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La carga simbólica atribuida a estos elementos edificados se construye e impregna con el paso del tiempo, con fuertes vínculos afectivos entre ellos, la gente y las representaciones imaginarias o intangibles que se fabrican en la memoria colectiva.

30 Septiembre de 2022 14.32

¿Qué sentimos cuando miramos una manifestación con antorchas en la Plaza de la Independencia? ¿Qué viene a nuestra mente cuando miramos las calles del centro histórico de Quito con cucuruchos y devotos caminando de rodillas en una procesión? ¿Qué mensaje viene a nuestra cabeza cuando miramos videos del derrocamiento del muro de Berlín? ¿Qué sensación tenemos al mirar pinturas de la destrucción de la Bastilla?

Es importante resaltar que estamos hablando de elementos edificados: una plaza, una calle, un muro, un edificio. Sin embargo, lo que nos viene a la mente, son emociones, son sentimientos, son pasiones. El fuego, los gritos y las masas ciudadanas en la plaza, las personas flagelándose, y pidiendo perdón, la gente llorando estremecida, abrazándose después de años, con su familia, el pueblo respirando el final de la monarquía y el inicio de la revolución. 

La carga simbólica atribuida a estos elementos edificados se construye e impregna con el paso del tiempo, con fuertes vínculos afectivos entre ellos, la gente y las representaciones imaginarias o intangibles que se fabrican en la memoria colectiva.

En este contexto, bien podría tener sentido derrocar el edificio de la policía para manifestar el absoluto rechazo a la violencia contra la mujer (y la violencia en general). Tiene sentido pensar que para eliminar el problema desde su estructura o su raíz, se debe destruir un símbolo de dicha violencia y de dicha relación violenta de poder. Sin embargo, si pensamos en el 8M cuando grupos de mujeres y ciudadanos en general se manifestaban lastimando y pintando edificios religiosos en la ciudad, fueron tachados de vándalos y salvajes. Cuando, desde el mismo discurso, estaban exponiendo y declarando con pasión su rechazo a las injusticias y la violencia de una institución contra la mujer. 

Me pregunto si es el Presidente de la República quien debe tomar esta decisión, si los símbolos colectivos y los lazos afectivos con los elementos edificados los construye la ciudadanía, no los discursos sesgados. En este mismo sentido ¿Qué sucede si se mueve el Palacio de Gobierno del centro histórico de Quito? ¿Será que las manifestaciones sociales tienen sentido en la Plaza de la Independencia? ¿No le estaríamos arrancando su estructura, su raíz y su razón de ser? 

Como arquitecta, estoy “entrenada” para construir lazos afectivos con algunos edificios, sobre todo si tiene la capacidad de conmovernos, de emocionarnos, de provocarnos sensaciones sublimes o si tiene algún valor patrimonial o histórico. Pero cuando pienso en los sermones tortuosos de “eliminar el problema estructural” suprimiendo las estructuras edificadas, en el contexto en el que vivimos los ecuatorianos, yo me pregunto:

¿Por qué no se plantea demoler el Palacio de Gobierno para destruir la estructura monstruosa de la corrupción? ¿Por qué no derrocar la Asamblea Nacional para arrancar de raíz los sobornos y las mentiras? ¿Por qué no destruir las Iglesias para extirpar las sanguinarias y violentas escenas de muerte y dolor en nombre de la salvación eterna?¿Por qué no destrozar todas las grandes avenidas para extinguir el tráfico y el estrés de las ciudades?¿Por qué no derribar los muros de los grandes malls para aniquilar el consumo insaciable de las masas?

Aparentemente los discursos de destrucción de las estructuras de los castillos están ahí sólo para la conveniencia, los aplausos y los votos “progresistas”/populistas o, simplemente,  para ser una pantalla de humo que esconde la verdadera estructura de los problemas que tenemos en nuestro país, empezando por los pilares que lo gobiernan.  (O)

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