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pensar como un reto
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La era del idiota: Aprile y el fin de la inteligencia

Ximena Amoroso

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Su ensayo no es un ataque, sino un espejo. Nos invita a reconocer que resistir la tontería requiere conciencia. En un mundo donde lo automático reemplaza al criterio, pensar es un acto de rebeldía.

21 Noviembre de 2025 16.54

Hace unos días, mientras navegaba por redes, me sorprendí al ver que uno de los videos más compartidos era alguien diciendo tonterías con absoluta convicción. Millones de "me gusta", frases vacías y una seguridad desbordante.
Y pensé: tal vez Pino Aprile tenía razón.

En su libro Nuevo elogio del imbécil, el periodista y ensayista italiano sostiene que los imbéciles dominarán el mundo. No como una exageración, sino como una ley de la evolución social: la estupidez, dice, no es un defecto, sino una ventaja adaptativa. En un entorno saturado de tecnología, burocracia y velocidad, pensar demasiado se ha vuelto una desventaja.

Aprile —provocador y lúcido— plantea una pregunta inquietante: ¿por qué los imbéciles parecen ascender invariablemente en oficinas, partidos políticos y empresas, mientras los inteligentes quedan relegados? Su análisis concluye que "los inteligentes construyen el mundo con su ingenio y esfuerzo, pero son los imbéciles quienes lo disfrutan, libres de la carga del sobreanálisis y las dudas existenciales". El pensamiento excesivo se convierte, paradójicamente, en un obstáculo para prosperar.

Basado en su correspondencia con el Nobel Konrad Lorenz, Aprile desarrolla una teoría darwinista: la naturaleza habría introducido válvulas reductoras de inteligencia para garantizar la supervivencia de la especie. Argumenta que los inteligentes han dejado de procrear, mientras la agresividad intraespecífica —esa furia destructiva contra los semejantes— se repite a lo largo de la historia. Cita a la Grecia antigua y a la España inquisitorial: tras dominar medio mundo, el país quedó rezagado porque, durante tres siglos, "la Santa Inquisición eliminó a algunos de los mejores hombres, los que dudaban y planteaban cuestiones, a razón de mil por año, dejando sin ellos el progreso". La inteligencia, concluye, genera miedo y desencadena la agresividad de quienes poseen menos.

Su lectura cobra nueva vida en tiempos de tecnocapitalismo, donde los datos, los algoritmos y la atención son el nuevo poder. Antes, pensar con profundidad era necesario para sobrevivir; hoy, la tecnología piensa por nosotros. Google nos dice qué creer, las redes qué sentir y la inteligencia artificial qué responder. ¿Nos ha hecho esto más sabios o más dependientes?

En la reedición de 2025, Aprile actualiza su ironía con ejemplos que todos reconocemos: líderes populistas que simplifican lo complejo, burocracias digitales que confunden lo simple y empresas donde se premia más la obediencia que la creatividad. No es que los imbéciles ganen por accidente; es que su forma de operar encaja mejor con un mundo que valora la velocidad sobre la reflexión. Quizás el exceso de inteligencia nos volvió inseguros y agotados. Los imbéciles, en cambio, avanzan sin miedo, sin pausa, sin pensar demasiado. Y por eso llegan primero. Como escribe Aprile: "Nadie es tan decidido como quien no sabe adónde va."

Su ensayo no es un ataque, sino un espejo. Nos invita a reconocer que resistir la tontería requiere conciencia. En un mundo donde lo automático reemplaza al criterio, pensar es un acto de rebeldía. Y en esa lentitud —en la pausa de quien observa, duda y elige— puede que aún sobreviva lo mejor de lo humano. (O)

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