La vida corporativa está cambiando. Durante décadas, el mundo corporativo se ha medido por títulos: CEO, Director, Gerente General, Presidente. El cargo era sinónimo de respeto, de poder y de éxito. Pero hoy esa realidad se está transformando. Las empresas son más ágiles, los organigramas cambian constantemente, las industrias se reinventan cada pocos años. Lo que ayer parecía sólido, hoy puede ser transitorio.
En este nuevo entorno, lo que permanece no es el título, sino el nombre. Ese nombre que, al pronunciarlo, debe generar orgullo, confianza y reconocimiento por lo que realmente somos y representamos. Que se te hinche el pecho de decir tu nombre significa que construiste una identidad más fuerte que cualquier cargo temporal.
Ser buena persona: la base del reconocimiento
En una columna previa escribimos que "ser buena persona es el mejor negocio". Esa frase cobra más vigencia que nunca. Al final, lo que trasciende no son los resultados de un trimestre ni la firma de un contrato, sino la forma en que trataste a las personas, la ética con la que lideraste y la coherencia con la que actuaste.
Cuando alguien escucha tu nombre y lo asocia con confianza, respeto y humanidad, entonces has logrado algo más importante que cualquier cargo: un legado. El título puede cambiar, pero el impacto que dejas como persona se convierte en la base de tu verdadera reputación.
La disciplina como cimiento
Otro de los artículos señalaba que "la suerte es una paliza de disciplina". Este principio también aplica al valor de un nombre. No se construye de un día para otro ni depende de la fortuna. Se edifica con años de constancia, de decisiones correctas y de compromiso.
La disciplina es la que convierte un nombre en sinónimo de credibilidad. Es la diferencia entre quienes se sostienen en un título y quienes, incluso sin cargo, siguen siendo referentes porque su trayectoria habla por ellos.
Acción, no solo intención
En "Preparen, Fuego, Apunten" se defendía la idea de que la acción es la que marca el progreso. Lo mismo ocurre con la construcción de un nombre: no basta con desearlo ni con proyectarlo, hay que actuar. Son las decisiones, los riesgos asumidos, los proyectos liderados y las personas impulsadas las que van dando contenido y fuerza a ese nombre.
El orgullo de decir quién eres no se forja en discursos, sino en acciones repetidas que confirman tu carácter.
Reinventarnos para trascender
La vida corporativa de hoy nos obliga a reinventarnos continuamente. Cambian los modelos de negocio, los mercados y las habilidades necesarias. En este contexto, centrarnos únicamente en un cargo es limitarnos. Lo verdaderamente estratégico es invertir en construir un nombre que trascienda.
Un nombre sólido abre puertas, inspira confianza y genera oportunidades, incluso más allá de un puesto específico. Es ese capital intangible que no depende de jerarquías, sino de la manera en que lideras, influyes y dejas huella en otros.
El legado más allá del cargo
Al final, el mayor logro profesional no es haber ocupado un alto cargo, sino que tu nombre sea recordado con respeto, admiración y gratitud. Que, al pronunciarlo, otros sientan orgullo de haberte tenido como líder, colega, asesor o mentor.
Ese es el verdadero "business of choice": construir una identidad personal y profesional que sobreviva a los títulos. Una que esté hecha de valores, disciplina, acción y coherencia. (O)