Este histórico hotel es una de las estancias de lujo más encantadoras de la Toscana
Entre callejones adoquinados, viñedos centenarios y desayunos al sol con aroma a rosas, el Borgo San Felice encarna esa hospitalidad serena que muchos prometen pero pocos consiguen. El pasado rural late en cada rincón, sin perder el ritmo del lujo bien entendido.

Oficialmente, las suites exclusivas son las mejores habitaciones del Borgo San Felice, un antiguo pueblo convertido en hotel de lujo en plena Toscana. Están distribuidas en varias plantas, cuentan con varios dormitorios, amplios espacios privados al aire libre y vistas panorámicas a los viñedos de Chianti. Sin embargo, de manera extraoficial, las habitaciones más atractivas son otras.

Estas habitaciones tan especiales, admite el veterano gerente general Danilo Guerrini, son las suites más sencillas, escondidas en la parte trasera, con vista al jardín que queda detrás del restaurante de alta cocina. La razón es simple: ese mismo restaurante también sirve el desayuno del hotel, y el personal suele disponer algunas mesas en el jardín para que los huéspedes puedan desayunar entre las rosas. Las terrazas delanteras de estas habitaciones también quedan a la vista de los camareros y, si se lo pedís con amabilidad, dice Guerrini, te van a traer un capuchino para disfrutar en la pequeña terraza de tu habitación.

Es un detalle menor, pero muy revelador. Borgo San Felice representa ese lujo relajado: un hotel con historia elegante, aunque también es un lugar donde los huéspedes realmente se sienten como en casa. Todos los hoteles aseguran ofrecer eso. Borgo San Felice lo cumple.

La antigua capilla y un callejón en el pueblo.Cortesía del hotel.

Guerrini también cuenta que está evaluando permitir que los camareros usen anteojos de sol (¡elegantes!) durante el desayuno y el almuerzo. Después de todo, tienen que salir al jardín trasero y muchas veces cruzan la terraza soleada entre el restaurante y el bar, donde se ubican la mayoría de las mesas para el almuerzo. Pueden bajárselos cuando sea necesario para mantener un contacto visual cordial. Lo vio en Saint-Tropez y piensa que podría funcionar con el espíritu de "vení como sos" que viene cultivando en este lugar.

Él mismo es un hotelero italiano en toda regla, un profesional que supo desde chico que su camino estaba en la hospitalidad, después de ver Amarcord de Fellini. A lo largo de su carrera pasó por grandes hoteles italianos, y hoy también preside la delegación italiana de Relais & Châteaux, de la cual Borgo San Felice forma parte desde 1992. Suele caminar por los jardines y saludar a los huéspedes con sus camisas con monograma y trajes impecablemente hechos a medida. Un par de empleados casi no lo reconocieron cuando una tarde apareció en jeans, listo para acompañar a un huésped en una salida para buscar trufas.

La búsqueda de trufas es una de las actividades más representativas de Borgo San Felice. El lugar transmite una atmósfera rural, casi de campo. Aunque un contratista externo trae a sus adorables y ágiles perros truferos, la salida se realiza en una zona agreste de las casi 700 hectáreas de bosques, viñedos y olivares que rodean el complejo. Es fácil imaginar a generaciones pasadas recorriendo esos mismos terrenos en busca de los tesoros que ofrece la tierra.

La terraza de una suite de autor (pero no la que tiene fácil acceso para tomar un capuchino) Tyson Sadlo.

Hoy, el hotel parece hecho a medida para ofrecer experiencias que combinan lo bucólico con el lujo. Sin embargo, su historia es larga y estuvo marcada por siglos de vida desordenada. En el terreno hay vestigios que se remontan a la época etrusca, que reflejan el paso del pastoreo a la agricultura y el cultivo de viñedos. Documentos de comienzos del siglo VIII revelan que el asentamiento ubicado donde hoy está San Felice fue objeto de duras disputas territoriales entre los obispos de Abruzzo y Siena.

Ya en el siglo XVIII, la noble familia Grisaldi Del Taja eligió la casa solariega de San Felice como residencia permanente. Impulsaron reformas urbanas y arquitectónicas, muchas de las cuales se conservaron. En la década de 1970, un grupo internacional de servicios financieros compró la propiedad y, en 1989, comenzó una restauración integral del pueblo para convertirlo en un hotel cinco estrellas bajo el modelo de albergo diffuso, una modalidad que ganó popularidad tanto en Italia como en otros países.

La pieza central del complejo es un elegante palacio de 1899, ubicado frente a una capilla neogótica en la plaza del antiguo pueblo medieval. Las 40 habitaciones y 23 suites del hotel se distribuyen en distintas casas antiguas y sus anexos, conectados por callejuelas adoquinadas que parten desde la plaza central. Por todo el lugar se conservan rastros de la vida de pueblo: sagrarios, logias, un antiguo pozo de 1792 y señales telefónicas de otra época. La vieja panadería del pueblo hoy funciona como recepción, biblioteca y bar interior del hotel. Y parte del antiguo molino de aceite se transformó en un spa.

Una suite premium. Stefano Scata.

Las habitaciones, todas renovadas el año pasado bajo supervisión de la autoridad cultural italiana, son verdaderamente encantadoras. Amplias, luminosas, con detalles en travertino y roble locales, combinan paletas de colores armónicas y tejidos naturales. Los diseñadores se inspiraron en frescos medievales y renacentistas que retratan el paisaje de Siena y en las banderas del histórico Palio. Todo refleja una elegancia toscana sutil: vigas de madera a la vista, techos de terracota, azulejos carmesí en arlequín en uno de los baños y brillantes alfombras geométricas en varias habitaciones.

Tratándose de la Toscana, el vino ocupa un lugar destacado. El antiguo dueño, Giulio Grisaldi Del Taja, fue uno de los fundadores del Consorcio Chianti Classico en 1924, una iniciativa que ayudó a posicionar la región entre los conocedores. En la vinoteca, un espacio elegante a un costado de la plaza del pueblo, los anfitriones ofrecen visitas guiadas y catas. A veces comentan que uno de los vinos de Borgo San Felice fue el Chianti elegido para acompañar las habas en El silencio de los inocentes. (Aclaran enseguida que nadie les pidió autorización para esa aparición).

El año que viene habrá una reorganización en la propuesta gastronómica, pero por ahora el hotel cuenta con dos restaurantes. Frente a la plaza central, hay otra pequeña plaza donde se encuentra el bar al aire libre y una terraza soleada, ideal para almuerzos informales —incluye una ensalada espectacular— y también para disfrutar de la cocina del elegante restaurante Poggio Rosso. Allí, el chef Stelios Sakalis recibió una estrella Michelin tradicional y otra verde. Parte del mérito se debe a que muchos de los ingredientes provienen del huerto filantrópico de la finca, un proyecto que impulsa la sostenibilidad y la inclusión social.

El salón interior, en la antigua panadería del pueblo. Stefano Scata.

Cenar en Poggio Rosso es una experiencia encantadora: refinada, sin caer en lo recargado, y con un toque de extravagancia que nunca resulta excesivo. Sin embargo, el verdadero corazón del hotel está en la osteria informal al aire libre. Es allí donde los huéspedes se sientan en mesas largas para compartir platos de pasta fresca hecha a mano —con trufas frescas si la jornada de búsqueda fue exitosa— y clásicos rústicos de la cocina toscana, como la bistecca alla Fiorentina, un generoso corte de ternera cocido a la brasa. Ese mismo corte encuentra su maridaje ideal en el Chianti San Felice.

 

*Con información de Forbes US.