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bomba de tiempo fiscal
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La disciplina fiscal se ve lejos, los costos de deuda y cada vez más pensiones empujan a que los gobiernos recorten por otros lados. El crecimiento se complica a medida que los Estados pierden protagonismo y absorben capital que podría ir a más inversión. Esa combinación erosiona la confianza social y la estabilidad institucional.

15 Octubre de 2025 16.56

Las grandes economías del mundo están viviendo un ciclo de endeudamiento que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos y China, los dos polos del sistema, superan ya el 100 % de deuda pública sobre el PIB y siguen aprobando presupuestos en rojo. China cerró 2024 con un déficit cercano al 9 % del PIB y, a nivel local, sus provincias están en aprietos: ya no cuentan con la venta de terrenos, su principal fuente de financiamiento. En Washington, el "Big Beautiful Bill" de Trump agranda un déficit ya abultado, que para fines de 2025 rondará el 7 % del PIB con más beneficios fiscales. Japón convive con una deuda del 230 % del PIB y bajo crecimiento. El patrón se repite: recortar gasto es políticamente impopular y cada vez más difícil, porque los intereses se comen el espacio fiscal. No es casual que cerca del 40 % de la población mundial viva en países que ya destinan más a pagar deuda que a financiar hospitales.

En muchos países la deuda ya es una bicicleta que solo se mantiene en pie mientras se refinancia. Se pagan intereses, pero no se reduce capital. Si las tasas suben, esa bicicleta puede tambalear y volverse insostenible. Las grandes economías todavía aguantan porque se endeudan en su propia moneda y con costos manejables, pero incluso eso tiene un límite: el caso del Reino Unido bajo Liz Truss mostró cómo un desliz fiscal basta para encender las alarmas de los mercados. Aun así, los mercados parecen confiar en lo contrario. Tras las últimas señales de la Reserva Federal, se anticipan recortes de tasas y los inversionistas celebran. Pero conviene leer ese optimismo con cuidado: con deuda en niveles récord y tendencias demográficas adversas, los fundamentos apuntan más bien hacia un mundo de tasas al alza, no a la baja.

El panorama se complica todavía más cuando entra en juego la demografía. El envejecimiento global es una restricción estructural: menos natalidad, más longevidad y más pensionistas con menos trabajadores. Europa podría enfrentar un déficit en pensiones cercano al 4 % del PIB, China pierde su dividendo demográfico y Japón lleva décadas en la misma dinámica. A esto se suma el cambio en el ahorro global. Durante las últimas dos décadas, las tasas de interés bajas no fueron casualidad: detrás hubo una ola de ahorro impulsada por cambios demográficos y por la irrupción de China como gran exportador de capital. Esa abundancia de fondos presionó a la baja las tasas reales y facilitó el boom de deuda. Pero ese viento de cola se está agotando justo cuando la deuda es más alta. Y, para peor, el comercio y la inversión ya no fluyen con la misma facilidad: las guerras comerciales, las nuevas barreras y la fragmentación financiera entorpecen los flujos de capital y encarecen el costo del dinero a escala global.

En este contexto, empieza a sentirse la presión sobre los bancos centrales. A mayor deuda, mayor es la tentación de mantener tasas bajas para que los gobiernos puedan financiarse sin ahogarse. No estamos todavía en plena dominancia fiscal —cuando la deuda manda sobre la política monetaria— pero las señales son claras: los ataques de Trump a Powell y los pedidos de bajar tasas aun con inflación sobre la meta. El riesgo es que los bancos centrales cedan demasiado y la inflación vuelva a desbordarse, como ya ocurrió entre 2021 y 2023 en Estados Unidos y Europa. El siguiente paso sería más extremo: si los ingresos y la deuda privada no alcanzan, los gobiernos recurren a que el banco central financie directamente sus déficits, es decir, imprimir dinero para cubrir la deuda. Ese camino erosiona la confianza en la moneda y puede terminar en crisis como las que América Latina conoció en los ochenta y noventa. Y, para Estados Unidos, el riesgo final es perder su "privilegio exorbitante": el beneficio de que el mundo entero acepte y financie al dólar sin hacer demasiadas preguntas.

Esto se perfila es un círculo vicioso: déficits crecientes, poblaciones que envejecen y más deuda en el sistema. Deudas tan grandes que dependen de bancos centrales que contienen las tasas para que no se disparen, mientras tratan de mantener la inflación controlada. La disciplina fiscal se ve lejos, los costos de deuda y cada vez más pensiones empujan a que los gobiernos recorten por otros lados. El crecimiento se complica a medida que los Estados pierden protagonismo y absorben capital que podría ir a más inversión. Esa combinación erosiona la confianza social y la estabilidad institucional. Hasta dónde se puede estirar el elástico es difícil de saber. En Ecuador nos quejamos por recortes de subsidios; qué pasaría si el mundo entra en una fase más frágil, o si empiezan a pesar nuestros propios problemas de pensiones. (O)

 

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