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Si era imposible una guerra para los europeos, que el Ecuador se viera involucrado en una guerra en Europa era un absurdo conceptual. Pero, de golpe, como un zarpazo, el país se enteró de una realidad hasta entonces desapercibida: el conflicto le tocaba de cerca por el número de ecuatorianos residentes en ese país.

02 Marzo de 2022 12.58

A pesar de todas las advertencias, nadie pensaba que Vladimir Putin, el gobernante de Rusia, que ejerce el poder desde 1999, iba a desencadenar una invasión a Ucrania en plena tercera década del siglo XXI. Bueno, no se puede decir que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no lo haya dicho y repetido en las últimas semanas, pero seguramente todos pensaban que se trataba de advertencias a Putin para contenerle. Incluso cuando Biden dijo que Putin ya había tomado la decisión de invadir, el juicio de muchos se quedó en la duda: ¿será?, ¿no será? Lo fue, y la guerra se desató de nuevo en el suelo europeo, del cual los propios europeos creían que se la había desterrado para siempre. Desde la semana pasada, el mundo entró a una era geopolítica por completo distinta: la guerra había sido considerada imposible dado el desarrollo de las armas nucleares, la tecnología y, sobre todo, los avances de la comunicación que facilitan el diálogo permanente e instantáneo. 

Si era imposible una guerra para los europeos, que el Ecuador se viera involucrado en una guerra en Europa era un absurdo conceptual. Pero, de golpe, como un zarpazo, el país se enteró de una realidad hasta entonces desapercibida: el conflicto le tocaba de cerca por el número de ecuatorianos residentes en ese país. Los registros de la Cancillería empezaron a subir hasta llegar hasta casi 800, 85% de los cuales son estudiantes universitarios y, muchos, muy jóvenes, de 17 o 18 años, que estaban comenzando su vida universitaria allá.

Desde cuando el jueves 24 de febrero a las 5:00 horas del Centro de Europa las tropas rusas entraron al territorio ucraniano, el Ecuador vive una emergencia. Una emergencia que no se ha vivido en esta escala jamás, igual de absurda que esta guerra, pues se juega la vida y el destino de cientos de compatriotas.

Si la acción de Putin decepcionó al mundo y prendió las alertas, para el Ecuador se convirtió en algo cercano y palpitante, pues el estruendo de las bombas y el temblor de los edificios pudieron sentirse en vivo y en directo en las videoconferencias de los estudiantes con sus familias y en las que sostuvo el canciller Juan Carlos Holguín, y otros funcionarios de la Cancillería, en sus contactos personales con decenas de estudiantes.

El drama se incrementó al seguir desde lejos la huida de los estudiantes hacia las fronteras, en medio del fragor de la guerra. Cada caso ha sido terrible y demoledor para los padres y abuelos, que han seguido con el Jesús en la boca el desplazamiento de sus hijos o nietos.

Al momento de escribir estas líneas (lunes por la tarde) ya están unos 390 compatriotas fuera de Ucrania, pero aún hay decenas en los puestos fronterizos, viviendo penurias, temperaturas frígidas, angustias e incluso maltrato por la policía ucraniana de frontera, lo que llevó a una protesta colectiva de las cancillerías latinoamericanas, que fue respondida con decencia por el ministerio de Relaciones Exteriores ucraniano aclarando que no había ninguna discriminación. Pero lo cierto es que los guardias dan prioridad a las mujeres y niños de Ucrania sobre los de cualquier otra nacionalidad. No es difícil imaginar lo duro que ha sido para ellas abandonar su patria cuando es objeto de ataque. Pero eso es lo que ha producido un gigantesco éxodo, que el Acnur cifra en medio millón de personas, y que abarrota los pasos fronterizos.

Como siempre en las tragedias, lo más feo de la política ecuatoriana hizo su aparición: los carroñeros que picotearon en la pandemia de la covid-19 o en el aluvión de La Gasca quieren sacar tajada de la tragedia, lanzando en las redes sociales una andanada de ataques a la cancillería y a su titular, acusándolos de no sacar a los ecuatorianos, como si el ministerio de RREE del Ecuador, o de cualquier país, pudiera imponerse sobre las fuerzas en conflicto. Ni siquiera EE.UU. puede cambiar la situación: en sus redes, el Departamento de Estado emite avisos a sus connacionales advirtiendo sobre las horribles condiciones de los pasos fronterizos, en algunos de los cuales hay más de 60 horas de espera. 

Y aquí también una reflexión sobre la prensa: en la época de las redes sociales, muchos periodistas se dejan influir por el amarillismo, el drama y la urgencia y caen en el fácil papel de clickactivismo para reclamar en voces disonantes, cuando no altisonantes, acciones desquiciadas al Gobierno al que tachan de supuestamente haber “abandonado” a tal joven o grupo, que aún se hallan en Ucrania, haciéndose eco de los trolls o de la propia, y entendible, desesperación de los jóvenes o de sus padres. Juan Carlos Holguín, que se ha reunido en persona con un centenar de padres de familia, dice que estos “tienen todo el derecho a reclamarme” y es verdad que la prensa no puede ser indiferente, pero los periodistas deben tener, como lo comprueban cada día los mejores de entre ellos, un nivel de reflexión y ponderación algo mayor que el insultador de redes sociales o de las granjas de troles carroñeros.

La unidad del Ecuador se ha puesto a prueba una vez más, porque todos tenemos que salir juntos de una amenaza tan grave e inédita para la vida y el destino de un grupo de compatriotas, vulnerables todos, que han enfrentado un inmenso desafío, comportándose muchos como verdaderos héroes. (O)

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