la educación o el entretenimiento, pronto podría convertirse en algo más íntimo: un confidente, un compañero sentimental o, incluso, un amante digital.
El anuncio de Altman, realizado en redes sociales en octubre, confirma lo que muchos observadores del sector tecnológico ya sospechaban. La compañía, que durante años restringió estrictamente el contenido sexual, permitirá la creación de erotismo conversacional dentro de la aplicación. Según el propio Altman, no se trata de "maximizar el uso", sino de ofrecer "más libertad a los adultos", en un intento por desmarcarse del rol de "policía moral del mundo".
El giro de OpenAI marca un cambio de tono en una industria donde la competencia es feroz. Apenas semanas antes, xAI, la empresa de Elon Musk, había lanzado versiones "explícitas" de su chatbot Grok, presentadas como "compañeros sexuales digitales". Altman ironizó en una entrevista que OpenAI no había lanzado un "sexbot avatar", pero la nueva actualización parece acercarse, poco a poco, a esa frontera.
Del "Her"a la realidad de 2025
En 2013, "Her" presentaba a un hombre que se enamoraba de un sistema operativo dotado de voz y personalidad propia. En su momento, parecía una fábula melancólica sobre el aislamiento contemporáneo. Hoy, doce años después, esa ficción empieza a parecer una predicción.
Ya existen miles de personas que mantienen vínculos afectivos con chatbots, desde aplicaciones como Replika hasta plataformas de roleplay basadas en modelos de lenguaje. Un estudio reciente del Centre for Democracy and Technology (CDT) en Estados Unidos reveló que uno de cada cinco estudiantes conoce a alguien que ha tenido una "relación romántica con una IA".
La diferencia es que ahora esta dinámica no se dará en los márgenes de internet, sino dentro de una de las plataformas más influyentes del planeta. ChatGPT, con más de 200 millones de usuarios activos, se convierte en el mayor laboratorio emocional de la historia digital. Y lo hace con una promesa seductora: ofrecer compañía, atención y deseo personalizado a escala global.
El componente económico es ineludible. El erotismo podría convertirse en una nueva fuente de ingresos para OpenAI. La compañía, cuya rentabilidad aún es limitada, necesita mantener el crecimiento vertiginoso que acompañó el lanzamiento de ChatGPT.
OpenAI no ha confirmado si el erotismo incluirá sólo texto o también imágenes generadas por IA o voces sintéticas. Si se extiende a los dos últimos, el debate se volverá aún más delicado: la línea entre erotismo consensuado y deepfakes no deseados es difusa y, en muchos casos, peligrosa, especialmente para mujeres y minorías.
La IA, entre el deseo y la ética
La historia de la tecnología está llena de momentos en que el sexo impulsó innovaciones: desde el VHS hasta la realidad virtual. Lo que cambia con la inteligencia artificial es la interactividad emocional.
A diferencia de una película o un videojuego, ChatGPT no sólo muestra o simula: responde, escucha y adapta su tono a cada usuario. Esa capacidad conversacional genera una ilusión de reciprocidad que puede ser tan poderosa como engañosa, porque la IA no es un humano, no tiene empatía.
Esa distinción será crucial en los próximos años, especialmente cuando la privacidad se convierta en la moneda más vulnerable del erotismo digital. Si las conversaciones íntimas con un chatbot se filtran o hackean, las consecuencias podrían ser devastadoras: desde chantajes hasta exposición pública de orientaciones o fetiches personales.
La apertura de OpenAI también ha encendido alarmas en el plano legal. En Estados Unidos, abogados especializados en tecnología advierten que la compañía deberá demostrar que puede impedir el acceso de menores a las funciones eróticas.
En paralelo, el debate sobre los límites éticos de los "compañeros artificiales" se intensifica. El gobernador de California, Gavin Newsom, vetó en octubre una ley que habría prohibido los chatbots para menores, argumentando que era "imperativo enseñar a los adolescentes a interactuar de forma segura con la IA".
La Federal Trade Commission (FTC) ya investiga cómo interactúan estos sistemas con menores de edad, y en el Senado estadounidense se estudian proyectos para permitir que los usuarios demanden a las empresas de IA por daños emocionales o de privacidad.
Pero el problema, dicen los expertos, no es sólo legal: es existencial. En una cultura donde la soledad crece y la conexión humana se digitaliza, la promesa de una IA que "te entiende" es más poderosa que cualquier regulación.
¿Liberación o ilusión?
Para algunos defensores, los "sexbots" o chatbots eróticos pueden ser una herramienta de exploración sexual sin riesgo físico ni emocional, un espacio para experimentar fantasías o identidades marginadas. Pero los expertos recomiendan no depositar confianza emocional o sexual en una entidad algorítmica puede generar confusión afectiva y dependencia psicológica.
La llegada del erotismo a ChatGPT es un espejo sobre la forma en que deseamos y nos relacionamos en la era digital. La posibilidad de hablar con una máquina que responde con ternura, inteligencia o picardía apunta a una necesidad humana básica: sentirnos vistos, escuchados, deseados.
Tal vez por eso el anuncio de OpenAI no sorprende, sino que incomoda. Porque detrás del marketing de "libertad para adultos" se asoma una pregunta mucho más profunda: ¿qué pasa cuando el deseo se convierte en dato y la intimidad en producto?
Al final, puede que la promesa de una amante digital no sea tanto sobre sexo, sino sobre soledad. Una nueva versión del "Her" de nuestra época: un algoritmo que, con la voz perfecta y las palabras exactas, nos dice lo que más ansiamos oír.
Y aunque todos sabemos que no es real, quizás -como en la película- eso ya no importe tanto. O al menos finjamos que ya no importa, para que la epidemia de soledad del siglo XXI sea un poco más leve.