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Centro histórico de Quito
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¿A cuántos, de verdad, les importa Quito, a cuántos les duele el parque, la calle, la destrucción de su estética y su paisaje? ¿A cuántos les preocupa cómo el espacio urbano se anarquiza? Esta es una ciudad a la que la identidad se le quedó en el camino, o más bien, se quedó enredada entre la nostalgia, el olvido de la historia, el tráfico y la inseguridad.

17 Diciembre de 2021 15.26

Las fiestas de conmemoración de la fundación española de Quito pusieron en evidencia  la suma de problemas que aquejan a la ciudad, la disolución de su personalidad, la crisis del principio de autoridad, los devaneos y los líos municipales, la absoluta ausencia de liderazgo, y la transformación del festejo en caos, y de la civilidad, en grosería. Pudimos constatar el imperio del desorden,  la vigencia del tumulto y  la desaparición de referentes que, hasta hace pocos años, de algún modo, aglutinaban a los habitantes, convocaban a bailar,  hacer un brindis, y a sentir que la ciudad era una realidad viva, o si se quiere una nostalgia, pero siempre un referente. 

Quito se quedó sin dos eventos que, más allá de las sensibilidades, pasiones y conflictos que suscitaban, fueron parte de la vida de la ciudad: las procesiones y la fiesta taurina. Sin los toros, la ciudad es otra. Hay quienes opinan que su ausencia es un progreso, y  hay quienes sostienen lo contrario. Más allá del debate siempre apasionado, el hecho es que ya no hay toros, y que quedó un vacío que no se ha llenado. Lo que vimos en las “fiestas” fue la agresividad de muchos farristas, el desorden, el pobre nivel de los eventos, unas cuantas “chivas” cuyos griteríos acentuaban la soledad de la urbe,  la reiteración cansina de los actos oficiales y la general indolencia ciudadana. 

La reciente memoria de unas fiestas tristonas y decadentes es la ocasión  para  apuntar algunas consideraciones sobre la ciudad. 

I.- Los problemas de ser capital.- A diferencia de Guayaquil y Cuenca, Quito tiene que lidiar con su condición de capital de la República, de centro político que concentra Gobierno, Asamblea, Corte Nacional, Fiscalía General, ministerios, etc. Todo eso influye en el funcionamiento de la ciudad, satura la vida de sus habitantes, acumula problemas que afectan a la infraestructura, convierte a los símbolos urbanos y a sus monumentos en objeto de odio y de inaceptables agresiones. El vecindario de la Alcaldía con Carondelet, quiérase o no, incide sobre la autonomía municipal. 

Quito ha sido, y seguirá siendo, la cara política del Ecuador. Eso es histórico e incuestionable y, sin duda, es bueno, pero también es problemático en la medida en que los grandes temas del país se convierten en conflictos de la capital. Aquí se concentran el poder y las complicaciones que genera ese poder. Si se quiere protestar con alguna eficacia, se viene a Quito; los debates están en esta ciudad, y las frustraciones del país, en buena medida, nacen o mueren aquí. Ser capital es una moneda de dos caras:  es el escenario de los triunfos y de los fracasos políticos. Eso es irremediable, es la herencia y la condición de Quito. Ese es el costo de la “capitalidad”. 

II.- Una ciudad que ha perdido identidad.- Alguna gente, y algunas élites, se quedaron en la idea, en la imagen y en la vieja noción del Quito colonial. Se quedaron anclados en una nostalgia. Lamentablemente, ese factor de identidad histórica se ha evaporado, o se está evaporando. El centro histórico ya no es el  que corresponde a  las memorias,  crónicas,  leyendas y  fotografías, temas ignorados por buena parte de los jóvenes. Ahora es un espacio complejo, sucio, caótico, donde el comercio ambulante gana la partida, daña los monumentos y genera una imagen de ciudad asiática, tumultuosa e insegura. ¿Alguien sabe cómo enfrentar semejante tema? El último y eficiente esfuerzo lo hizo el general Paco Moncayo cuando ejerció, con eficiencia, la función de Alcalde. Desde entonces, no se ve progreso. Se ve desidia, falta de autoridad, irresponsabilidad municipal, grave deterioro institucional. 

En el resto de la cuidad se ha perdido el sentido de vecindario, que ya no existe más.  Quito es ahora una concentración inorgánica de seres extraños, distantes, aislados en sus conflictos y en sus celulares. Del vecindario tradicional, hemos llegado al tumulto de consumidores anónimos, para quienes el interés por vivir bien termina, si acaso, en la puerta de su apartamento. Esa falta de identidad explica la indolencia y la agresividad; explica, a mi entender, que  “no se le sienta a la ciudad”. A cuántos, de verdad, les importa Quito, a cuántos les duele el parque, la calle, la destrucción de su estética y  su paisaje? ¿A cuántos  les preocupa cómo el espacio urbano se anarquiza? Esta es  una ciudad a la que la identidad se le quedó en el camino, o más bien,  se quedó enredada entre la nostalgia, el olvido de la historia, el tráfico y la inseguridad. 

III.- ¿Tiene proyecto la ciudad?.- La crisis de identidad podría tener respuesta en un proyecto de ciudad que convoque a sus habitantes y toque los temas esenciales. Guayaquil es un ejemplo: salió de una situación de marasmo y destrucción con un proyecto claro, con prácticas constantes y compromisos renovados, y con la restauración del sentido de autoridad. Ahora tiene otros problemas, claro está, que deberá superar. Pero Quito, que yo conozca, no tiene ningún proyecto que sea factor de movilización positiva, ni se ha rescatado el principio de autoridad, y nadie tiene, ni quiere tener, compromisos más allá de su condominio o de su casa.  

¿Cuál es el proyecto de ciudad por el que se vota para elegir autoridades? ¿Aparte de las periódicas y mediocres incursiones electorales de las innumerables versiones de clientelismo y de populismo menor, hay un proyecto de comunidad? El tema es que la meta de los políticos de todos los cortes y pelajes  no es la ciudad. La meta es cómo soy alcalde y cómo prospera mi carrera política. Eso se llama “democratismo”, anarquía electoral, eso explica por ejemplo, por qué, en las últimas elecciones hubo 18 candidatos a alcalde y cientos de aspirantes a concejales. 

IV.- Los otros problemas.- Además de la condición de capital que determina el destino de Quito, hay temas adicionales: las elites de la ciudad se ausentaron y se encerraron en sus torres de marfil, ¿dónde están? No hay un centro de pensamiento cuyo objetivo sea la ciudad, donde se la piense siempre, y no solo cuando hay elecciones. Y por supuesto, está la compleja estructura de una ciudad larga y estrecha, la abundancia de vehículos, la caducidad de los accesos a la urbe, la contaminación,  la basura. Está el enorme tema de la migración.  Y está el desorden de la arquitectura y del crecimiento urbano; aquí se edifica sin ton ni son:  junto a una escuela se implanta una fábrica, y cualquier barrio amanece con una discoteca que le perturba. Está el ruido: cada cual hace la fiesta estruendosa, actúa como le viene en gana, anuncia a volumen insufrible ventas de autos, comercio de chucherías o campañas de salvación nacional. Abundan los “concursos” de quienes rompen la paz que la gente se merece. Y está la inseguridad, el miedo que crece, la prepotencia que abruma. Y estamos nosotros, que somos el principal problema. (O)

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