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Los demócratas no podemos tolerar la antidemocracia y cabe recordarlo en las próximas elecciones seccionales. También el gobierno cuenta con las herramientas suficientes para evitarlo. Ojalá eso les quede claro a los antisistema, representados ahora en la oposición legislativa, antes de que sigan avanzado por la vía antidemocrática para lograr sus objetivos.

10 Marzo de 2022 08.42

Como bien relata Antonio Scurati en su excelente libro sobre Mussolini, “M. El hijo del siglo”, el fascismo, que surgió como un grupo violento y sin objetivos claros, poco a poco fue ganando adeptos entre los italianos, presentándose como una tercera vía que se oponía, tanto al liberalismo y por ende, a la democracia representativa, como al socialismo, aunque el mismo “Duce” inició su andar político como representante de esa ideología. 

La crisis económica que venía arrastrándose desde el fin de la Primera Guerra Mundial, el sentimiento entre los italianos de haber sido traicionados por sus aliados en el conflicto bélico, la ceguera de la clase política de la época y el miedo fueron elementos muy bien explotados por los fascistas para terminar convirtiéndose en una fuerza política importante a través de la cual Mussolini sería nombrado primer ministro en 1922. A diciembre del año siguiente Italia había dejado de ser una república democrática.

Similares orígenes y trayectoria tuvo el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, que de ser un partido completamente desconocido cuando en 1920 Hitler se unió a sus filas, pasó a convertirse en el ganador de las elecciones de 1933, año en que Hitler sería nombrado Canciller. Pocos días después éste se haría con todos los poderes utilizando como excusa el conveniente incendio del Reichstag, la sede del Parlamento Alemán, poniendo fin a la República de Weimar.

Más allá de varios elementos en común del Partido Fascista de Mussolini  y del Partido Nazi de Hitler, lo que caracterizaba a estas organizaciones políticas es que se oponían al sistema vigente y que utilizaron una de las herramientas fundamentales de la democracia, las elecciones, para destruirla, con las consecuencias que nos son harto conocidas.

Partidos de este cuño, con una vocación altamente antidemocrática, todavía existen en el mundo, y es más, en los últimos años se han ido reproduciendo vertiginosamente. Partidos que quizás no puedan ser caracterizados como fascistas, pero que tienen en común, más allá de la ideología que dicen profesar, un profundo discurso antisistema y antiderechos y la utilización de las elecciones como vehículo y sostén de su legitimidad. Sin embargo, su discurso es más sutil. Acusan a la democracia de no ser lo suficientemente democrática, proponiendo “alternativas” supuestamente democratizadoras, pero con un mensaje polarizador, maniqueo y sustentado en el miedo y la desconfianza en el otro. 

Así, cuando llegan al poder, como bien describen Letvitsky y Ziblatt en “Cómo mueren las democracias”, se dedican con ahínco, ya no a través de golpes de Estado, sino de la manipulación de las leyes y la instituciones y la cooptación de éstas, la persecución y manipulación de la prensa, y el amedrentamiento y acoso a opositores y disidentes, a destruir la democracia y a limitar derechos.

Ejemplos cercanos tenemos algunos, la Venezuela de Chávez y Maduro, que se ha transformado en un autoritarismo en toda regla, la Bolivia de Morales y claro, el Ecuador de Rafael Correa y la “Revolución Ciudadana”. 

El caso de Ecuador es interesante, más allá de ser nuestro país, porque ese proceso de “autocratización” se vio interrumpido por el viraje de quien fuera designado como heredero de Correa (o encargado hasta su regreso), que, para sorpresa de muchos, inicio un proceso de reinstitucionalización democrática. Tibio, sí, con muchas deficiencias, pero reinstitucionalización al fin. La Corte Constitucional de primera con la que cuenta el país actualmente es producto de eso.

Sin embargo, en los actuales momentos, esa organización política antidemocrática, en sociedad con ciertos caudillos de viaja data, desesperados por su pérdida de poder e influencia; y, un ala radical del movimiento indígena que nos propone la disyuntiva entre “comunismo indoamericano o barbarie”, quiere volver a tomarse las instituciones democráticas, uno, para garantizar la impunidad de sus líderes; y, dos, para terminar de transformar Ecuador en una autocracia. No podemos permitirlo, los demócratas no podemos tolerar la antidemocracia y cabe recordarlo en las próximas elecciones seccionales. También el gobierno cuenta con las herramientas suficientes para evitarlo. Ojalá eso les quede claro a los antisistema, representados ahora en la oposición legislativa, antes de que sigan avanzado por la vía antidemocrática para lograr sus objetivos.  (O)

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