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relativismo
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Lo importante está en pensar y actuar en todo momento alrededor de una verdad, cualquiera sea ésta. Lo cuestionable en moral es “adecuar” la verdad al relativismo, no éste a aquella. Para la eticidad, el indecente puede no ser relativista, pero el relativista será perennemente indecente.

09 Junio de 2022 11.30

El mundo actual peca de “relativismo”. Lo podemos apreciar en todas las facetas del desempeño humano, desde aquellas de estricta relevancia personal, las cuales se reflejan en la consabida palabra “depende”, hasta las sociales en general en las que acomodamos los procederes a meros intereses individuales olvidando responsabilidades comunitarias. 

Cualquier aproximación en la materia, por imperiosa necesidad, debe partir del hecho cierto de que nos enfrentamos no a una crisis de valores cuanto a un desequilibrio ético de los sujetos. En efecto, la capacidad del ser humano de adecuar, en función del relativismo, la veracidad social a la realidad propia pretendida -y viceversa- es imperecedera. 

A diferencia de la opinión de “partes interesadas”, los valores -a título de principios éticos esenciales- de una sociedad son inmutables. La problemática radica en el relativismo con que los agentes sociales miran a esos valores y los ponderan en su pragmatización. Los regidores sociales, y en particular los políticos, han desarrollado una inconmensurable facilidad de manipulación. Pero lo más grave no reside en ello sino en su autoconvencimiento de que “están llamados a actuar así” en orden resolver los problemas de aquellos a quienes representan, cuando en realidad solo representan a sí mismos y sus protervos intereses.

Traigamos a colación al intelectual mexicano C. L. Cifuentes, para quien el relativismo se resuelve con “realismo”, al obligarnos a “autenticidad personal” como sinónimo de congruencia. En tal sentido, pensar en algo en términos éticos relativos es alejarnos de la verdad, lo cual entraña la intención de engañar, que en el espectro filosófico es resquebrajar la conformidad entre la buena fe y el conducirse. Esta forma de presentación de los hechos es muy propia de la política mal entendida, cuyos actores tienden a relativizar los fenómenos sociales con el nocivo propósito de acceder a logros que nada tienen que ver con el bien común cuanto con sus solas ambiciones de poder.

Los antes referidos actores sociopolíticos encuentra en las sociedades de escasa madurez política tierra fértil para cultivar sus frutos personales abonándola con relativismo impresentable. 

En el populismo -tanto de derecha como de izquierda, que a la postre son lo mismo- se presenta un relativismo también retratado en dogmatismo, que es por igual una aberración de la verdad. ¿Existe acaso diferencia alguna entre propugnar equidad al amparo de un socialismo mal entendido, y/o hacerlo con argumentos artificiosos de extremismo capitalista deshumanizante? Nos preguntamos también: ¿Cuál es el contraste entre el populista “filo-marxista” y el “filo-fascista” al margen de su peculiar visión del entorno social? En los dos se identifica de manera clara al relativismo impúdico e insolente defendido por extremismos harto perniciosos.

Los populistas dogmáticos, que lo son siempre, observan a las revelaciones sociales abstrayéndose de la indispensable objetividad. Al así proceder se desploman en cinismo, siendo que transmiten mensajes de solución a las inequidades, del todo apartadas de una sana reflexión. En este orden de ideas, los populistas y consiguiente populismo son la más enferma manifestación de relativismo. Sin embargo, tienen una muy hábil manera de llegar al pueblo para engañarlo.

Sin perjuicio de lo expuesto, en nuestro criterio, el relativismo estará siempre presente, pues tampoco podemos afirmar que la verdad no pueda ser al menos voluble. El contingente viene dado, más bien, por el tiempo que toma a la sociedad percatarse del relativismo de sus dirigentes para enfrentarlos.

El relativismo del populismo cae por su propio peso. Lo hace en tanto -más temprano que tarde- deja de ponderar que la inteligencia humana tiene una infinita capacidad de recapacitar sobre la verdad. E. Husserl, filósofo alemán, habla de la verdad de las “leyes lógicas”, a las cuales acudimos los individuos frente al relativismo manipulador. Existe, en efecto, una verdad en ética que nos traslada a diferenciar entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. El filósofo sostiene que en un sentido equívoco hay tantas verdades como equívocos se quieran producir… la verdad, dice, es una idea eterna y supratemporal; no existe en un “punto en el vacío”, pertenece a la esfera de lo que vale de un modo absoluto.

Lo importante está en pensar y actuar en todo momento alrededor de una verdad, cualquiera sea ésta. Lo cuestionable en moral es “adecuar” la verdad al relativismo, no éste a aquella. Para la eticidad, el indecente puede no ser relativista, pero el relativista será perennemente indecente. (O)

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