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Estamos ubicados en el umbral de un cambio social impulsado por una transformación generacional inédita, evidenciado en las secuelas de la caída de las tasas de natalidad y en el envejecimiento de la población

13 Octubre de 2023 14.47

Hace pocas semanas durante un evento académico organizado por el Centro Internacional Santander Emprendimiento (CISE) en Cantabria, conocí a un grupo de investigadores de varias universidades españolas, en el cual nítidamente destacaba un corajudo estudiante de doctorado de 78 años, que obtendrá seguramente su título de PhD cuando cumpla más de 80. Escribo este artículo, en homenaje a este grupo y a Isidoro, nuestro más atrevido compañero.

La historia de Isidoro no sería completa, si además de su perseverancia y energía vital no se habría propuesto como línea de investigación indagar acerca del envejecimiento activo y la ciudadanía, buscando entender el valor social de las personas mayores en la transferencia de conocimiento y experiencia. ¡Qué oportuno tema!

Y aunque nuestro espíritu se resista, todos envejecemos o envejeceremos algún día, para entender la tendencia basta con mirar la información de la ONU, la cual registra en el mundo actual a más de 800 millones de habitantes de más de 65 años; mismos que en 2030 superarán los 1.600 millones, es decir el doble de hoy.

Coyunturalmente, también hace poco tiempo, el presidente francés Emmanuel Macron, sorprendió declarando que “el mundo acudía al fin del estado de abundancia”, dicho de otra forma, al ocaso del estado de bienestar, una forma de política pública que ha promovido estrategias de seguridad social, lo cual hace entrever sin duda, que una de las importantes afectaciones implícitas estará relacionada con la jubilación de la población senior de la sociedad.

El mundo tal y como lo conocemos, atraviesa por un cambio demográfico sin precedentes y me atrevo a asegurar que no está preparado para ofrecer un trato digno a sus mayores, ni para enfrentar la nueva realidad sociodemográfica vinculada con el envejecimiento de la población, sino imaginemos un día en la vida de nuestros abuelos enfrentando a la tecnología, a los trámites bancarios, a las gestiones con instituciones burocráticas, al acceso a medios de transporte, al uso de servicios de salud y a una serie de situaciones cotidianas que desafían su vida.

El incremento de los indicadores de longevidad —la esperanza de vida al nacer pasará de 72,6 años en 2019 a 77,1 años en 2050, según Naciones Unidas—, junto con la caída de los ratios de natalidad — el número de hijos por mujer pasó de los 3,2 nacidos de 1990 a los 2,5 de 2019, profundizará en esa tendencia hasta los 2,2 en 2050 y los 1,9 en 2100—, son dos caras de un mismo problema y que nos convocan como sociedad a entender las profundas afectaciones implícitas y explícitas. 

Hacia 2050, el 80% de las personas mayores vivirá en países de ingresos bajos y medianos (Organización Mundial de la Salud), por lo cual es previsible que experimentemos alteraciones económicas relacionadas con políticas públicas que intenten corregir el deterioro del estado de bienestar mediante la aplicación de incrementos impositivos, cambios en las edades de jubilación para corregir descalces, transformación del mercado laboral y de consumo y en general un nuevo marco de armonización migratoria global entre países desarrollados, en vías de desarrollo, y subdesarrollados.

Un estudio de David Bloom, profesor de Economía y Demografía en la Universidad de Harvard, cita en sus investigaciones como estrategias para atenuar el impacto económico del envejecimiento, aspectos como: aumentar la edad de jubilación, estimular el ahorro, aumentar la participación en el mercado laboral de las mujeres, abrir las puertas a la migración y dar más incentivos al sistema educativo. 

Analistas científicos internacionales como los sociólogos Darrel Bricker y Alberto Palloni, alertan sobre los graves riesgos sociales que implicarán los altos costos en sanidad y pensiones en el futuro y la limitación de recursos de muchos países, y enfatizan en que “el mayor componente de los llamados costes del envejecimiento son los gastos sanitarios”, por lo cual ”...los países de renta media y alta tendrán que enfrentarlos con más impuestos” o reasignando partidas presupuestarias.

Lo que es claro, es que estamos ubicados en el umbral de un cambio social impulsado por una transformación generacional inédita, evidenciado en las secuelas de la caída de las tasas de natalidad y en el envejecimiento de la población; y, que al final determinarán un cambio radical de las bases del estado de bienestar, los cuales están impulsando un cambio generalizado de todo orden social, que además promoverá al apogeo de industrias emergentes como las del envejecimiento (o antienvejecimiento), la salud, las medicinas, el ocio, el turismo y la nutrición de los adultos mayores.

Mientras tanto, recorriendo las calles de la bella Cantabria y mirando el futuro aún con esperanza, hemos brindado a la salud de Isidoro y de su investigación doctoral, recordando al filósofo suizo Henri Frédéric Amiel quien en sus diarios sentenciaba que “saber envejecer constituye la obra maestra de la sabiduría y es una de las partes más difíciles del arte de vivir”. (O)

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