Palestina dejó de ser solo un problema local y militar. Miles de voces se han alzado para descalificar la invasión y exigir la paz. Figuran todos los organismos de la ONU, decenas de países, centenas de organizaciones civiles y políticas, medios de comunicación, iglesias y personalidades, instancias profesionales, de la cultura y del deporte... Y por si alguien faltara, miles de judíos, de afuera y de dentro de Israel. Los adherentes, un puñado de países y organizaciones, demasiado contaminadas. Pero con mucho poder.
No es guerra, es genocidio. Su identificación es clara: "crimen internacional que consiste en la destrucción total o parcial, intencional y sistemática, de un colectivo humano". El concepto es parte de la Convención para prevención y sanción del delito de genocidio de la ONU.
Una maquinaria enorme y sofisticada arrasa la Palestina dorada. El Dr. Abu Abed, médico en Gaza, advierte a los ilusos: "... vosotros debatís la terminología, nosotros enterramos a nuestros hijos con nuestras propias manos". No hay tregua ni sitio seguro ni día de alivio. Palestina roja. Palestina de sangre.
El número de víctimas es imposible de determinar. Las cifras conservadoras hablan de 61.000 muertos y otras mencionan 100.000. No son muertes casuales ni daños colaterales. Son acciones intencionales, selectivas, sistemáticas. Las últimas semanas apuntaron a periodistas de Al Jazeera, acusados sin prueba alguna de integrar Hamás.
Pero lo más ruin, infame y escandaloso son los centenares de muertes -niños y mujeres especialmente- por inanición, por desnutrición, por no tener un bocado para llevarse a la boca. Inaudito en estos tiempos y en cualquier tiempo. La ayuda humanitaria y los alimentos han sido convertidos en estrategias de guerra.
Todo empezó - esta fase de enfrentamiento porque ha habido otras anteriores - en octubre 2.023. El ataque frenético de Hamás -condenable a todas luces - destapó una venganza que sobrepasó todos los límites imaginables. Israel no solo reaccionó a una agresión sino que desató un infierno. De todas maneras, como lo advierten muchos analistas, sus operaciones millonarias y sin contrapeso, han fracasado. Hoy, después de casi 3 años de demostración de poder avasallante, Hamás no ha desaparecido. Sigue vivo y haciendo declaraciones. Los rehenes tomados -acción también inaceptable- continúan sirviendo de justificativo para atacar más duro y más seguido y más preciso.
El plan maestro
La dirigencia israelí no se sacia. Ahora Netanyahu, Primer Ministro de Israel, exibe sin pudor un plan que supuestamente terminará el conflicto. Sus objetivos son: el desarme de Hamás, la devolución de todos los rehenes, la desmilitarización de la Franja de Gaza, el control de seguridad israelí sobre la Franja de Gaza, la entronización de un gobierno civil alternativo que no lo lidere Hamás ni la Autoridad Palestina.
El plan supura insensibilidad de Israel, o mejor dicho de la dirigencia militar de Israel. Renuncia a toda negociación, cese al fuego y paz duradera. Desocupar, vaciar Gaza de palestinos, que suena a delirio, parece ser la consigna actual. Tal vez lo fue desde mucho antes. Desplazar a más de un millón de palestinos y "encargarlos" a otros países. Evaporar al pueblo palestino, su gente, su territorio, su cultura, su historia, sus huellas. Cambiar el mapa definitivamente con otra bandera plantada. El control de Israel y un gobierno títere complementarían este plan maestro de dolor.
Suenan reveladoras a estas alturas las declaraciones difundidas en redes del Ministro de Patrimonio israelí, Amichai Eliyahu: "El ejército debe encontrar maneras más dolorosas que la muerte para los civiles de Gaza. Matarlos no es suficiente". ¿Qué más aspira Israel?
Mientras se escriben estas notas, el conflicto sigue, los muertos se multiplican, la infraestructura se pulveriza. El mundo ya sabe que Netanyahu no escucha razones, no busca negociar, no respeta ceses de fuego. No queda otra que aplicar medidas extremas de presión (no implementadas todavía), asegurar que la ayuda humanitaria llegue, y participar proactivamente para forzar una negociación que incluya el fin de la ocupación y la entrega de rehenes. La ONU y los países europeos, y el Papa ("Mensajero de la paz") no pueden contentarse con declaraciones. El Estado Palestino, que reconocen ahora algunos países, no existirá sin sus protagonistas palestinos.
Palestina roja de sangre. Pero también Palestina dorada de heroísmos y resistencias. Un testimonio de mujer palestina revela el sentir de estos días: "No abandonaré mi casa. No volveremos a vivir desplazados....Que destruyan la casa sobre nuestras cabezas: no nos iremos". Se empecinan por vivir. Por vivir en tierra propia. (O)