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Nos estamos convirtiendo en una jungla. Una en la que impera el ojo por ojo, diente por diente. Pero si no paramos, si no enseñamos a mirar al otro como un igual, ninguna sociedad va a salir adelante.

27 Junio de 2025 12.36

Imagina que tu hija sale del colegio y se dirige a casa. Cruza un parque. En segundos, se ve rodeada por un grupo de adolescentes que la interceptan y bloquean su paso. No tiene margen para escapar ni reaccionar. Una joven —cabecilla del grupo— se le acerca, la acorrala, y desata una agresión brutal: golpes en la cabeza, patadas, empujones, sometimiento en el piso. Todo mientras es grabada por otro cómplice y alentada por voces que gritan "¡dale, dale, písale la cabeza!".

En la grabación se escucha también la voz de una niña pequeña y la presencia de una mujer vestida de gris y verde que, lejos de intervenir, parece vigilar que la escena continúe sin interrupciones. El ataque solo se detiene cuando alguien advierte la presencia de un guardia. "Déjale que se desquite", dice otro. Una última voz remata: "piensa en tus acciones".

No es una escena ficticia. Esto ocurrió en Quito, el pasado 24 de junio, en el parque Itchimbía. Y no puedo evitar pensar que esto pudo terminar en tragedia.

El Ministerio de Educación ha activado protocolos y separado a la agresora del entorno escolar. Actualmente continúa sus estudios en modalidad virtual. Sin embargo, me pregunto: ¿es suficiente?

Este caso me ha consternado profundamente. Refleja la consecuencia directa de una sociedad enferma de agresividad y pérdida de valores. Un contexto donde todo parece estar permitido, donde se actúa por impulso, sin límites ni consecuencias. El nivel de violencia que presenciamos a diario —en las calles, en las noticias, en las propias aulas— ya no nos sorprende. Pero debería.

Lo que más me impresiona no es solo la agresión, sino la pasividad. La normalización. La forma en que los conflictos se resuelven con violencia desmedida. La línea entre el bien y el mal se ha difuminado, y en esa confusión todo parece valer.

Ver el video es enfrentar lo peor del comportamiento humano, pero también lo más triste: no son adultos formados, son jóvenes en etapa de crecimiento, de aprendizaje. Y esa es, quizás, la parte más alarmante.

Debemos preguntarnos qué hay detrás. Este tipo de violencia no nace sola. Hay un quiebre social, familiar y personal.
- Social, porque si a los 15 años puedes participar o aplaudir una agresión así, ¿qué podemos esperar a futuro?
- Familiar, porque es muy probable que la violencia haya sido aprendida en casa o vivida en el entorno.
- Personal, porque el desarrollo emocional y la empatía parecen ausentes. Si no son capaces de ver al otro como alguien valioso, quizá es porque tampoco se ven a sí mismos así.

La educación emocional es urgente. Pero no basta con que esté en la escuela: debe cultivarse en casa, en la calle, en los medios, en cada interacción cotidiana. Sí, sigue sonando ingenuo decir que la educación es el camino. Pero lo es. Y más que nunca debemos sostenernos en esa certeza.

Nos estamos convirtiendo en una jungla. Una en la que impera el ojo por ojo, diente por diente. Pero si no paramos, si no enseñamos a mirar al otro como un igual, ninguna sociedad va a salir adelante.

La coyuntura actual hace que escriba constantemente sobre temas socioemocionales, pienso que es porque es el aspecto con más carencia nuestra sociedad. La pobreza no solo es económica es también moral. (O)

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