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Cabe ahí preguntarse ¿qué hicieron durante todos estos años, cuando la ciudad crecía en medio del desorden y la falta de planificación? ¿Dónde estaban? ¿Dieron acaso voces de alarma? ¿Llamaron la atención sobre los temas importantes? ¿Denunciaron la corrupción? No, no lo hicieron, al contario, fueron cómplices, unos por omisión y otros por acción, de las malas administraciones.

09 Febrero de 2022 16.44

Las imágenes de la tragedia son espeluznantes y aterradoras. La avenida de La Gasca convertida en un río feroz que arrastraba todo a su paso y que destruía vidas y sueños. Las explicaciones para el desastre son varias, pero todas pasan por la desidia de las diferentes administraciones municipales que no han sabido o no han querido, por conveniencia propia o de terceros, manejar el crecimiento de la ciudad de Quito adecuadamente. Ejemplos los podemos ver todos los días en cualquier parroquia, urbana o rural de la ciudad, en donde se hace evidente la falta de control y de planificación.

Y es que eso es consecuencia de otra tragedia, quizás menos impactante, menos visible, pero por eso mismo más dañina: la de una clase política que utiliza el servicio público para su propio beneficio, para favorecer sus intereses particulares o el de sus partidos, incluso para enriquecerse, y no para el bienestar de sus mandantes, de nosotros, la ciudadanía. ¿Cuándo fue la última vez que Quito contó con una buena alcaldía? Difícil recordarlo. Y en La Gasca podemos ver las consecuencias de aquello.

Ahora bien, si es que algo positivo se puede sacar de una tragedia de esta magnitud, es que muchos de los representantes de esa clase política se pusieron en franca evidencia en los momentos posteriores. Unos utilizándola para atacar a sus adversarios políticos, otros disfrazándose de ciudadanos desinteresados y de buena voluntad dispuestos a ayudar. En definitiva, políticos carroñeros que buscaban entre los despojos de la catástrofe, entre la muerte y destrucción que dejó, los votos y apoyos que les pudieran ser útiles en las próximas elecciones seccionales. Pocas veces se los ha podido ver regodearse de ese modo en su propia miseria. Repugnante.

Pero la ciudadanía de Quito no puede caer en esa trampa. No podemos comernos el cuento de que no son responsables de lo que pasó o de que porque se hicieron presentes en el sitio de la tragedia, de que regalaron botas, palas o comida, van a poder administrar la ciudad adecuadamente. Cabe ahí preguntarse ¿qué hicieron durante todos estos años, cuando la ciudad crecía en medio del desorden y la falta de planificación? ¿Dónde estaban? ¿Dieron acaso voces de alarma? ¿Llamaron la atención sobre los temas importantes? ¿Denunciaron la corrupción? No, no lo hicieron, al contario, fueron cómplices, unos por omisión y otros por acción, de las malas administraciones. Muchos hasta fueron parte de ellas o de los partidos políticos a las que pertenecían.

Y vienen ahora, aprovechándose del dolor y de la necesidad de la gente, a pretender lavarse la cara en las lágrimas de quienes lo han perdido todo, a querer borrar su pasado, ignominioso y cómplice, dándose de buenos samaritanos o buscando chivos expiatorios, cuando mucha de la responsabilidad en esta tragedia pesa sobre sus propias espaldas o las de sus organizaciones políticas.

No, quiteñas y quiteños, que sin importar donde hayamos nacido, lo somos por vivir en esta ciudad, no podemos dejarnos sorprender en las elecciones que se avecinan. Debemos tener claro quienes son esas personas para bajo ningún concepto darles nuestro voto. Es hora de sacar la ciudad de sus garras y volver a convertir a Quito en la ciudad hermosa, segura y amigable que alguna vez fue. 

Hagámoslo en memoria de todos aquellos que encontraron la muerte en La Gasca y en otras tragedias similares, en solidaridad con aquellos que lo han perdido todo. Esa será la mejor forma de ayudarlos y de ayudarnos nosotros mismos como habitantes de esta ciudad. Solo poniendo gente responsable en el municipio, entregándole la administración a personas que estén dispuestas a sacrificarse por la ciudad y no a sacrificar la ciudad (y a sus habitantes), por ellos y por sus intereses, esta ciudad podrá sanarse. Es hora de ponerles un alto a esos políticos carroñeros. (O)

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