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La verdadera profesión de ser hombre

Marco Moya

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La profesión de ser hombre comienza el día en que respondes con honestidad y, a pesar del miedo, sigues adelante. El día en que eliges oler una flor, mirar las estrellas y amar a alguien, aunque no dé puntos en tu hoja de vida.

17 Diciembre de 2025 16.03

Siempre empieza igual, como en el primer capítulo de El Principito (1943): el niño mira un libro sobre la selva, ve una boa que se traga una fiera; lo cierra, lo abre de nuevo… piensa en silencio. Luego toma un lápiz y dibuja algo que no es del todo un dibujo, más bien una sospecha. Va donde los adultos como quien lleva una noticia importante.

—¿Tienen miedo? —pregunta.

Los adultos miran, se ajustan los lentes invisibles de la cordura y responden:

—¿Miedo de un sombrero?

Pero no era un sombrero, era una boa digiriendo un elefante, una historia completa por dentro. En el momento en que ese mundo es reducido a sombrero, algo se quiebra sin ruido. El niño guarda sus lápices, archiva la boa y aprende a hablar de cosas “serias”. Por fuera crece; por dentro se disfraza.

Antoine de Saint-Exupéry lo dijo con suavidad, pero sin anestesia: «En cada uno de esos hombres hay un poco de Mozart asesinado» (Tierra de los hombres, 1939). Las calles están llenas de talentos estrangulados, de genios cotidianos que podrían haber creado belleza y se limitaron a cumplir. Gente que podría tocar una melodía propia y terminó haciendo playback de la vida. Y ahí entras tú, con tu propia boa archivada en algún cajón.

El mundo te ofrece una profesión bastante clara: título, cargo, salario, prestigio. Cuatro patas de la misma mesa. Pero casi nadie te explica que todo eso es decoración si no se sostiene sobre algo más discreto y más serio: la verdadera profesión de ser hombre.

Aquí “hombre” no es lo contrario de mujer, sino el nombre antiguo de persona entera. Ser mujer o varón no es un trámite al nacer, es un oficio que se aprende viviendo. No basta con estar en el mundo: hay que habitarlo por dentro. Esta profesión no tiene horario ni manual de instrucciones, pero es la única que no puedes delegar. Otros podrán llevar tus cuentas o tus agendas, pero nadie puede respirar por ti esa paz de saberse fiel a uno mismo.

Si necesitas una brújula, mira cuánto espacio de tu día ocupan esas cuatro cosas —título, cargo, salario, prestigio— y pregúntate cuánto lugar das a otras tres: oler una flor, mirar las estrellas, amar a alguien.

Oler una flor es comprobar que aún puedes detenerte, perder segundos en algo que no produce nada y, sin embargo, te devuelve el mundo. Mirar las estrellas es recordar que tus problemas caben en un punto de la noche y que la vida es más grande que tu agenda. Amar a alguien, de verdad, es abrir la puerta de tu casa interior a otro hombre, a otra mujer, sabiendo que pueden herirte y aun así decir que sí, porque prefieres un corazón vivo y vulnerable a uno blindado y vacío.

Toda la economía del sentido se juega entre esas cuatro cosas que el mundo pone en un pedestal y esas tres que el alma susurra. Cuando las cuatro mandan y las tres se vuelven lujo ocasional, empieza la masacre lenta de tus Mozart internos. Cuando las tres recuperan su sitio y las cuatro se ordenan alrededor —sin desaparecer, pero bajando del trono—, comienza algo distinto.

La profesión de ser hombre no se ejerce solo en grandes gestos. Se juega en detalles que casi nadie ve: cuando decides no mentir, aunque te convenga; cuando escuchas de verdad; cuando reconoces tu error sin un “pero”. Ahí, sin etiquetas, afinas tu instrumento interior.

Ir contra corriente no es llevar la contraria por deporte. Es negarte a ser sombrero cuando sabes que eres boa con elefante dentro. Es buscar menos, es llegar más cerca de ti mismo. No necesitas ser famoso ni héroe. Fracasar de verdad es abandonar tu verdad para adoptar un papel prestado. Puedes vivir en un piso 25 y estar en ruinas; puedes atender una pequeña tienda y estar en plenitud. Depende de cuánto ruido hacen tus pasos por dentro cuando caminas.

Al final, la escena vuelve. Tú con tu dibujo en la mano —ya no de lápices, pero sí de decisiones—, el mundo mirándote como si todo fuera un sombrero, y una voz interna preguntando:

—¿Y tú? ¿Qué te da más miedo: ser quien eres o seguir disfrazado de lo que otros esperan?

La profesión de ser hombre comienza el día en que respondes con honestidad y, a pesar del miedo, sigues adelante. El día en que eliges oler una flor, mirar las estrellas y amar a alguien, aunque no dé puntos en tu hoja de vida.

Porque en medio de tanto sombrero bien dibujado, lo verdaderamente escandaloso —y lo verdaderamente hermoso— es seguir siendo, aunque cueste, una boa con un elefante dentro. Y honrar, sin excusas, la única profesión que de verdad importa: la de ser plenamente humano. (o)

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