Forbes Ecuador
educacion empresarial
Columnistas
Share

¿Educación en negocios o negocios de la educación? No es solo un juego de palabras, sino una crítica legítima al riesgo de priorizar ingresos, métricas o prestigio sobre el propósito formativo. Si la educación empresarial tiene un fin exclusivo de mercado, su propósito puede ceder ante la apariencia. Y sin coherencia no hay transformación sostenible que sea posible.

30 Mayo de 2025 12.42

Durante décadas, la investigación académica en escuelas de negocios ha sido un símbolo de calidad institucional y prestigio internacional. Publicar en revistas indexadas, escalar posiciones en rankings globales y lograr visibilidad científica se ha vuelto una aspiración legítima para muchas facultades que buscan acreditaciones internacionales. Sin embargo, en medio de este esfuerzo técnico y metódico, surge una pregunta que no puede ignorarse: ¿estamos formando profesionales con impacto real o simplemente sofisticando el negocio de la educación?

La literatura especializada y los informes técnicos sobre impacto en escuelas de negocios advierten una tensión persistente entre rigor académico y relevancia social.  Si bien muchas instituciones han perfeccionado sus mecanismos para garantizar la calidad investigativa, todavía enfrentan el desafío de conectar esa producción con los dilemas éticos, sociales y empresariales del mundo real. La excelencia científica es fundamental, pero no lo es todo: hoy más que nunca, se demanda que el conocimiento se traduzca en decisiones, prácticas y transformaciones tangibles dentro de las aulas, las empresas y las comunidades.

La educación empresarial ya no puede reducirse a un conjunto de contenidos curriculares. Debe ser una experiencia vivencial, inmersiva y conectada con la realidad.  Llevar las empresas a las clases y las clases a las empresas es una urgencia pedagógica para formar líderes capaces de diseñar modelos rentables que hagan el bien al mundo. Ante todo, una educación verdaderamente transformadora debería ser una experiencia que desafíe la forma en que las personas enfrentan la vida a través de más acciones y menos palabras.

Las universidades y las empresas pueden proponer proyectos innovadores de impacto ambiental y social, conseguir financiamiento y recursos, contar con la mejor tecnología y prometer altas probabilidades de éxito; sin embargo, las personas son las organizaciones y su realización personal es determinante en este proceso.

En ese sentido, el impacto no solo se trata de indicadores de productividad o publicaciones.  También tiene que ver con la valentía personal, en la forma en que los profesionales enfrentan los retos, incluso cuando no se sienten completamente preparados. Aceptar desafíos con humildad, o renunciar a ellos cuando contradicen nuestros principios, son expresiones de liderazgo.  Son momentos donde emergen habilidades dormidas, se fortalece la resiliencia y se cultiva la integridad.

Aquí emerge un componente significativo en las métricas de impacto: el ejemplo personal. Lo que una persona decide, cómo actúa y qué consecuencias acepta,  tiene el poder de inspirar o de vaciar de sentido incluso la mejor estrategia. Hace poco aprendí que inspirar, en su sentido más profundo, proviene de la asociación de la respiración con el alma, para tomar aire, oxigenarnos y dar aliento a quienes nos rodean. 

Independientemente del título o el buen plan, las decisiones más transformadoras no son las que buscan reconocimiento; son gestos coherentes y discretos que construyen cultura y dan sentido a lo colectivo. Hay personas que modifican contextos enteros por su modo de hacer lo correcto incluso cuando nadie las observa. Son aquellas que saben que tienen que tomar el aire para alimentarse y entregar a cambio creatividad y dar aliento. 

En medio de esta reflexión, la pregunta persiste: ¿educación en negocios o negocios de la educación? No es solo un juego de palabras, sino una crítica legítima al riesgo de priorizar ingresos, métricas o prestigio sobre el propósito formativo. Si la educación empresarial tiene un fin exclusivo de mercado, su propósito puede ceder ante la apariencia. Y sin coherencia no hay transformación sostenible que sea posible.

Volver a los esencial significa recordar que la educación empresarial debe formar personas íntegras y libres. Sí, es necesario generar conocimiento y mostrar resultados.  Pero lo verdaderamente relevante está en los valores que siembran, en las decisiones que se enseñan a tomar y en las vidas que inspiran a transformar.

En un mundo que cambia vertiginosamente, no necesitamos voces más fuertes, sino personas más claras que sepan que impactar no es impresionar. Profesionales que abracen los desafíos no por ambición, sino por propósito. Que comprendan que cada acción cuenta, y que en esa coherencia silenciosa y en su capacidad de inspirar comienza el verdadero cambio.  (O)

10