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Educación superior y democracia: desafíos y oportunidades en un mundo cambiante

Luis David Prieto

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La universidad, en tiempos de fragilidad democrática, debe reafirmarse como un espacio de debate, pensamiento y de esperanza. Su misión no solo es académica, sino profundamente cívica y ética.

22 Noviembre de 2024 15.46

Nos encontramos en un momento crítico para nuestras sociedades, un momento donde la democracia, que alguna vez asumimos como una conquista segura, se tambalea en varias regiones del mundo. Este contexto de fragilidad democrática plantea desafíos profundos, y es nuestra responsabilidad como educadores, investigadores y ciudadanos comprometidos, responder a estos desafíos desde la educación superior. 

 La Universidad como bien social: un pilar de la democracia

La universidad ha sido históricamente mucho más que un centro de transmisión de conocimientos técnicos o de preparación profesional. Es un espacio de construcción de sentido, cuestionamiento ético, y producción de conocimiento para el bien común. Su misión central no es solo académica, sino también cívica: la formación de ciudadanos capaces de comprender y defender sus derechos, comprometidos con la justicia social y el bienestar colectivo. Sin una ciudadanía formada en valores democráticos, es difícil imaginar una democracia sólida.

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Para que una democracia florezca, necesita ciudadanos informados, críticos y comprometidos con el cambio social cuando este es necesario. La universidad debe ser el lugar donde se cultivan estas habilidades, donde los jóvenes desarrollan el coraje y la responsabilidad para oponerse a la injusticia y promover transformaciones en sus sociedades.

El impacto de la fragilidad democrática en las universidades

El contexto de fragilidad democrática afecta directamente a las universidades. La libertad académica, esencial para el desarrollo de una educación crítica, se ve amenazada cuando el poder político interviene en la vida universitaria. Las consecuencias de esta fragilidad democrática en el ámbito universitario son alarmantes:

  • Represión de la libertad académica: profesores y estudiantes enfrentan autocensura y limitaciones para investigar o expresar opiniones críticas.
  • Éxodo de talento: profesionales y académicos abandonan sus países debido a las condiciones adversas, dejando vacíos en áreas clave de conocimiento.
  • Reducción de financiamiento: los presupuestos para educación se recortan, afectando la calidad de la enseñanza y limitando el acceso a recursos.
  • Aislamiento internacional: las universidades pierden lazos con instituciones globales, debilitando sus redes de colaboración y su capacidad de progreso.

La dimensión política de la educación superior

La educación superior, además de cumplir funciones formativas y de generación de conocimiento, tiene una dimensión política que no puede ser ignorada. Esta dimensión no implica afiliación partidista, sino una fidelidad a principios democráticos universales como la libertad, la igualdad y la justicia social. La universidad debe ser un baluarte donde se defienden y practican estos valores.

Algunas expresiones de esta dimensión política son:

  • Espacios de deliberación y diálogo: las universidades deben abrir sus puertas a debates y discusiones sobre temas relevantes como los derechos humanos y la justicia social.
  • Modelos de gobernanza democrática: las universidades que practican la gobernanza inclusiva, dando voz a estudiantes y docentes, modelan la vida democrática para la sociedad.
  • Compromiso con la justicia social:  la universidad debe ser un agente de cambio, promoviendo políticas inclusivas y combatiendo toda forma de discriminación. Esto implica crear un entorno donde estudiantes de diversos contextos tengan acceso equitativo a la educación y puedan desarrollar su potencial sin barreras. 

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Formación de ciudadanos críticos, reflexivos y promotores de la democracia

Para enfrentar los retos de la fragilidad democrática, la universidad debe formar ciudadanos con pensamiento crítico, capaces de reconocer y transformar su entorno. Esto va más allá de la educación técnica y profesional, e incluye estrategias como:

  • Currículos orientados al pensamiento crítico y la sostenibilidad: los programas académicos deben abordar casos reales y promover debates éticos, enseñando a los estudiantes a cuestionar los sistemas políticos y económicos, desde la base de una visión sistémica de la sostenibilidad.
  • Fomento de la participación política: las universidades deben apoyar la creación de espacios de debate académico y organizaciones estudiantiles, donde los jóvenes puedan experimentar la participación política de forma segura.
  • Resiliencia institucional: las universidades en contextos difíciles deben pasar de la lógica de la competencia a las oportunidades de la colaboración, buscando aliarse en redes internacionales y utilizar la educación a distancia y el intercambio de experiencias para proteger y apoyar a sus comunidades.

Un llamado a la acción desde la educación superior

La universidad, en tiempos de fragilidad democrática, debe reafirmarse como un espacio de debate, pensamiento y de esperanza. Su misión no solo es académica, sino profundamente cívica y ética. Las universidades tienen la responsabilidad de ser los lugares donde los estudiantes aprenden que la democracia es un ideal que exige defensa y compromiso diario. Se trata de cultivar ciudadanos con la valentía de defender la democracia, la justicia y la libertad, y con el compromiso de transformar nuestras sociedades en lugares más humanos, fraternos y solidarios. (O)

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