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El consenso tenderá a ser "más" encomiable mientras mayores sean las diferencias entre los actores. El consentimiento libre que culmina en consensos hace del hombre un ser digno de enaltecimiento.

31 Enero de 2024 14.57

Paradójicamente, no existe consenso en el alcance conceptual del término. No lo tiene para el ámbito social y político en que el asenso juega un rol preponderante hacia el acierto en consentimientos. Lo cierto es que los países que dejan de “ponerse de acuerdo” en aspectos mínimos requeridos para una avenencia sana, corren un serio riesgo de desintegración. Ello es inconciencia, a título de irreflexión entre lo bueno y lo malo, entre lo que conviene y lo que perjudica.

En el contexto que nos interesa, “consenso” es la ausencia de objeciones, materializado no por aquiescencia intrínseca con el planteamiento de un tercero, pero con el propósito de arribar a connivencias superiores a los beneficios propios. Los asentimientos son siempre necesarios entre personas y pueblos que se precian de sí mismos, y por ende miran un horizonte distante de meras conveniencias propias. Cuando las divisamos sin ponderar al prójimo vivimos al filo de un abismo ontológico en el cual tarde o temprano nos derrumbaremos. La sociedad pensante requiere de una configuración global, que no de enfile egoísta… menos cuando este obstaculiza su normal desenvolvimiento. Quien rechaza consensos es necio. De allí que discutir lo indiscutible desdice de la inteligencia. No hay tonto más tonto que el tonto que se aferra a sus tontos barnices. Remitámonos a sus orígenes filosóficos.

Tras la Guerra del Peloponeso, Atenas entra en un proceso de frustración y de autocuestionamiento. Aparece Jenofonte con sus nociones alrededor de la “homonoia”… juramento de concordia y conformidad de sentimientos. El consensuar para la Grecia antigua es una disponibilidad hacia la expresión, y elaborar en los conflictos dentro de pactos que habiliten discusiones públicas y consiguientes convenios fructíferos. Lo determinante deja de ser el pensamiento uniforme. Pasa a convertirse en el estar juntos ante circunstancias que exigen ir más allá de uno mismo. Platón (Leyes) refiere la necesidad de que Magnesia – la ciudad utópica – se “encante incesantemente”. Demanda del compartir tendiente a una sola visión del entorno, siendo que la ausencia de tal enfoque compromete al concierto de la poli. 

Esta la perspectiva histórico-filosófica pretérita del tema. Puede apreciarse que ofrece conceptos universalmente válidos, vigentes, y que en buena medida sentaron las bases del desarrollo de la “institución” para sus lanzamientos sociopolíticos futuros.

En su proyección metafísica el consenso es armonía de ideales y propósitos. En el espacio sociopolítico las representaciones deben ser sublimes… asociadas al bien común. Jamás lograrán consensos las naciones en que los estratos directivos – o aquellos que pretenden serlo sin el suficiente acervo ético – se abstraen de sus responsabilidades. Los países que logran consensuar a la vera de coyunturas trascienden; los otros se estancan. En la sociedad la incapacidad de pactar es directamente proporcional al subdesarrollo mental de sus miembros. 

El consenso es un crédito vinculado de manera ineludible al “consentimiento”. La anuencia toma forma desde el momento en que el individuo y la sociedad exteriorizan disposición hacia una intención. Lo definitivo en la venia consensuada está en la “cesión” razonada y responsable de posiciones.

Al margen de las críticas al Leviatán de T. Hobbes (1588 – 1679) por su defensa de un Estado todopoderoso, sí que concibe apoyos a un “contrato social” consensuado. Casi un siglo después, J. J. Rousseau (1712 -1778) retoma la noción contractual con un matiz más elaborado. El Ilustrado nacido suizo redefine los elementos del acuerdo social, bajo la idea primaria de que la “libertad civil” va atada al consenso/consentimiento de sujeción al poder aun cuando podamos estar en desacuerdo con este. La “voluntad general”, dice, es el deseo colectivo de promover el bien comunitario. De allí que consideramos no equivocarnos al afirmar que hablar de “consensos” es referirnos al “sentido común” de la sociedad y de sus miembros.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX nos topamos con M. Weber (fallece en 1920). En cuanto a los consensos, que dada su formación los relaciona con los políticos, asevera ser las posibilidades empíricas de que las acciones en que emprendamos – con vista en las expectativas de la actitud de terceros – concreten nuestras propias expectativas. Es un pensamiento de enorme profundidad e importancia. El “sacrificio” que pueda representar el consenso a título de ceder es manifestación de racionalidad humana… asirse de pasiones es expresión de torpeza.

El consenso tenderá a ser “más” encomiable mientras mayores sean las diferencias entre los actores. El consentimiento libre que culmina en consensos hace del hombre un ser digno de enaltecimiento.  (O)

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