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Guardianes de la naturaleza: La esperanza nace en San Francisco del Cabo, en medio de un abrazo que reconstruye al país

Mauricio Riofrío Cuadrado

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San Francisco del Cabo ha vencido la resignación y nos recuerda que el Ecuador profundo no es sinónimo de abandono, sino de fuerza comunitaria que, allí donde hay orden, cariño y servicio, florece el porvenir, con acciones como esta, seguiremos encontrando razones para confiar en una sociedad posible, amable y profundamente humana.

17 Diciembre de 2025 13.25

Hay ceremonias capaces de iluminar más que cualquier discurso. En tiempos de desencanto social, estos actos se convierten en recordatorios de que aún existen territorios donde la bondad no es una excepción, sino una práctica cotidiana. San Francisco del Cabo, en Muisne, provincia de Esmeraldas, es uno de esos lugares, un pueblo con gente buena y cariñosa, limpio y ordenado, sin delincuencia, sostenido por la gratitud y la disciplina como factores de convivencia. Allí, la solidaridad no se declama, se vive.

En ese escenario, el Rotary Club celebró la Ceremonia de Investidura de la Novena Promoción de los Guardianes de la Naturaleza, un proyecto que lleva nueve años tejiendo ciudadanía desde las bases. Lo que ocurre en este rincón del país no es un simple acto protocolario, es una verdadera inyección a la vena del tejido social, una demostración de que cuando la comunidad se organiza, los destinos pueden transformarse.

La escena hablaba por sí sola, no había un niño triste, las madres, sonrientes y orgullosas, observaban cómo sus hijos recibían la medalla que simboliza un compromiso con la naturaleza, con la comunidad y consigo mismos, se respiraba emoción y ternura, emotividad a raudales, de esas que reconcilian al país con su mejor versión. Formas y fondos que hacen ilusionarse en un mundo mejor, donde la esperanza no es ingenuidad, sino un acto de resistencia ética.

En medio del ambiente resonaba la frase de Albert Camus: “La verdadera generosidad hacia el futuro consiste en darlo todo en el presente”, eso es exactamente lo que se vive en San Francisco del Cabo, una entrega absoluta para sembrar y formar ciudadanos que puedan cumplir sus sueños y convertirse en gente de bien.

El Rotarismo, entendido como vocación de servicio, se encarna en liderazgos que inspiran, Marcelo Arteaga, Luis Mena y Jaime Andrés Acosta representan ese espíritu que no busca protagonismo, sino impacto, su labor no se ejerce desde la distancia, sino desde la cercanía, coordinan con sus equipos en territorio, acompañan, escuchan y construyen junto a la comunidad. Entienden perfectamente que el servicio social es una responsabilidad moral, pero también una oportunidad para multiplicar dignidad.

Los Guardianes de la Naturaleza -estos niños que levantan la mirada y sacan pecho con orgullo y responsabilidad- son prueba de que la inversión más valiosa no es económica, sino humana. La infancia es el único tiempo en que el futuro ya está escrito y ese futuro se escribe en San Francisco del Cabo con esperanza, disciplina y con el convencimiento de que cada niño es un proyecto de país.

El evento cerró entre aplausos, reconocimientos y gratitud de la gente para la gente. Rotary volvió a demostrar que la transformación social no se decreta, se cultiva. Actuar, servir y creer, tres verbos que se conjugan con cariño y se funden en un sentido abrazo general.

San Francisco del Cabo ha vencido la resignación y nos recuerda que el Ecuador profundo no es sinónimo de abandono, sino de fuerza comunitaria que, allí donde hay orden, cariño y servicio, florece el porvenir, con acciones como esta, seguiremos encontrando razones para confiar en una sociedad posible, amable y profundamente humana.

Y mientras los niños avanzaban con sus uniformes y medallas resplandecientes, parecía que el mismísimo mar guardaba silencio para escucharlos. En ese instante, pensamos en la Patria entera -la que tenemos y la que anhelamos- y surge una certeza luminosa: cuando se siembran valores en tierra fértil, la esperanza deja de ser promesa y se vuelve destino. (O)

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