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El negocio de la escasez: por qué los Labubu pasaron de ser un fenómeno a una lección para las marcas

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Pasó de ser un ícono pop con listas de espera y precios disparatados a enfrentar su momento más delicado. El muñeco de Pop Mart, que supo conquistar a celebridades y fans, ahora pone a prueba la lealtad que construyó.

En su mejor momento, los muñecos Labubu no eran solo objetos de colección. También funcionaban como una especie de moneda emocional. Las redes sociales se llenaban de publicaciones mostrando el desempaque de estas criaturas color pastel con grandes sonrisas y orejas de conejo. Las cajas sorpresa volaban en minutos. En los sitios de reventa, las versiones más raras llegaban a valer miles de dólares.

La salida a bolsa de Pop Mart trepó hasta rozar los US$ 1.800 millones. Para mediados de 2024, los ingresos vinculados a la propiedad intelectual "The Monsters" alcanzaron los 6.300 millones de yenes, unos US$ 870 millones.

Pero el último escándalo —la incautación de Labubu truchos durante redadas globales desde Shanghái hasta Blackpool, en el Reino Unido— marcó un posible punto de quiebre. Cuando la preocupación por la autenticidad se convierte en el centro de la conversación, el relato deja de girar en torno a la alegría viral y empieza a mostrar la fragilidad de la marca.

La historia detrás del fenómeno

Labubu nació en 2015 en los cuadernos de Kasing Lung. Mitad mito, mitad juguete, pasó de los cuentos populares nórdicos a convertirse en un personaje travieso de peluche, vendido inicialmente por How2Work. En 2019, Pop Mart compró los derechos y lo transformó en un fenómeno global gracias al modelo de caja ciega: probabilidades controladas, ediciones especiales, lanzamientos medidos al milímetro. Lisa de Blackpink, Rihanna y Dua Lipa compartieron en redes sus propios Labubu. De un momento a otro, tener uno se volvió un símbolo de pertenencia.

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Lisa de Blackpink, Rihanna y Dua Lipa compartieron en redes sus propios Labubu y, de un momento a otro, tener uno se volvió un símbolo de pertenencia.

 

Los coleccionistas armaron sus propios círculos cerrados: grupos de Telegram, mercados de reventa, eventos temáticos. Labubu dejó de ser solo una muñeca y pasó a ser una identidad.

El mérito de Pop Mart no estuvo únicamente en diseñar un conejo-elfo "feo pero adorable", sino en cómo lo vendió. Crear escasez fue mucho más que lanzar ediciones limitadas. Recurrieron a lanzamientos geolocalizados, sorteos controlados por apps y versiones "de persecución" con probabilidades ocultas que los más obsesivos trataban de descifrar online. La empresa no solo toleró esos datos —colas eternas, perfiles de bots, análisis de reventa—, sino que los usó para planear los lanzamientos futuros. No con la intención de ordenar el caos, sino para multiplicarlo.

Los fans entendieron rápido que la fidelidad venía atada a una vigilancia digital constante. Esa jugada pudo haber dado márgenes más altos, pero tal vez a costa del buen trato. Muchos compradores, que llegaron hasta la tienda solo para escuchar que el producto ya no estaba disponible, se sintieron más como estadísticas que como seguidores.

Durante un tiempo, las colas se transformaron en un espectáculo global del comercio minorista: una escasez fabricada que alimentaba el prestigio social.

Falsificaciones, el hito que empezó a torcer la historia

Este verano, la policía de Shanghái desarticuló una red de falsificadores que colocó en el mercado más de 5.000 Labubu truchos, vendidos entre el 60 y el 70 por ciento del precio original. Los estafadores se hicieron pasar por una tienda de electrónica, copiaron los diseños y embolsaron unos 12 millones de yuanes (US$ 1,67 millones) antes de caer. Casi al mismo tiempo, las aduanas chinas confiscaron decenas de miles de "Lafufus" —como los bautizaron en redes— en varias ciudades del país.

Pero la crisis de las falsificaciones no solo expuso una oferta trucha. También dejó al descubierto grietas en la lealtad. Los primeros coleccionistas vieron cómo la comunidad que habían construido empezaba a diluirse. Los Lafufus no solo arruinaron el valor de reventa, también erosionaron la confianza entre los propios fans.

Labubu, el coleccionable que conquista a los fans del arte pop y el diseño de juguetes en todo el mundo.
La crisis de falsificaciones de las Labubu no solo expuso una oferta trucha, sino que también dejó al descubierto grietas en la lealtad.

 

Pop Mart intentó cuidar la autenticidad con registros de marca, guías de compra combinadas y etiquetas QR. Sin embargo, ya era tarde. Quedó claro que una escasez mal manejada puede romper el vínculo emocional con la marca.

¿Un legado en vez de una novedad?

Pará un segundo e imaginá otra historia. ¿Qué habría pasado si Pop Mart hubiera visto a sus primeros seguidores no como simples fuentes de ingresos, sino como guardianes del universo Labubu? Podrían haber creado niveles de membresía exclusivos, acceso anticipado a lanzamientos, figuras en miniatura numeradas que ampliaran la historia de The Monsters, o pruebas de diseño en las que participaran los propios fans.

Pensá en eventos en vivo donde los coleccionistas más activos se encontraran con los creadores. O en una app, manejada por artistas y no por ejecutivos, que hiciera crecer la mitología de Labubu con el tiempo. Pero no. Lo que mandó fue la escasez. Y el contenido, como la conexión, se fue enfriando. Lo que pudo ser un legado terminó quedándose en una novedad pasajera.

Igual, todavía queda un costado premium en esta historia. Pop Mart supo construir un aura de exclusividad: ediciones limitadas para museos como el Louvre, colaboraciones con Keith Haring, One Piece y Coca-Cola. Las subastas todavía dan que hablar. Un Labubu verde menta de 1,2 metros se vendió en Pekín por unos US$ 170.000. El problema aparece cuando esa narrativa no baja hasta la base. Si solo los niveles más altos prosperan, el fandom corre el riesgo de fragmentarse.

Tal vez Labubu encuentre su lugar como una marca de nicho: subastas esporádicas con precios altísimos, fans fieles que la sigan desde hace años y spin-offs como Crybaby Dimoo que mantengan el espíritu original. O tal vez la moda se desgaste, las copias truchas arruinen la sensación de exclusividad y nuevas licencias le saquen ventaja en el ritmo impredecible del fandom de la Gen Z.

A pesar del giro de Pop Mart hacia lanzamientos controlados por apps y del aumento de precios en las tiendas oficiales, el mercado secundario ya muestra señales de haber pasado su pico. En Reddit y TikTok, la percepción general cambió. En varias regiones, los precios promedio de reventa cayeron más del 50% en los últimos meses.

Lo que la fiebre Labubu nos enseñó sobre las compras

El boom de Labubu fue mucho más que una moda por muñecos coleccionables. Tocó una fibra emocional. En medio de una economía tambaleante y cambios culturales constantes, muchas comunidades encontraron alivio en la sorpresa de una caja ciega y en el valor simbólico de conseguir algo escaso. El acto de coleccionar dio sentido en un momento en el que casi todo parecía incierto.

Pero esa chispa no es eterna. El muñeco también funcionó como un pase de acceso inesperado. Un puente hacia un mundo que, para muchos jóvenes consumidores, suele estar cerrado. Lo vimos colgado en bolsos de lujo, incluso entre celebridades y referentes de la moda. Se volvió un accesorio simbólico que ofrecía una entrada más accesible a una estética de alto precio.

Labubu, el coleccionable que conquista a los fans del arte pop y el diseño de juguetes en todo el mundo.
Las Labubu fueron vistas colgadas en bolsos de lujo, incluso entre celebridades y referentes de la moda.

En un mercado donde el prestigio parece reservado para unos pocos, Labubu les dio a sus fans algo más: un sentido de pertenencia. Aunque fuera momentáneo, aunque fuera por asociación. Un pequeño tótem que abría la puerta a una historia mucho más ambiciosa.

Los críticos empezaron a poner la lupa sobre el costo ambiental de un consumo impulsado por microtendencias y la lógica adictiva de la compra a ciegas. Desde Nab, analistas de inversión advierten que esta pasión corre el riesgo de confundirse con una estrategia financiera, sobre todo por las enormes variaciones en los precios de reventa.

La historia de Labubu —desde los primeros bocetos en el estudio hasta las redadas internacionales— deja en claro tanto el poder como el riesgo del comercio emocional. Sus inicios estuvieron cargados de conexión. Pero en este tramo final, lo que domina es la tensión: confianza desgastada, fanatismo dividido y una emoción especulativa que terminó por desplazar el contenido real.

Porque, al final, esto no pasa solo por la escasez. Todo se juega en cómo se administra el deseo, se respeta la participación y se incluye a la comunidad en la historia, incluso después de abrir las cajas.

"¿El adiós de las Labubu?" Tal vez. O tal vez no. Lo que venga ahora es aún más importante. En un tiempo donde pertenecer vale más que tener, el próximo objeto coleccionable que logre hacer ruido será el que construya algo que dure más que el hype. No alcanza con generar demanda: hay que generar devoción.

Con información de Forbes US.

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