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Quito es el resultado una serie de malas administraciones, cuyos funcionarios no tenían ni formación ni capacidad administrativa, que no tuvieron liderazgo, que tomaron malas decisiones

26 Julio de 2021 08.53

Frontalmente admito: soy una quiteña resentida. 

Resiento que ya no puedo decir con orgullo que Quito es la ciudad más linda y más moderna del Ecuador.  Muchos años si lo hacía, pero ya no; y como muchos quiteños, más bien siento que la ciudad se encuentra en un estado de terrible abandono, que ha perdido su posición y su prestigio y que evidencia un franco deterioro en su estructura, su organización y en la calidad de vida que ofrece a sus ciudadanos. 
Me enoja que las calles están destrozadas y los parques descuidados. Me duele ver a la ciudad sucia, caótica y tomada por la informalidad. Repudio que vivo con una sensación de constante peligro y no acepto sentir miedo cada vez que salgo a la calle y alguien me acosa en un semáforo.  No estoy de acuerdo con las múltiples restricciones, sanciones y multas que ni resuelven problemas ni se justifica su aplicación.  Condeno que un grupo de políticos sin la formación necesaria, sin cariño por Quito y llenos de obligaciones e intereses, en apenas una década, han destruido a la ciudad. 

En pocos años pasamos de ser una ciudad conocida por sus iglesias impresionantes, por sus plazas, por sus conventos, por sus callecitas, por sus paisajes maravillosos y sus montañas, por sus mitos, sus historias, sus costumbres y sus particularidades, a la ciudad sucia y peligrosa, llena de informales, ilegales e indigentes, con un tráfico intolerable, saturada de limitaciones y prohibiciones, sin personalidad, sin alegría y sin vida nocturna que tenemos hoy.  ¿Cómo  pasamos de Patrimonio a Pandemonio? 

La respuesta es simple: Quito es el resultado una serie de malas administraciones, cuyos funcionarios no tenían ni formación ni capacidad administrativa, que no tuvieron liderazgo, que tomaron malas decisiones, que priorizaron intereses personales o banderas políticas, que no lograron trabajar ni con el Concejo ni con el sector privado, que buscaron polarizar, y quienes en conjunto hicieron de la ciudad un Frankenstein. A saber: el Dr. Barrera, médico de profesión que inyectó la política partidista dentro del Municipio e implantó un modelo administrativo, copiado del gobierno central, que sólo funciona cuando hay bonanza y que se caracterizó por ser ineficaz y lleno de discrecionalidad. Seguidamente, Mauricio Rodas, joven inexperto que fue electo más como un rechazo al continuismo de Augusto Barrera que por méritos o experiencia, y que decidió jugar el juego de manejar un Concejo en contra y no el de buscar un frente común que permitiera darle operatividad a la ciudad. En su afán de contratar la construcción del Metro, como su proyecto emblemático, descuidó los problemas de la ciudad.  Finalmente, el Dr. Yunda, otro médico, radiodifusor y comunicador que llegó a la alcaldía con apenas el 21% del electorado y que desde un principio polarizó, peligrosamente e irresponsablemente, con un discurso de división en la ciudad: habló de dos Quitos- el del norte y el del sur, cuando Quito solo hay uno. Su gestión empezó con una activa acción de repavimentación, que se evaporó rápidamente, y que fue oscurecida por una serie de actos de corrupción y nepotismo. 

Todo esto ante la vista y paciencia de una población que se ha desconectado del quehacer público.  Históricamente Quito tuvo una ciudadanía involucrada, que participaba y monitoreaba lo que pasaba en la ciudad.  Sin embargo, en los últimos años, ese interés y esa conexión se han perdido y los referentes económicos, culturales, urbanísticos y académicos pasaron a un estado de letargo, dando espacio al populismo y permitiendo que la inoperancia y la corrupción se instauren. 

Pero más allá de hacer un diagnóstico de las causas, lo necesario es proponer un plan urgente de los aspectos fundamentales que contribuyan al rescate de la ciudad. Hoy no es momento para fricciones y confrontaciones; es momento de aunar esfuerzos y actuar por la ciudad. 

La reciente remoción del ex alcalde Jorge Yunda evidenció un Municipio desbordado, sin orden, sin controles, y sin credibilidad. Por tanto, lo primero es exigir que el nuevo alcalde empiece su gobierno con absoluta transparencia.  La ciudadanía merece una auditoria completa de la institución y una rendición de cuentas sobre los resultados.  Sin transparencia no habrá gobernabilidad. 

Segundo, las autoridades deben fomentar la reactivación económica.  Para esto deben eliminar las restricciones de funcionamiento, de movilidad y de aforos.  Las restricciones sólo causan más crisis.  En la medida que las condiciones sean propicias, el sector privado hará su parte y será un actor relevante en la recuperación.  Es innegable que la inversión, la generación de empleo, la productividad y la contribución impositiva serán fundamentales para la reanimación de la ciudad.   

Tercero, se debe tercerizar el Metro de manera inmediata. Está claro que la operación del Metro es compleja y que supera las capacidades técnicas del Municipio.  Se debe concesionar la operación a un tercero con experiencia en proyectos semejantes y con la capacidad técnica y operativa necesarias.  Una vez que el Metro entre en funcionamiento, los problemas de tráfico y transporte deberán evaluarse con las nuevas condiciones. 

Cuarto, hay que revisar el modelo de gestión municipal. Con aproximadamente 22,000 empleados, el Municipio de Quito, que tiene el mayor número de empresas públicas de país, está descontrolado. La organización es ineficiente, muchos de los trámites y cobros no tienen justificación, los tiempos son demorados y permiten discrecionalidad.  El Municipio requiere una reingeniería urgente. 

Finalmente, sobre el arreglo de calles, limpieza de la ciudad, manejo de los informales y todos los otros aspectos que implican administrar la ciudad, sugiero que deben hacerse bajo una supervisión ciudadana y en alianza con el sector privado.   La sociedad civil tiene la obligación de contribuir en el proceso de recuperación.  Su rol no debe limitarse a comportarse de manera cívica, sino que debe ir un paso más allá.  Debe asumir la responsabilidad de exigir a sus autoridades que cumplan con sus obligaciones de manera adecuada y honesta; y las elites deben aceptar su rol en ese ejercicio. Es momento de institucionalizar una veeduría ciudadana permanente.  

El futuro de Jorge Yunda le compete a la Justicia, pero el revertir y recomponer el estado impresentable de la ciudad le corresponde al nuevo alcalde, al Concejo y sobre todo nos compete a todos los quiteños. (0)
 

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