Se hizo en Ecuador
Javier Porta dejó España en 2010, con la misión de abrir mercado para la empresa de maquinaria textil en la que trabajaba. Posteriormente se enamoró de una riobambeña y fundó Looop, una marca de ropa outdoor que impulsa a artesanos ecuatorianos y apoya a comunidades indígenas en la Sierra y la Amazonía.

David Paredes Periodista

Javier Porta siempre fue de espíritu inquieto. Creció en La Coruña, España, rodeado por el océano Atlántico, la brisa del mar y el sabor de los mariscos que, asegura, son los mejores de Europa. De joven se enamoró de la industria y la ingeniería. Eso lo llevó a cruzar su país de costa a costa. Llegó al Mediterráneo, a la Universidad Politécnica de Catalunya, en Barcelona, donde se graduó en ingeniería textil.

Su trabajo en Tecnipunto, una empresa dedicada a la distribución de maquinaria textil, le permitió conocer Portugal y la mayoría de ciudades grandes de España. Vendía equipo especializado para fabricar suéteres de punto, camisetas, cuellos y tejidos de polo.

En 2009, sus jefes le pidieron que fuera el representante de la empresa en Sudamérica. El objetivo era abrir mercado en la región.

"No teníamos contactos ni nada. Me vine a Sudamérica solo con los folletos para mostrar los equipos y ver si se vendían o no", recuerda el español.

Aceptó el reto y viajó a Perú, donde hizo base. Durante un año viajaba entre ese país, Ecuador y Colombia. En 2010 se "enamoró a primera vista". Conoció a Jimena Romero, su esposa y principal socia, cuando salía de un bar en la zona rosa de Quito.

"Era un martes, no recuerdo de qué mes. Estaba en la Plaza Foch celebrando con mi jefe y unos colegas tras una feria textil, cuando vi salir a una chica de blanco. Me gustó mucho y, como soy tímido, no le hablé. Le dije a una de sus amigas que cuadráramos para salir al día siguiente".

Jimena lo dejó plantado, pero se encontraron por casualidad el mismo día de la cita, en otro lugar. Desde entonces están juntos. Los primeros cuatro años Porta y Romero tuvieron una relación a distancia. En 2011 se afincó en Lima, pero siempre buscaba excusas para viajar a Ecuador y reencontrarse con su amada.

No fue hasta 2014 cuando decidió quedarse definitivamente en Quito. Renunció a la empresa española, pero siguió ligado a ella como embajador de la marca. Él se convirtió en distribuidor de las maquinarias.

"Ya no era el vendedor que ganaba por comisión de la venta de los equipos. Me había transformado en una especie de empresario de esos equipos. Se los compraba directamente y acá los vendía".

El negocio iba bien hasta 2016. Hacía los mantenimientos a los equipos, capacitaba al personal técnico y era el nexo entre la marca y el cliente. Pero una crisis en el sector textil, en Imbabura —la zona donde tenía a sus principales compradores— lo afectó.

"Vendíamos una barbaridad en Otavalo e Imbabura. Pero todo cambió cuando el dólar subió de precio y el peso colombiano bajó su valor. La industria textil de Imbabura dejó de transaccionar con Colombia y nosotros nos vimos afectados. Dependíamos mucho de ellos para subsistir", asegura el empresa.

A finales de 2016, Porta se quedó con máquinas que compró para la reventa y decidió emprender y crear Looop. En esa época fabricaba zapatillas deportivas tipo flex para atletismo. Actualmente, a sus 40 años, da empleo directo e indirecto a 88 artesanos de las comunidades de Imbabura, Pichincha y Tungurahua. Su costo operativo es mínimo y el negocio es rentable, explica. 

La empresa, que actualmente factura US$ 400.000 al año y tiene dos tiendas en Quito, empezó con una inversión de US$ 60.000. El dinero se usó para pagar los equipos que no se vendieron y adquirir materia prima.

"Al principio no tenía tiendas ni canales de distribución. Vendíamos a través de una página web y en el parqueadero del edificio donde vivía. Los clientes iban a la bodeguita que tenía y se probaban los zapatos ahí mismo".

Looop comenzó a confeccionar otro tipo de productos, entre ellos rompevientos. "Los clientes los pedían (...) Al ver la calidad de los zapatos, que eran difíciles de hacer, nos sugerían que hiciéramos cosas más fáciles, como chompas para correr".

Posteriormente, el mercado los llevó hacia productos para montaña. La ropa impermeable fue el punto de partida para luego crear chaquetas y pantalones.

Así, poco a poco, se metió al mercado de ropa outdoor que Porta considera lo más difícil de confeccionar en el área textil. Hoy, la marca tiene un portafolio de más de 90 productos y dos tiendas físicas en Quito. La mayoría de las prendas son fabricadas en el país y unas cuantas son importadas. Importa de China y Europa prendas que acá no puede producir, como chompas con plumas de pato.

Un negocio con impacto social

Esta firma nació con una visión filantrópica, dice su fundador. Porta apostó por el crecimiento de pequeños artesanos. Les enseñó a operar sus equipos y fue una especie de intermediario en la compra de maquinaria y materia prima.

Como ingeniero textil, aún los asesora y los capacita. Además, les financia las máquinas a precios mínimos.

"Nos interesa que los artesanos se tecnifiquen, que estén preparados a todo nivel, porque buscamos su crecimiento. Así le damos valor al 'made in Ecuador'", dice Porta.

La firma no tiene trabajadores fijos en nómina para la producción. En su lugar, maquilan o contratan a talleres externos (satélites) a los que pagan por unidad de producto. 

Desde que llegó por primera vez a Ecuador, en 2009, Javier Porta se enamoró de los paisajes y la gente del país. Gracias a su marca conoce comunidades en la Sierra Centro y Norte.

Implementó un modelo buy one, help one, que consiste en donar el 3 % de las ventas de cada prenda. Empezaron con el Programa de Pequeñas Donaciones de las Naciones Unidas (PPD) y actualmente trabajan directamente con Conservación Internacional Ecuador.

A través de esta última oenegé apoyan a la comunidad Achuar mediante el apadrinamiento de hectáreas para la conservación de bosques tropicales.

"Nos apalancamos de las oenegés para donar, porque no sabemos a quién donar y si va a estar bien donado o no. Ellos se encargan de eso y además nos dan transparencia y aval para que realmente ese 3 % vaya a buenas manos", asegura.

Porta se considera un ecuatoriano más. No ha perdido su acento español y ya tiene algunas costumbres quiteñas. Habla con algunos modismos y es un fanático de la comida típica. Ha probado la sazón manabita y se ha deleitado con los hornados y las langostas de Galápagos.

"Me siento ecuatoriano. Acá me quiero quedar mucho tiempo", dice orgulloso. (I)