¿Tenés un jefe controlador? 5 estrategias reales para mantener tu salud mental
Aunque no puedas dejar tu trabajo inmediatamente, hay formas sutiles pero poderosas de proteger tu integridad, reducir el impacto del control excesivo y prepararte para un futuro laboral más saludable.

Ben Laker Colaborador

Hay días en los que sentís que se te va desgastando el ánimo. Empezás a desconfiar de tus propios instintos, le das demasiadas vueltas a los mails y te preparás con demasiada anticipación antes de cada reunión. Cuando tenés un jefe autoritario, hasta las tareas más simples pueden volverse una carga emocional.

Esa necesidad constante de controlar, criticar y microgestionar no solo te chupa la energía, también te hace perder el rumbo e incluso dudar de quién sos. Aunque no puedas irte de inmediato, hay formas de cuidar tu integridad profesional —y también tu identidad— mientras te preparás para un futuro más acorde con vos. Afrontar este tipo de liderazgo no tiene que ver solo con aguantar, sino con tomar decisiones pequeñas y conscientes que te den un poco más de autonomía sin quemar todos los puentes.

Ver a la persona detrás del poder

Cuando alguien manda con miedo y control, eso suele hablar más de él que de vos. Los jefes autoritarios muchas veces se mueven por una inseguridad profunda o una necesidad constante de parecer que nunca se equivocan. Entender que ese comportamiento nace de su propia ansiedad puede ayudarte a no tomarte tan a pecho las críticas. En vez de tragarte cada comentario duro, tratá de verlo como una señal de lo que pasa en su cabeza, no como un reflejo de tu valor.

Incluso podrías empezar a anticipar lo que los saca de quicio. Por ejemplo, si sabés que se enojan cuando sienten que no están al tanto, podés mandarles actualizaciones breves de forma preventiva. O si notás que se ponen más controladores cuando se acerca una fecha límite, podés adelantarles los plazos y preguntarles: "¿Preferís un resumen del avance cada semana o a mitad de semana?". Estrategias simples como estas ayudan a bajar la tensión y a evitar la microgestión sin que pierdas tu independencia.

Crear espacio para respirar

Cuando el día se te llena de interrupciones, reservarte momentos sin distracciones se vuelve clave. Una manera de hacerlo es bloquear franjas horarias en el calendario y dejarlas bien claras, con etiquetas como "redactar informe para el viernes" o "analizar datos de clientes". Así mostrás tu carga de trabajo y ayudás a evitar pedidos de último momento.

Si una charla directa te parece demasiado arriesgada, podés arrancar con cambios más sutiles.

También podés plantear tu disponibilidad desde la lógica de la eficiencia. Por ejemplo, podés decir: "Trabajo mejor cuando agrupo las tareas. ¿Te sirve si te mando un resumen corto todos los jueves a la tarde?". Este tipo de mensajes dejan claro que no estás poniendo un límite por capricho, sino porque buscás una forma más inteligente de trabajar y lograr resultados.

Si una charla directa te parece demasiado arriesgada, podés arrancar con cambios más sutiles: mandar invitaciones de calendario para los momentos de preparación o poner tu estado en "no molestar" cuando estés concentrado. Son señales discretas, pero con el tiempo te pueden ayudar a recuperar algo de control sobre tu ritmo de trabajo.

Armar un registro silencioso de fortaleza

Cuando las críticas sobran y el reconocimiento escasea, necesitás tu propio sistema para valorar lo que venís logrando. Empezá a anotar tus avances con regularidad. Podés armarte una carpeta privada con los hitos del proyecto, mails donde te reconozcan algo positivo o una lista de resultados que salieron bien. Esto no solo te sirve para futuras evaluaciones o entrevistas, también te da una sensación de continuidad y confianza en esos días en los que la moral está por el piso.

También podés llevar un registro de los desafíos que fuiste manejando, como tratar con clientes difíciles o mejorar un proceso sin tener indicaciones claras. Mirar hacia atrás y ver todo lo que superaste bajo presión te recuerda de lo que sos capaz. Sumá además hábitos diarios que te ayuden a mantener el sistema nervioso en calma. Podés salir a caminar cinco minutos después de una reunión tensa, arrancar la mañana con un ritual que te conecte con vos o frenar un momento para respirar tres veces antes de contestar un mensaje que te saque. Estos pequeños cortes te dan el espacio justo para seguir tranquilo, con la cabeza despejada y sin perder el control.

Buscar a las personas indicadas para hablar

No tenés que pasar por esta experiencia en silencio. Aunque no sea seguro descargar en el trabajo, buscá espacios confiables por fuera. Podés contactar a un mentor de algún trabajo anterior y preguntarle: "¿Alguna vez trabajaste con alguien que no te dejaba ni respirar?". O sumarte a un foro del rubro o a un grupo profesional donde se hablen estos temas con más sinceridad. Tener cerca gente de confianza que entienda lo que estás viviendo puede hacer una gran diferencia. Capaz no puedan resolver el problema, pero sí darte otra forma de verlo o recordarte todo lo que ya lograste.

Empezá a anotar tus avances con regularidad

También podés pensar en esa red como parte de tu plan de carrera a largo plazo. Una charla con alguien que conozca tus fortalezas puede terminar, más adelante, en una recomendación, una colaboración o incluso en una salida. La clave está en mantener ese vínculo activo, aunque sea con un mensaje cada tanto o compartiendo una nota que te hizo acordar a esa persona.

Invertir en tu propia salida

Aunque por ahora decidas quedarte, pensar en lo que viene más adelante siempre vale la pena. Usá este tiempo para prepararte. Podés anotarte en un curso online que te sirva o reservar una hora cada dos semanas para ir actualizando el CV con los proyectos que tenés en marcha. Si podés, empezá a seguir a organizaciones o referentes que estén más alineados con tus valores y buscá formas de interactuar con lo que publican o los eventos que organizan. Cuando en el laburo te den indicaciones confusas o que se contradicen, tomalo como una práctica para mejorar tu forma de comunicar con estrategia.

Practicá hacer preguntas que aclaren, como: "¿Puedo confirmar cuál es la prioridad entre estas dos tareas?" o "¿Querés que esto esté listo antes o después de la reunión semanal?". Estas habilidades no solo te ayudan a bancártela, también te hacen más perceptivo, más hábil y mejor preparado para liderar. Con el tiempo, mientras sumás experiencia y registrás cómo te adaptaste bajo presión, vas armando de forma silenciosa una historia que te va a servir cuando aparezca la oportunidad justa.

Convertir la lucha en algo que tenga sentido

No es fácil trabajar con alguien que confunde control con competencia o usa el miedo como forma de mando. Pero cada vez que te plantás con elegancia, cada vez que elegís responder con cabeza en vez de reaccionar en caliente, fortalecés algo más profundo. Ahí es cuando tus valores se afilan y empieza a tomar forma, en silencio, el estilo de liderazgo que podrías tener. Estás aprendiendo qué clase de jefe no querés ser y vislumbrando en quién podrías convertirte si se te diera la oportunidad.

No hace falta amar tu situación actual para crecer. Con estrategias bien pensadas, pequeños gestos de rebeldía que respeten tu forma de trabajar y la mirada puesta en lo que viene, podés salir de esta etapa con más claridad, firmeza y confianza que nunca.

 

*Con información de Forbes US.