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En los momentos de cordura estamos convocados a recapacitar, a dar sentido al dinero en un proceso de reflexión trascendental. Es decir, imponerse sobre el materialismo engañoso para emprender en acciones que permitan la realización del humano como ente meritorio de ser llamado tal.

16 Diciembre de 2022 15.30

La desarrollaremos en su perspectiva sociológica. Ello en tanto la sociedad actual se caracteriza por hacer del “dinero” un eje conductual a cuyo rededor gira el hombre, convencido de que existe para generarlo al margen inclusive de su propia vergüenza. 

De hecho, uno de los más serios obstáculos para la consolidación de sociedades justas y equitativas es la adhesión compulsiva que hoy nos ocupa. La “dineromanía” es – por principio – no obsesión entre los ciudadanos de naciones prósperas, pero entre sectores frustrados por ser miembros de países “pobres”. Sin embargo, y aquí está la paradoja, es precisamente esa mezquindad la que impide vencer la miseria de los pueblos. Estamos frente a un círculo vicioso con connotaciones neuróticas (inestabilidad emocional) en que los actores adictos pierden perspectiva de sus obligaciones consigo mismos y con terceros, que los mantiene encerrados en sus equivocaciones intrínsecas. En efecto, en el plano sicológico es una “ipseidad/mismidad”, a través de la que el dinero se lo identifica con uno mismo.

Como con toda adicción, rebasarla demanda de tomar conciencia de la afección. P. Ricoeur, filósofo francés, sugiere para superar las adiciones, recuperarse con uno mismo y con los otros… somos poderosos cuando comprendemos nuestra dependencia. La subordinación a lo material, cualquiera sea el alegato a que apelemos, desdice de la integridad ética del ser humano. Generalmente, esta adicción personal la proyecta el individuo hacia la sociedad, lo cual redunda en el deterioro social global.

No nos referimos a la avaricia como “pleonexia”… deseo insaciable de tener más. Sí a la patología social que nos arrastra hacia una “adicción” que aniquila al buen pensar cual droga que subyuga al ser humano en un mundo ilusorio. De esta “enfermedad” nacen en buena medida las deficiencias socio-estructurales que impiden la concreción de sociedades ecuánimes y armónicas. La resistencia de los sectores sociales acaudalados a compartir porciones de sus recursos con parcelas necesitadas de solidaridad (sordidez), es de hecho un factor que gravita de manera determinante en el malestar comunitario. De ello nace la violencia con todas sus secuelas sociales, económicas y políticas. No comprender el fenómeno y/o hacerlo apartándose de las evidencias contrarias a la “razón” es garantía de fracaso humano.

Quienes abogan por el “desarrollismo socioeconómico”, contrario al progreso integral en que impera la justicia social como valor irrenunciable de los pueblos, están obligados a eclipsar su propia avaricia. En caso no lo hagan, la misma sociedad se encargará de llamar al orden de los adictos.  

La generosidad social implica desprenderse de “algo” no por caridad pero por convicción de la necesidad epistemológica de actuar para bien. En tal sentido, la munificencia como cualidad opuesta a la mezquindad – exteriorización de la adicción al dinero – es un compromiso con la comunidad de que formamos parte. Se manifiesta en una entrega no de aquello que nos sobra pero de lo valioso que no nos duele compartirlo. Si tomamos a la gracia como dádiva, o esperamos contraprestación del dar, la dignidad da paso a lo indecoroso. 

El mexicano X. Velasco (Diablo Guardián) iguala al dinero con “erección”. Te libra, dice cínicamente, de la “mediocridad, de la ignorancia, de todo mal…”. Aquí vemos nosotros otra faceta de la trama en análisis. Sus adictos pierden la noción de la realidad, y se embarcan en una vida de debilitamiento en honorabilidad. En nuestro adicto se da un apareamiento de la conciencia con el dinero, pariendo un anómalo carente de moral con mero valor de intercambio.

Llegamos a la “sociedad de consumo”. Ésta funde en un solo bulto la satisfacción de necesidades materiales, intelectuales y emocionales (“consumo, luego existo”). El dinero, por medio del consumo, engendra una sociedad en que el poder económico domina a la razón. No es que el dinero sea malo per-se, de hecho en general “gusta”, lo cual está bien. Sin embargo, al igual que otras adicciones, es pernicioso cuando lo valoramos más allá de lo que la eticidad – bondad de las acciones humanas – sugiere. 

En los momentos de cordura estamos convocados a recapacitar, a dar sentido al dinero en un proceso de reflexión trascendental. Es decir, imponerse sobre el materialismo engañoso para emprender en acciones que permitan la realización del humano como ente meritorio de ser llamado tal. (O)

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