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El influencer, como referente, aspiración y empleo llegó para quedarse. Su poder de disuasión aumenta cada día. Genera opiniones no siempre con la mejor información.

22 Mayo de 2024 13.27

El influencer es un nuevo personaje del paisaje. Su nervio está en las redes sociales y su objetivo en los jóvenes y adultos consumidores. Comenzó como un hobby para algunos y terminó como profesión especializada, con sueldo y formación. Los influencers han dejado de ser un acertijo para volverse figuras célebres. Concentran poder y “autoridad” sobre millones de personas. Nacieron en 2004 y 2006 con las redes Facebook y Twitter pero empezaron antes. Su más exitoso símbolo es nada menos que Santa Claus, el gran vendedor de Coca Cola de los años 20.

Los influencers vienen aparejados de algunas creencias falsas. Vale aclarar primero lo que NO son… NO son una casualidad o un golpe de suerte; son creaciones pensadas, intencionales. NO son una moda pasajera; estarán entre nosotros por tiempo indefinido. NO son un invento local; tienen dimensión mundial y crecen en todo tipo de países. NO son tendencias altruistas o de mejoramiento del mundo; son estrategias para vender y ganar.

El influencer -según definición clásica- es una persona muy activa en redes sociales que por su estilo de vida, sus valores o sus creencias influye en la toma de decisiones de un conjunto de seguidores. Logra determinar o alterar formas de pensar y actuar. Ellos son el corazón de una nueva estrategia de marketing, imaginativa y pertinente para los nuevos tiempos. Se sustenta en las leyes del mercado y del consumo y se orientan al negocio y la ganancia de dinero. Detrás están las empresas de productos y servicios. Son los embajadores de las marcas. 

Según un estudio de GROU, Crecimiento Digital, aplicar el Influencer Marketing tiene ventajas: 86% de personas confían más en recomendaciones de conocidos o de influencers; 94% de los marketers que la utilizan la consideran una estrategia efectiva; se gana $6.50 por cada dólar invertido.

Entre los logros atribuidos a los influencers figuran: posicionar productos o servicios; mejorar la relación con clientes; persuadir de forma directa, auténtica y personalizada; aumentar su fidelidad; personificar mensajes, aportar experiencias; dar imagen a las marcas; orientar al público en el mar de ofertas y firmas. 

Como fenómeno de marketing, también entraña peligros. El principal es la manipulación de informaciones y valoraciones -no siempre de buena fe- para atraer consumidores, para quebrar voluntades a favor de ciertas empresas. Apadrinan en ocasiones productos nocivos para la salud o la naturaleza o de carácter irrelevante. Refuerzan el modelo consumista que nos envuelve: vidas girando -felices o sufrientes- por adquirir productos o servicios; seres obsesionados por tener más para comprar más; por pensar menos y comprar más. El influencer, en algunos casos, termina perdiendo su identidad y privacidad ofuscado por mantener el perfil perfecto, ganar seguidores, venderse mejor.

INFLUENCERS MÁS ALLÁ DE LAS VENTAS

La figura del influencer -extrapolando un poco- no es exclusiva del mundo del marketing. El poder para moldear comportamientos está presente en otras esferas. La política es un terreno apetecido. Han sido notables en la historia, “influenciadores” de la talla de Alfaro, Velasco o Roldós. Hoy sobresalen personajes hambrientos por alinearnos a favor de ciertas tesis y personas. También los hay interesados en generar odio a determinados rivales y sectores. Suelen creerse con autoridad para prescribir sobre cualquier tema.

También los medios de comunicación -a más de sus propias estrellas- seleccionan sus influencers para enamorar sobre diversas visiones. Son los “especialistas” (hay una docena rondando de medio en medio) que, basados en su formación y experiencia, disparan mensajes nada inocentes. Por los tiempos que vivimos, predominan influencers en materia constitucional y en seguridad. Pero aparecen periódicamente en la arena de las relaciones exteriores, el empleo, la energía.

Los influencers vinieron para quedarse. Una silenciosa -o no tan silenciosa- invasión nos rodea, nos comprime, nos impulsa en determinada dirección. Casi siempre de forma inconsciente, volviéndonos dependientes. El único antídoto para no dejarse arrastrar, es desarrollar pensamiento crítico, autonomía, capacidad de análisis y valoración. Para seleccionar influencers sólidos y democráticos, para filtrar propuestas, para escoger -considerando derechos, salud, naturaleza- los mensajes idóneos… Y entonces vuelve a la palestra la educación. La que se siembra en la familia y la que se imparte en la escuela -que con excepciones- está perdida en lo adjetivo, en aquello que no mejora la vida sino que la reproduce. (O)

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