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Por esos momentos de la vida que nos parecen sublimes, extraordinarios, irrepetibles y que muchos años después, serán olvidados o apartados o desconocidos por otras generaciones que discutirán, sin que nosotros lo sepamos siquiera, sobre el más grande de todos los tiempos, que estará posiblemente entre decenas de nuevas estrellas que aún no han nacido todavía.

21 Diciembre de 2022 14.40

Una vez más el mundial de fútbol nos dejó un vacío inmenso. Quizás por la inusual época del año, en medio de la vorágine de navidad y fin de año, tardaremos algo menos en volver a la normalidad de los días sin partidos, sin la pasión delirante que provoca ver a nuestras selecciones en el espectáculo deportivo más importante del planeta, sin ese fanatismo inexplicable por un deporte en el que cada cuatro año, nuestras banderas se enfrentan en un campo de juego tan solo por la gloria deportiva, por nada más pero tampoco por nada menos. Este vacío se ha repetido en mi caso desde 1978, la primera copa del mundo de la que guardo recuerdos claros. 

Entre esos recuerdos justamente está aquella discusión que se centraba entonces en quién era el más grande de todos los tiempos. Decían los mayores de este lado del mundo que nadie igualaría jamás a Pelé, que entonces ya se había retirado del fútbol ganando las tres copas Jules Rimet, algo que, hasta ahora, cincuenta y dos años después, nadie más ha conseguido. 

En el mundial de Argentina 1978, manchado por la dictadura atroz que gobernaba aquel país, brillaron figuras inolvidables como Zico, Nesskens, Dino Zoff, Teófilo Cubillas, Bertoni, Oswaldo Ardiles o el goleador Mario Kempes, pero las ausencias de Cruyff, Bekenbauer o del joven Diego Maradona, fueron notorias. En todo caso, las generaciones mayores de aquella época discutían rabiosamente alrededor de el más grande de todos. Estaban los europeos que sacaban pecho por Eusebio y por Di Stéfano (argentino que jugó casi toda su vida en España), quien, a decir de los que lo vieron, habría sido el más completo de todos los jugadores de fútbol, y también por las figuras descollantes de esos años: Cruyff, Gerhard Muller y Bekenbauer, mientras que los americanos, casi unánimemente, se inclinaban por Pelé y algo menos por Garrincha.

Entre España 1982 y México 1986, aparecieron nuevas figuras como Platini, Sócrates, Falcao, Voeller, Valdano, Rossi, entre otros, cuyas hazañas deportivas se vieron ensombrecidas por Diego Maradona, la gran figura de esos años con vigencia hasta aquel mundial de 1994 en el que Argentina pintaba una vez más para campeón, y que terminó por desgracia aquella tarde en que una enfermera se llevó a Diego de la mano al control antidoping (del que ya no volvería nunca a pisar una cancha como jugador en un mundial), luego de una extraordinaria actuación ante Grecia. 

De mi época juvenil, universitaria y adulta temprana guardo los recuerdos del que para mí ha sido el mejor jugador que he visto en mi vida, Diego Maradona, pero no solo porque fue el que más me deslumbró con su calidad y magia, sino también por ser el líder rebelde de una banda que no se achicaba ante nada y ante nadie, que recibía patadas y agresiones durante todo el partido (en una época de fútbol duro y no de teatreros que se lanzan al piso por una caricia en la canillera), y volvía una y otra vez a gambetear rivales y a sorprender defensas y arqueros. La mayoría de los de mi generación se suelen inclinar por Maradona, Ronaldinho, el gordo Ronaldo, Zidane o algún otro como el más grande, pues nunca vimos a Pelé ni a Di Stéfano en una cancha y poco o nada nos mueven las lejanas imágenes suyas que podemos mirar en televisión blanco y negro.

La nuevas generaciones, en cambio, han vivido quizás una de las mejores épocas del fútbol con Messi y Cristiano a la cabeza, pero con extraordinarios jugadores como los que se han visto en este mundial, incluidos en esa lista Moisés Caicedo, Piero Hincapié y Gonzalo Plata, figuras ecuatorianas a las que los chicos nuestros hoy admiran tanto como a las extranjeras, algo que en nuestra época no sucedía por la poca trascendencia que tuvo la selección ecuatoriana en el siglo XX.

Sin duda este mundial de Catar fue uno de los mejores que hemos visto en cuanto a nivel futbolístico. Esto lo podrán refutar probablemente los que vieron México 1970 en donde se observó, aseguran, al mejor equipo de todos los tiempos, al Brasil de Pelé. En todo caso, la final de Catar bien podría estar entre las mejores de la historia. Y sobre Messi, un fuera de serie con el balón, que se vistió de líder desde los cuartos de final y que sacó toda esa rebeldía que llevaba escondida durante tanto tiempo, es el gran artífice de este nuevo título no solo porque fue determinante en todos los partidos, sino porque la selección argentina, un equipazo en todos los aspectos, jugó con él y para él un torneo absolutamente redondo. 

Hoy cuando todo se ha terminado y nos faltan aún tres años y medio para el nuevo mundial, al calor del triunfo y de los insuperables festejos de los argentinos (me atrevo a decir que la mejor y la más fanática hinchada del planeta), una vez más pretendemos saber y confirmar ahora sí quién ha sido el más grande todos los tiempos, una discusión interminable e inútil, incomprobable e intrascendente para todos los que hemos visto fútbol desde hace varias décadas, y en especial para todos los aficionados del día a día de este deporte que se mueve por la pasión enfervorizada de un gol, por una jugada exquisita, por el regate y la finta, por el taco, la atajada inverosímil, la cábala y la mufa, la joda y la cargada, el llanto a veces irreprimible y la alegría inexplicables que nos ha dado el fútbol; en fin, por esos momentos de la vida que nos parecen sublimes, extraordinarios, irrepetibles y que muchos años después, serán olvidados o apartados o desconocidos por otras generaciones que discutirán, sin que nosotros lo sepamos siquiera, sobre el más grande de todos los tiempos, que estará posiblemente entre decenas de nuevas estrellas que aún no han nacido todavía.  (O)

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