Para Agustín, antes de que crezca.
Nunca debemos dejar de ser niños, aunque de niños lo único que queremos es ser adultos. Los adultos pasamos la vida buscando el sentido de las cosas, leyendo libros, yendo al trabajo, pagando cuentas, discutiendo en redes sociales cosas importantes, escribiendo este tipo de artículos. Y mientras tanto, el deber de ser niño viene obligatoriamente con la cara llena de chocolate, un hueco en la media, rodillas raspadas, hacer travesuras con amigos y ampollas en los pies. Es decir, algo infinitamente más atractivo.
Ser niño es refunfuñar cuando se bañan o se cepillan los dientes, es saltar inquieto por la sala de la casa con una pelota o un avión de papel y esquivar todos los objetos posibles, hasta que inevitablemente alguno se caiga y se rompa; lo que conlleva al escuincle a ser castigado sin posibilidad de explicación aunque intentemos, chancletazo, decir que, sopapo, no tuvimos la, chancletazo culpa.
A veces nos olvidamos, los grandes, de que para ejercer en la bella profesión de ser niños está permitido jugar, ensuciarse de lodo, soñar sin límites, cazar lagartijas, tener una profunda capacidad de asombro, ser impertinente, sentirse inmortal, odiar a las niñas si eres niño y nunca dejar de ser inocente.
Ser niño es soltar alguna frase maravillosa, sin filtro y sin agenda, sin miedo al ridículo y con la infinita sabiduría que da la inocencia. La otra vez en casa, por ejemplo, oía frases con una lógica apabullante: "¿por qué los gatos no comen postre?", o "¿dónde duerme la noche?". En la misma línea, veía la serie de Chespirito y él decía cuando era niño: "¿de qué color es la risa?" Y no hay respuesta posible. Los más grandes escritores se pasan años buscando frases así, y, aquí, los chicos lo dicen como quien pidieran un vaso de agua.
Los niños tienen una gracia y chispa envidiable. Agustín P. pasó a la historia con su "de re pronto", en vez de de repente. Otro Agustín decía que éramos rumanos, porque la profesora le había dicho que todos somos seres rumanos. Julián P. también preguntaba "por qué su tía era tan puntuable". Y si bien es una tía muy guapa, se refería a porqué era tan puntual. Victoria, de cuatro años, se bañaba con su papá y con algo de curiosidad le preguntó: "¿Por qué tienes cola?", y no se refería a la parte de atrás del cuerpo.
Lo maravilloso de las frases de los chicos es que no intentan ser profundas. No están buscando likes ni aplausos. Simplemente ven el mundo con ojos que todavía no están empañados por las facturas, los jefes, los amores o las noticias. Por eso, en un cumpleaños de un padre que cumplía 45 años, Miguel, de seis, le reclamaba que "ser grande no es divertido, porque ya no te regalan juguetes". Y el cumpleañero, que estaba soplando las velas y con algo de nostalgia, entendió con tristeza que tenía toda la razón.
Los niños también tienen una manera de desarmar los grandes dramas de la vida. La filosofía se aprende mientras se comparte un trozo de plastilina. Gabriel R, luego de que su abuela le decía que "los malcriados no comen galletas", respondía que "las viejas tampoco". Francisco, ante un gran dilema le pregunta a su profesora: "¿Se puede castigar a un niño por no hacer algo?" Le responde que no. "¡Qué bueno! Porque no he hecho los deberes".
Pero la rapidez e inocencia con la que pueden resolver los problemas es apabullante: Alejandro, 5 años: "No lo estoy robando, me lo estoy encontrando", respuesta al ser descubierto tomando dinero de la billetera de su padre. Manu, 7 años: "Papi, tú y yo tenemos gustos distintos.", luego de probar una sopa que su padre insistía en que estaba rica.
Álvaro, 4 años: "Sí, mamá, pero no mires en la basura", al ser preguntado si había comido la comida.
Veo crecer a mis hijos y entiendo son la forma que tiene la vida de hacernos ver que el tiempo pasa. Quizás por eso dura tan poco esa etapa trascendental de la vida. La nuestra y la de todos. Por eso tiene que estar llena de inocencia. Los niños son lo que son y hay que disfrutarles, pero, sobre todo, que ellos la disfruten a plenitud. Dejemos a los niños ser niños para que sigan contribuyendo con su inocente sabiduría. Ese es el reto. (O)