En Ecuador ya no sorprende ver un auto de alta gama en la fila del semáforo, ni una casa de medio millón en una zona donde el salario promedio apenas supera los US$ 500. Tampoco que alguien compre un terreno al contado o que cambie de carro tres veces al año. Lo que sí sorprende, y cada vez menos, es que nadie pregunte cómo lo hizo.
El Banco Central insiste en que somos una economía de ingresos medios, con bajo crecimiento, alto desempleo e informalidad del 51 %. Pero en la calle se siente otra cosa. La tarjeta se pasa sin miedo en los malls, los restaurantes de lujo están llenos entre semana y las urbanizaciones privadas se expanden como si viviéramos un boom petrolero. Las cuentas no cuadran, hasta que uno acepta que la contabilidad oficial y la economía real ya no hablan el mismo idioma.
Lo que falta en el Excel del BCE sobra en efectivo en la calle. Ese hueco se llena con el PIB oculto, ese que no se registra en documentos oficiales. Un mercado que no tributa ni pide préstamos, pero que opera con billetes de US$ 100 en fajos. El narcotráfico, el lavado, el contrabando, las economías ilegales que encontraron en Ecuador son un refugio y un sistema donde florecer.
Las cifras no son fáciles de rastrear, pero las que existen son lo suficientemente grandes para dejar de llamarlas "marginales". Según Risk Bulletins, al menos US$ 3.500 millones fueron lavados en Ecuador en 2021 solo por canales formales. Según cifras reportadas por medios internacionales, la UAFE habría detectado más de US$ 600 millones en operaciones sospechosas de lavado solo en la primera mitad de 2025.
En términos globales, la ONU y el Banco Mundial estiman que los flujos financieros ilícitos, incluido el lavado, alcanzan entre US$ 1 billón y 2 billones al año. Para comparar, eso es más que el PIB de países como Italia o Brasil. Si el narcodinero fuera una economía, sería la tercera más grande del mundo. El Ecuador, con sus US$ 124.000 millones de PIB, es apenas un charco en ese mar, uno muy bien conectado.
No se necesita ser economista para ver las consecuencias. Los precios de los bienes raíces suben impulsados por dinero sin origen claro. Se levantan edificaciones sin saber quién los habitará. Se construyen negocios sin clientes. El que sabe, sabe y el que pregunta, estorba.
Sin embargo, lo más grave es que ya nadie se escandaliza. Lavar ya no es delito moral, es estrategia y un formato aspiracional. "¿Tú qué esperas para lavar?", muchos dicen entre risas. Pero fuera del humor, esto se presenta como un síntoma de la normalización.
La tolerancia social al lavado es entusiasta. En un país de pocas oportunidades, el que lava está a la vista de todos, invierte, genera empleo, vive bien. Es el nuevo "emprendedor" sin RUC. Mientras tanto, el pequeño empresario formal paga impuestos, sufre controles y compite con un fantasma que tiene todo, menos obligaciones.
El Estado lo ve cuando los bancos reportan operaciones sospechosas. Cuando la aduana detecta cargas irregulares. Cuando se construyen mansiones sin permisos, se compran autos al contado, se declara pobreza extrema en barrios llenos de blindados.
La corrupción y el miedo hacen que las causas se archiven, las pruebas se pierdan y las redes se protejan.
Porque sí, el dinero sucio también paga sueldos, construye calles, compra votos y genera inversión. En ciertas zonas, el crimen es proveedor, sustituye al Estado, pone orden, financia fiestas populares, garantiza seguridad a su manera. En una sociedad cansada de la ineficiencia pública, esa eficacia paralela parece tentadora, como fue el caso de Pablo Escobar. El resultado es un Ecuador fragmentado, entre lo visible, lento, formal, exhausto, y lo invisible, ágil, informal, intocable. Uno lleno de trámites y otro lleno de efectivo.
¿Y nosotros? Miramos, callamos y, a veces, soñamos con salir del sistema. Mientras el discurso oficial habla de esfuerzo, meritocracia y austeridad, en la práctica el lavado se transformó en un símbolo de progreso silencioso. El problema es económico, pero también es cultural, estructural y, sobre todo, colectivo. Nos acostumbramos a admirar lo que antes nos escandalizaba.
¿Dónde está el milagro ecuatoriano? Aquí, donde muchos ya no lloran, pero tampoco facturan. (O)