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La solución, compleja, quizás utópica, quijotesca y posiblemente distante, pasará por enfrentar al tumor y combatirlo, y el objetivo debe ser recuperar la institucionalidad del país, recuperar la confianza en la justicia con una reforma integral que funde una verdadera carrera judicial; apoyar el trabajo de la fuerza pública dotándole de equipos, personal y respaldo legal para sus acciones; rechazar y combatir todos los actos de corrupción, incluso los que parecen más pequeños e intrascendentes.

25 Enero de 2023 15.16

Hace décadas que el Ecuador dejó de ser uno de esos lugares en los que la corrupción era esporádica, anecdótica y se limitaba a ciertos espectros públicos, políticos y judiciales en los que se identificaba claramente a las ovejas negras dentro del gran rebaño, y, tras identificarlas, se las apartaba, se las señalaba, se las denunciaba, se las juzgaba y, sí, también muchas veces quedaban impunes y se salían con la suya, pero eran otros tiempos y los corruptos permanecían marcados, estigmatizados.

Hoy esas ovejas negras son una inmensa mayoría que ocupa casi todos los espacios de poder, una inmensa mayoría que, en distintos ámbitos, forma parte del negociado, de la trampa, de la elusión, de la viveza criolla, de la deshonestidad, de la descomposición generalizada que nos ha convertido en esta sociedad corrupta.

De aquella sociedad en la que había casos ocasionales de corrupción, verdaderos escándalos que hoy provocarían risa por su intrascendencia, ya no queda casi nada, ya no queda casi nadie. Hoy la corrupción se cuenta en millones de dólares, se cuenta en víctimas, se cuenta en toneladas, se cuenta en ilegítimas y vergonzosas acciones de protección, en tarifas de jueces y fiscales, se cuenta en sentencias compradas, en delincuentes liberados, se cuenta en vacunas, en extorsiones, en balaceras, en asaltos, en secuestros, en muertes, en cadáveres, en amenazas de toda índole para todos los que pertenecemos a ella. 

Las generaciones que formamos parte de esta sociedad corrupta del presente, somos responsables por acción u omisión, por desidia, por desinterés, por dañados, por tramposos, por timoratos, por borregos, por viles, por ingenuos o por mil razones más, de esta nación que se hunde precipitadamente en el fondo del abismo. Estas generaciones, la mía, la suya, somos, en conjunto, los culpables de lo que hoy nos está sucediendo. 

Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con varios agentes de policía acerca de la inseguridad y la violencia que se vive en la actualidad. Sus relatos, sus versiones, su pesimismo son estremecedores, desoladores. Sin duda, la presencia de mafias vinculadas al narcotráfico nos ha llevado a este callejón sin aparente salida en la que tenemos a un lado el barranco, y, al otro, un Estado débil, maniatado y con la institucionalidad casi en ruinas. 

Solo como ejemplo, en medio de una enorme frustración, comentaban estos agentes policiales que casi todos los operativos exitosos en los que se descubre y apresa a los delincuentes, terminan con estos de regreso a las calles en pocas horas gracias a fiscales y jueces corruptos o amedrentados o amenazados por las mafias.  Y, decían con total convicción que, si tuviéramos jueces y fiscales honestos, aunque no fueran todos, ganaríamos esta batalla. Y es que la justicia, pilar fundamental de una democracia y de un Estado sano, funcional y eficiente, debería ser siempre el último resquicio de esperanza para la sociedad. En nuestro caso, por desgracia, la justicia ya no es ese resquicio, la justicia es parte decisiva de toda esta podredumbre. 

Una sociedad corrupta como la nuestra, aunque nos duela, es una sociedad enferma que está muy cerca de entrar en su etapa terminal. Los niveles actuales de corrupción se asemejan a un cuadro de tumoración que ha hecho metástasis. Ante este escenario, tenemos solo dos opciones, dejarnos vencer y abandonar el barco o luchar para recuperar el país que perdimos en todo este larguísimo tiempo. 

La solución, compleja, quizás utópica, quijotesca y posiblemente distante, pasará por enfrentar al tumor y combatirlo, y el objetivo debe ser recuperar la institucionalidad del país, recuperar la confianza en la justicia con una reforma integral que funde una verdadera carrera judicial; apoyar el trabajo de la fuerza pública dotándole de equipos, personal y respaldo legal para sus acciones; rechazar y combatir todos los actos de corrupción, incluso los que parecen más pequeños e intrascendentes; y, por supuesto exigir a nuestros gobernantes transparencia y decisión no solo para encauzar al país otra vez en el sendero de la prosperidad y el crecimiento económico, en los números macro -que son importantes pero nunca tan importantes como la gente-  sino y sobre todo en el mejoramiento decidido de las condiciones de vida de los que menos tienen, en cubrir todas esas necesidades básicas que se han postergado siempre, en asegurarles trabajo, educación y cultura, con énfasis especial en estas dos últimas áreas que han quedado en abandono desde hace décadas, dos áreas en las que nadie repara, dos áreas que suelen ser las últimas ruedas del coche de todos los gobiernos de países subdesarrollados, y que por esa razón precisamente nos han llevado a ser lo que hoy somos. (O)

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