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El terrorismo instala el miedo. El miedo es cultural. Se aprende. No nacemos con miedo.

18 Enero de 2024 15.49

El día martes 9 de enero se quebró el país. Nada volvería a ser igual… Un grupo de 13 encapuchados se tomó por la fuerza TC Televisión en Guayaquil. El hecho se transmitió en vivo, puertas adentro y para el extranjero… Como operativo estratégico… una caricatura: jóvenes “culicagados” sin orientación. Si la intención fue lanzar una proclama y huir, fracasaron en toda la línea. 

Sin embargo, lograron algo mucho grande: generar -junto con coches bomba,  amotinamientos, secuestros, saqueos - una ola de miedo sin precedentes. Desataron -junto con el escape de 2 capos mafiosos- la guerra imposible. Guerra edulcorada como conflicto armado interno. 21 pandillas -25 según especialistas- que pasaron a ser actores no estatales, terroristas a secas. 

El miedo colectivo se nos filtró a todos los rincones. Llegó a la familia y a la mente y al corazón. Aunque sencillo, el miedo no es tan fácil definir…. Se trata de una emoción primaria desagradable ocasionada por un peligro, real o imaginario. Su máxima expresión, el terror. Se considera miedo “normal” al que funciona como mecanismo de defensa que nos alerta sobre peligros, que nos permite responder a situaciones externas; es beneficioso en este caso. 

El miedo patológico es el nocivo. Y más si se vuelve colectivo. Se exacerban las angustias. Se imaginan y esperan asaltos, encapuchados, armas, explosiones, secuestros, sangre. Se presentan problemas físicos: dolor de cabeza y muscular, mayor ritmo cardíaco, sudores, temblores. Y sicológicos: estrés, ansiedad, irritabilidad, baja capacidad de control, decisiones impulsivas, depresión, ataques de pánico, fobias.

Y lo peor: el miedo puede ocasionarse intencionalmente y manipularse. Ése es nuestro caso. Las organizaciones narco -las pequeñas y las redes regionales- son expertas en provocar miedo. Para alcanzar sus resultados: preservar su poder y sus negocios, eliminar los obstáculos. Instalar el miedo es su consigna y su premio. Después se regará solo, contaminará hasta las almas. Provocará desconfianza en las propias sombras. 

Las reacciones suelen ser diversas. Las más frecuentes: atacar o amenazar, paralizarse, retirarse o huir, esconderse, someterse.  A nivel de la población han predominado hasta ahora huir, esconderse, someterse. El miedo es libre, como dice la gente. Se aprende. Es cultural; no nacemos con miedo.

MANO DURÍSIMA

A nivel del estado, la respuesta se tiñe de violencia. Las fuerzas del orden van con todo, sin contemplaciones. Se ha declarado la guerra y se ha etiquetado a los bandidos como terroristas. No caben negociaciones. Noboa y su gente se juega todo su capital político.

Los resultados del primer día marcan la tónica: 329 apresados, 5 abatidos, 2 policías muertos, incautaciones al por mayor. Efectos parecidos se muestran cada día. La población aprueba: aplausos, entregas de comida, donaciones, apoyo de GADs... La mano dura, durísima, tiene respaldo. El aguante llegó a su límite.

El problema sin embargo, es complejo. El crimen se ha incrustado en las instituciones, en los aparatos de represión y de justicia. Y tiene aliados en la clase política. La gravedad se aprecia en las cifras que entrega el especialista Fernando Carrión. Calcula en 50 mil los efectivos de las bandas. Identifica 25 organizaciones delictivas. Aprecia estructuras regionales poderosas. Y advierte: las FA cuentan con 38 mil efectivos… Asimetrías insólitas.

La ofensiva del estado puede contar con apoyo extranjero inédito: tropas, inteligencia, tecnología, equipos, entrenamiento. Chile, Bolivia, Brasil, Argentina, E.U. entre otros, se han puesto a la disposición. Quizá sea una señal de que la problemática es global. Y que global debe ser su solución.  

Vivimos ya en situación de guerra. Guerra que implica restricciones en el uso del tiempo, trabajo, estudios, entretenimiento, movilización. Guerra que aleja inversiones y turismo. Que resiente los negocios. Que carga imposiciones y distrae recursos. Que eleva las desconfianzas, la incertidumbre, el miedo.

Ante la desgracia -toda guerra es una desgracia- es imperativo reconstruir nuestras redes de confianza, nuestro tejido social. Es preciso normalizar lo más pronto las actividades cotidianas. Los cuidados deben ser extremos, pero la parálisis y el escondite solo abonan en favor de los bandidos. 

Las líneas de futuro se multiplican. Mencionamos por lo menos dos: avanzar hasta el fondo en el caso Metástasis y tomar el control total y sostenido en las cárceles. A niveles personales, dos prioridades: cuidados extremos a los niños para no sembrar en ellos el terror y atención fina a la información para frenar las especulaciones. La guerra nos asigna papeles a cada uno. Nadie queda al margen.  (O)

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