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No nos debemos olvidar de disfrutar de los pequeños placeres de la vida, que los sentimientos no se rinden y que la vida son estos pequeños momentos que debemos encontrarlos y disfrutarlos porque es una actitud que depende de nosotros mismos.

02 Febrero de 2024 12.45

Al final, lo único que nos queda son los momentos: entrar a una panadería seducido por el olor que las bendice y salir siendo una mejor persona. El olor a lluvia cuando no moja y cuando moja también. Oler a bebé, a pareja, a pasto mojado, a libro nuevo, a azahar y mandarina, a gasolina, a árbol de navidad de verdad y olvidarnos de todo, aunque sea por un ratito y ser todo lo felices que podamos ser. 

Vivir el momento es entender que no se va a acabar nunca la primera vez de algo mientras alguien tenga memoria. Es volver a sentir ese primer abrazo que se volvió inmortal. Es oler el plato favorito que se come en la casa de las abuelas, que terminan siendo el lugar común de la familia y, sin duda, ese punto de encuentro, esa fábrica de momentos familiares. Después de todo, la familia es lo único que nos queda y a donde siempre volvemos.

A pesar de que el tiempo pasa y los niños crecen, jugar con tus hijos a lo que sea, total, te vas a olvidar los detalles, el marcador, los fauls, las tacleadas pero no que les hiciste reír y creaste las más lindas memorias. Compartir momentos que se miden en sudor, risas y sensaciones. 

Los amigos, las risas y brindar con Gaby y Consue (o quien sea) y que a una de ellas se le ocurra en medio brindis el título de este artículo porque cualquier pretexto es bueno para crear un lindo momento, un artículo y disfrutar de las cosas que pasan. Reunirse alrededor de un plato de comida porque sí, porque no hace falta motivos. Solo hace falta unos comedidos y algo de voluntad. 

Llegar a casa y quitarte los zapatos pensando en la necesidad de descansar solo por el hecho del deber cumplido, cerrar los ojos con ese abrazo que al apretar duele o recordar ese beso en la peligrosa curva de la comisura de una boca que cura todo lo que el mundo rompe. Pero si de besos hablamos, los de mamá. Esos que nos hacían creer que eran la fórmula mágica para curar los golpes más importantes de nuestras vidas de hijos. Y también los abrazos de los hijos, que regalan y compensan aquellos besos y que mágicamente sanan de cualquier mal el corazón de los padres.

Besar más, besar mucho, besos en metralleta, porque siempre los besos (salvo los de las veces que saludamos por cumplir) es una forma de crear momentos cuando son sinceros y de verdad, que es la forma que tiene el amor de llenarse de babas. Besar hijos, besar padres y abuelos por besar. Sin ningún motivo, haciendo caso a los más precarios impulsos. Besar amores, suspirar y temblar, sobre todo cuando todavía pensamos que vivimos en el país de Nunca Jamás voy a Perderte, porque todavía no nos hemos enterado de que el amor eterno solo dura dos años. Cerrar los ojos con cada beso, sin más, sabiendo que después de eso todo está mejor.

El sonido constante de las olas creando momentos cursis, que es lo mismo que sucede en una noche de luna, oler tierra mojada o reírse cada vez que alguien en el auto pregunta: “en cuánto llegamos”, porque es una señal irrefutable de que en algún lugar van a empezar los recuerdos. Ir un domingo al estadio con la azul grana y que Michael Arroyo meta el gol del campeonato o cualquier jugador haga un gol para que Deportivo Quito gane al último minuto, que es la mejor forma de sufrir y abrazarte con desconocidos.

No nos debemos olvidar de disfrutar de los pequeños placeres de la vida, que los sentimientos no se rinden y que la vida son estos pequeños momentos que debemos encontrarlos y disfrutarlos porque es una actitud que depende de nosotros mismos. Nuestra vida no es otra cosa que las experiencias que vivimos. Nuestros pasos son el camino que hemos recorrido. Ethan Hawke dice que “somos el resultado de la suma de todos los momentos de nuestra vida”. Pues eso. Hagamos que valga la pena. (O)

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