En un mundo empresarial que busca continuamente la creación de valor (o innovación), la demanda de competencias humanas (soft skills) crece al ritmo de expectativas más digitales y mayor consciencia por el cuidado del planeta y la sociedad en varios niveles según la cultura, pero en igual necesidad de equilibrar la riqueza material con el bienestar de las personas.
En las últimas décadas las nuevas generaciones renuncian cada vez más a estándares tradicionales de éxito como tener una profesión rentable para conseguir “lo que quiero” (casa, auto, familia, carrera, éxito, dinero…), y una serie de expectativas que permitan encajar en una sociedad global que busca una mejor calidad de vida.
Si bien las preocupaciones de la mayoría de los Países se siguen sumando (menos mal) al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, el aporte y transformación individual es vital para lograr cambios que realmente pueden ocurrir en los entornos más próximos como lo son la familia, amigos, trabajo o redes sociales.
Tradicionalmente creemos que la forma de lograr los cambios es a través de expectativas familiares o tradiciones heredadas “porque así se ha hecho siempre”. Sin embargo, el despertar de la conciencia de los que vienen a hacerse cargo del mundo se caracteriza por el cuestionamiento y la confrontación que son necesarios para la creatividad, integración y evolución de personas y empresas. En ese sentido, la aceptación que es clave no suele pasar.
En la carrera desmedida por conseguir lo que queremos optamos por posturas polares entre lo bueno y lo malo, lo que nos gusta o no, lo que aceptamos o no. Según eso interactuamos con el resto e incluso cuando las opiniones cambian, nos acostumbramos a invertir recursos para defender nuestra propia razón que nos ata, desata, y desbarata hacia la consecución de metas materiales y la satisfacción del orgullo en sacrificio de las personas. Pero no importa porque rotos y todo tenemos éxito.
Muchos defienden los “quieros” con tanto fervor que se habitúan a vivir en puntos ciegos y parecen no satisfacerse nunca, desdibujando así propósitos iniciales que parecían ser alhajas. Muchos llaman feminismo a la otra cara del machismo, justicia social a la envidia, libertad al nihilismo, explotación al emprendimiento, suerte al esfuerzo profesional, o mal liderazgo a la falta de amor propio. En definitiva, asaltamos a la integridad (actuar de acuerdo con lo que decimos) en nombre de extremos con los que nos identificamos.
Lejos de la frase de antaño “el mundo está cada vez peor” las aristas polares se intensifican y nos están llevando a una saturación dolorosa y liberadora a la vez. Las preocupaciones del entorno y de salud mental crecen, pero a la vez nos sacuden hacia la búsqueda de nueva información que trasciende el propósito de tener éxito en la riqueza meramente material.
Es verdad, quizá no hay nada como crear riqueza exterior por uno mismo, pero hay un todo cuando ese esfuerzo armoniza con la búsqueda de la riqueza interior. Independiente del tipo de religión o filosofía de vida que nos ubica como seres humanos buscando experiencias espirituales, en realidad la energía prestada nos permite vivir experiencias humanas para aprender.
Una forma de romper con el hábito automático de vivir en guerra defendiendo al ego (lo que creo, lo que siento y lo que hago) es considerar el impacto positivo del equilibrio y la complementariedad de posturas. Ejemplos de ello lo proponen teorías espirituales, de liderazgo, gestión del talento, y la filosofía de las artes liberales.
Independiente de la religión, quizá el común de estas creencias son dos cosas. La primera es comprender que ya tenemos lo que necesitamos para aprender antes que lo que queremos para tener éxito, y la segunda es aceptar que todas las personas cumplen con un propósito igual de valioso y complementario entre sí. Y para aceptar hay que prestar atención. Escuchar. Querer.
Desde el punto de vista de gestión, importa tanto la administración como el liderazgo, los resultados como la gente, la eficiencia de indicadores duros tanto como el desarrollo del talento. Concretamente, el mejoramiento del desempeño depende de la calidad de recursos ambientales del entorno empresarial (información, recursos e incentivos), pero también de los recursos internos de la persona (conocimiento, capacidades y motivación). No es posible crecer con un solo extremo, son complementarios.
En las artes liberales sucede lo mismo y por eso su impacto es profundo en la educación. La combinación de áreas del saber y el énfasis en las ciencias duras en complemento con las artes, conllevan a validar tanto al razonamiento como las emociones. Nuevamente, dos aspectos diferentes pero complementarios que impulsan el cuestionamiento y creatividad vitales para crear valor a través de la integración: quiero y necesito, estrategia y gente, información y motivación, razón y emoción, bienes y bienestar personal ¡Balance para innovar! (O)