Daniela García Noblecilla Editora digital
A sus 15 años, Christian Narváez fue un hombre que aprendió a ganarse su espacio lejos de casa. Nació en Quito, pero la historia de sus antepasados se remonta a la Ciudad Blanca, Ibarra. Su salida de Ecuador hacia Europa no fue fácil, pero sí decisiva. Su doble nacionalidad, ecuatoriano-suiza, le permitió tomar la audaz decisión de continuar sus estudios fuera, en Suiza. Dejó atrás a su familia y las comodidades de su casa.
Sin embargo, para él, "la juventud ofrece una flexibilidad extraordinaria para adaptarse". No pensaba en regresar ni se dejó vencer por la nostalgia. Con el tiempo, sus hermanos también siguieron un camino parecido y optaron por carreras duales en el norte de Europa. De los cuatro (son dos hermanas y un hermano), Christian es el mayor.
Desde el primer día que llegó al Viejo Continente, encaró un choque cultural y laboral. Mientras estudiaba, trabajaba como electricista, instalaba equipos, fundía losas y jalaba cables. Aprendió que el esfuerzo y la disciplina existen para abrirse camino. Esta experiencia le dio independencia y capacidad de adaptación. Entre aprender idiomas, cumplir con largas jornadas laborales y retomar su educación formal, este ecuatoriano descubrió su pasión por la tecnología. Pasó de la electricidad a la electrónica y más tarde a sistemas de códigos. Su curiosidad lo hizo destacarse académicamente y encontrar un espacio propio en un mundo que, para muchos jóvenes, habría resultado intimidante.
Luego de culminar su carrera universitaria, Christian se mudó a Lugano para laborar en su área. Comenzó en una startup especializada en identificación electrónica, donde potenció sus conocimientos. Luego, conoció a la que hoy es su esposa (lituana). Optó por otro empleo para estar junto a ella y pasó a Datamars, una multinacional con operaciones en 21 países y presencia en más de 100 países con su marca. En esa empresa guiaron sus primeros pasos hacia la gerencia y tuvo un crecimiento profesional acelerado. Su talento lo llevó a un nuevo desafío profesional en un país donde el idioma estaba compuesto por signos gráficos que parecían imposibles de descifrar. Llegó a la planta de producción de electrónica de la misma compañía en ¡Tailandia! Pese a que su perfil no fue la primera alternativa para el cargo, asumió la gerencia a los 29 años. Durante su dirección, esta firma creció de 40 a 400 empleados en poco tiempo.
"Nos parecía una excelente oportunidad profesional y personal. Nos acabábamos de casar. Fue un cambio extremadamente emocionante y positivo en todos los aspectos. El choque cultural siempre existe porque este país es muy diferente, pero aprendes muchísimo. Llegas sin saber el idioma y, aunque las condiciones de vida son muy buenas, siempre hay una fase de adaptación. Lo bueno es que Tailandia es, creo, el mejor lugar para comenzar a vivir en Asia, especialmente por su excelente comida, que es una de las cosas que más extraño".
La corporación, en esa parte del mundo, fabricaba chips electrónicos para identificación animal y textiles, un nicho especializado que exigía mucha precisión. "El motivo del crecimiento tan rápido fue porque migramos a líneas de otros países y las centralizamos. Estaba a cargo también de una entidad legal. Fui el gerente general y el gerente de la planta al mismo tiempo", cuenta.
Durante siete años en Tailandia, Christian dice que mostró el nivel de su capacidad de adaptación y liderazgo. Allí nació su hijo, en un entorno multicultural que se convirtió en su hogar temporal. "Si le preguntas a él (su hijo) de dónde es, no sabe qué responder, si Tailandia, Ecuador, Suiza", comenta entre risas. Tras este periodo, surgió la oportunidad de trasladarse a Eslovaquia para asumir la gerencia en otra sede de la empresa, esta vez de inyección de plásticos. En esta etapa, Narváez implementó nuevas tecnologías, instaló unidades productivas y consolidó mercados internacionales. Así amplió aún más su experiencia en dirección y gestión. Permaneció dos años.
"Los procesos eran mucho más automatizados, con alrededor de 50 personas y equipos más grandes de inyección de plásticos. Fue un cambio muy bonito y la cultura eslovaca también era diferente al resto de Europa. Fue un salto interesante porque mi hijo tenía 4 años cuando nos mudamos, comenzaba a crecer. Profesionalmente, funcionó muy bien. Sabía que al final terminaría todo".
La fuerza de un apellido en la industria láctea
Después de más de 25 años en el extranjero, Christian Narváez y su esposa tenían que decidir algo que definiría el rumbo de su vida. Regresar a Suiza, donde le ofrecían un cargo en la matriz de la firma para la que trabajaba, parecía el camino lógico. Sin embargo, fue en medio de esas conversaciones cuando llegó una propuesta desde Ecuador. Era la posibilidad de sumarse al relevo generacional en Floralp, la compañía que sus abuelos levantaron a pulso durante seis décadas. Era una opción que jamás había considerado, dice.
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