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nostalgia de las cosas
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La nostalgia, al final, es lo único que no se actualiza con una app. Sigue siendo analógica, imperfecta y eterna. Porque el recuerdo, es lo único que nos queda.

15 Octubre de 2025 17.24

El rato menos pensado, y casi sin darnos cuenta, entendemos que los años pasan, el tiempo cambia y para bien o para mal, ya nada es como antes. La guía de teléfonos ni las páginas amarillas existen, los periódicos que recibíamos todas las mañanas ya no llegan a nuestra puerta porque han dejado de imprimirse y son pocas las revistas, como esta, que mantienen su formato en papel. 

Desde luego que no dejamos de sentir nostalgia por las cosas que hicieron de nosotros lo que somos, aunque hayan dejado de existir. Jorge Luis Borges, en el Aleph describe como todo cambia, siempre: "[...] noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella [se refiere a Beatriz Viterbo] y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad [...]". 

Pensemos en los teléfonos de disco. Marcar un número era un ejercicio de paciencia: cada número era un click-click-click, y si te equivocabas en el último, volver a empezar. Hoy, con los smartphones ni siquiera tienes que memorizar el número e, incluso, puedes marcar (en el caso de que ese sea el verbo correcto) con la voz. Práctico, sí. Pero ¿dónde queda el drama? ¿Dónde queda esa pausa entre dígito y dígito para repensar si realmente querías llamar a esa exnovia? ¿Y si contesta el papá? En fin. Las cosas de antes tenían mucha más acción.

Y ni hablemos de las fotos. Antes, sacabas una cámara, tomabas veinticuatro fotos y corrías a revelarlas. Con dinero y paciencia, tocaba esperar unas dos semanas para descubrir que quince estaban borrosas, cinco con el dedo tapando el lente y, quizás, un par estaban buenas. Se popularizó el momento Kodak, que terminaba siendo lo más cercano a tu memoria: imperfecta, escasa, valiosa. Ahora, con el celular, sacas mil fotos por minuto, las editas con filtros que te hacen parecer Brad Pitt y las subes a Instagram. ¿Nostalgia? Por supuesto. Porque esas fotos analógicas no mentían, te mostraban tal y como eras: con granos, despeinado, retratando la vida real.

Pero ojo, no soy de esos que dicen "todo tiempo pasado fue mejor". En absoluto. No extraño las colas en el banco para cobrar un cheque o la tinta en los dedos luego de sacar una cédula en el Registro Civil. Lo que extraño es la textura de las cosas. Esa aspereza que te hacía valorarlas. Hoy todo es liso, táctil, efímero. Un like se borra con un swipe, un archivo se pierde en la nube. Las cosas de antes se quedaban: un disco rayado seguía sonando, aunque con saltos, un juguete roto se arreglaba y una carta conservaba el olor del perfume del remitente.

El otro día encontré en el garaje una pelota de fútbol con el cuero gastado, con parches cosidos a mano. Era la que usábamos en el barrio y la que dejaba marcas (por no decir llagas) en la piel luego de un balonazo. Hoy los chicos juegan Fortnite y está bien, es el progreso. Pero me pregunto: ¿sentirán nostalgia algún día por sus joysticks inalámbricos? ¿O por las actualizaciones de software que duran horas? Quizás sí. Porque la nostalgia no es por las cosas en sí, sino por lo que éramos cuando las usábamos. Más inocentes, más pacientes, más presentes.

Para bien o para mal, los que vivimos otra época, nos queda la nostalgia de estas cosas. Sin embargo, tampoco podemos trasladar nuestra nostalgia a otras generaciones. Por ejemplo, obligar a un niño a leer un libro solo por la nostalgia del olor o del formato, es no haber crecido con los tiempos. Hoy en día, con la cercanía de la tecnología, el cambio del formato se ha vuelto algo natural. Así, leer un libro lo podemos hacer en Spotify o YouTube. A través de un podcast podemos aprender más sobre historia que lo que encontrábamos en la Enciclopedia Británica. Entonces, no hay que obligar a nadie a leer un libro solo porque nosotros lo leíamos así. Ese libro lo puede oír en otros formatos. Por eso, algunas cosas terminarán siendo objetos fetichistas producto de nuestra nostalgia. Y esto es lo único que salva a la posibilidad de que ciertos objetos sigan existiendo. Nadie colecciona videos de YouTube. Sabemos que están y cualquier rato las podemos ver. Pero seguimos comprando libros o revistas, porque podemos y nos gusta.

Siempre tenemos en un cajón algo viejo, algo que huele a pasado. Porque la nostalgia, al final, es lo único que no se actualiza con una app. Sigue siendo analógica, imperfecta y eterna. Porque el recuerdo, es lo único que nos queda. (O)

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