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Los verbos españoles “ser y estar”, para la filosofía heideggeriana alrededor de la muerte, son el morir mientras vivimos; es decir, la certeza del fallecer.

20 Septiembre de 2023 13.37

Nos referimos al “Ser", así, con mayúscula y como sustantivo, en el contexto de la filosofía existencialista de Martin Heidegger (1889 – 1976), decano de filosofía en la Universidad de Friburgo, de la que también fue su rector. Fue discípulo de E. Husserl, padre de la fenomenología, quien lo influenciará decididamente. Martin, de origen católico, se inicia en la filosofía y la teología como estudiante para sacerdote. Muy temprano abandona el seminario jesuita, al tomar conciencia de las limitaciones que le imponía el dogmatismo, y emprende en una nueva aproximación al “ente”. De hecho, para el alemán, el Ser es el creador de todo, incluido dios… y no al contrario.

Entre las cuatro características del Ser, referidas más bien como “modalidades”, la filosofía heideggeriana cerca a los mortales y a los dioses. Aquellos son los hombres, que conforman el “escondite” del ser, siendo éstos – los dioses – nada distinto a una materialización del Ser. La conjugación de los dos con la tierra y el cielo conforman el mundo como factor fenomenológico de la naturaleza humana. Pensar en dios como “ente supremo” solo es posible si asumimos al Ser por sobre toda y cualquier consideración mística. No hay un dios sin el Ser. Puede concebirse al Ser al margen de dios pero jamás a un dios ajeno al Ser. Éste es, tal vez, el mayor error del cristianismo; es decir, pretender transmitirnos la idea de Dios por sobre el Ser, siendo que el Ser es la esencia de todo lo que nos rodea.

El “ser” es ese cabal que define al Ser Humano no como “ente” pero en su trascendencia aristotélica, que el griego la conceptuaba como “lo más universal de todo”. El hombre – el Ser – no necesita de un dios; es éste quien necesitó de aquel tanto para su creación cuanto para su existencia. Siempre podremos desglosarnos de la idea y objetividad de cualquier ente abstracto, llamado dios, pero nunca del símbolo pragmático del individuo concreto denominado Ser. No se trata, dicen los existencialistas, de algún teísmo – mono, pan o ate – sino de una visión ecuánime del mundo.

Al decir de Heidegger, “la esencia del existir consiste en su existencia”. Mientras el Ser exista, pensará, razonará… vivirá en sí como ser pensante, Y lo hará “estando en el mundo”, que para el alemán es un fenómeno unitario. En la filosofía de Martin, el mundo tiene cuatro sentidos, si se quiere ontológicos. Primero, todo lo que el ente representa o está dentro de ese algo que es el mundo. Luego, aquello que el universo es en su proyección filosófica, que también pragmática. El tercero tiene un significado fáctico, a título vivencial. El cuarto, en Heidegger, es una existencia en términos de mundanidad presencial en la vida misma.

Concomitantemente, el Ser coexiste. El “Dasein” de Heidegger es un “mundo común”; es un estar en y estar con otros. Estamos frente a un fenómeno sociogénico que obliga al hombre en su condición de miembro de una sociedad con la cual tiene un compromiso. Esa coexistencia puede ser de naturaleza “no-auténtica”, cuando el Ser adopta posiciones impersonales, intrascendentes, equivalentes a la decadencia humana, tan propia de la Latinoamérica actual. En el otro extremo se encuentra la existencia auténtica heideggeriana, que impone el deber de encontrarse con uno mismo, manifestada en la verdad auténtica, que dista de una veracidad impuesta por revelaciones religiosas, las cuales dejan de abonar algo a la vida real. De aquí la crítica del filósofo a un dios metafísico etéreo lejano del hombre.

Y así llegamos a la muerte en Heidegger. Para su análisis y teorización parte de la finitud del hombre… ese futuro fatídico y siniestro del cual no podemos escapar y que sume al Ser en perenne angustia, en tanto es un algo propio. A tal punto que en palabras del filósofo “nadie puede quitar su morir a otro”. Tan infausto pero inevitable fenómeno jamás puede ser “compensado” con la absurda idea intangible de una vida eterna posterior a la muerte, como absurdamente lo pregona la Iglesia Católica.

El llegar al fin mortal Martin lo conceptúa como “estar en la muerte”, que se complementa con la “libertad para la muerte”, que nada tiene de espiritualidad religiosa. Estas profundas nociones de nuestro pensador guardan estrecha relación con la muerte nietzscheana de dios, que no tiene propiamente una connotación religiosa pero esencialmente de la preeminencia del Ser como humano.

Los verbos españoles “ser y estar”, para la filosofía heideggeriana alrededor de la muerte, son el morir mientras vivimos; es decir, la certeza del fallecer. Aceptar la hora suprema del fallecimiento, en Heidegger, es acceder al real sentido de la naturaleza humana, que da “profundidad y resolutividad” a nuestra vida.

Queda, pues, definido el Ser, el ente, su existencia y su fin. (O)
 

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