Eduardo Mcintosh nació en Guayaquil en 1978. Su padre, un biólogo marino escocés, viajó a Ecuador para estudiar las especies de Galápagos y terminó radicándose en el país.
Su madre, una ingeniera civil descendiente de inmigrantes chinos, completó una infancia marcada por la multiculturalidad. Vivió entre Los Ceibos y Urdesa, donde descubrió el poder de la creatividad en casa: "Mi padre construía barcos a mano y mi mamá se creaba sus propios vestidos. Siempre alentaron mi pasión de expresarme de forma plástica y gráfica". Cuando pedía un juguete, sus padres lo desafiaban a construirlo primero: "Una vez que ya lo hacía, me decían: 'ya no tenemos que comprártelo porque ya lo hiciste tú'".
Estudió en el colegio Jefferson, influido por el vínculo familiar con los fundadores. Aunque al principio no tenía claro qué quería ser, una experiencia marcó su destino: al ver un Mitsubishi 3000 GT, soñó con diseñar autos. Pensó estudiar diseño automotriz en Pasadena, pero mientras esperaba la apertura del ciclo lectivo en EE.UU., su madre lo inscribió en un preuniversitario de arquitectura en la Universidad Católica de Guayaquil. Lo que comenzó como un entretenimiento temporal se convirtió en vocación: "Me gustó mucho la carrera. Fue una época de transición entre lo análogo y lo digital".
En 2003 se graduó como arquitecto. Viajó a Londres para un curso de verano en la Architectural Association, donde fue evaluado por Zaha Hadid. Aunque no fue admitido al posgrado, ese revés le abrió los ojos. Años después, con una beca Fulbright, estudió en Columbia University en Nueva York, donde descubrió cómo encausar su creatividad: "Aprendí a elegir rápido la mejor idea y pulirla. El 10 % del tiempo es selección; el 90 % es perfeccionamiento".
En Nueva York conoció a Sir Peter Cook, quien lo invitó a trabajar en Populous, el estudio que diseñaba el Estadio Olímpico de Londres. Ahí pasó seis años y trabajó en el estadio Groupama de Lyon (59.000 espectadores, 480 millones de euros), el Estadio Olímpico de Sochi (44.000 espectadores, 780 millones de euros) y en la transformación del estadio olímpico de Londres para el West Ham. Participó también en la competencia para remodelar el Santiago Bernabéu, donde presentó ideas innovadoras, como una pantalla LED 360 que posteriormente sería adoptada.
Entre 2013 y 2014 lideró un estudio en Guangzhou, China, con 200 arquitectos, desarrollando tres proyectos por semana. Aunque el choque cultural fue grande, aprendió a delegar y a dirigir equipos de manera remota. Luego se trasladó a Kuala Lumpur como parte de Grimshaw Architects, para liderar el diseño del Tun Razak Exchange: una mini ciudad de 280.000 m2, con 2,1 millones de m2 rentables, una Apple Store y un parque de 40.000 m2 sobre un mall de cinco niveles. La inversión total: US$ 8.000 millones.
Desde 2019 reside en Dubái, como director creativo de AtkinsRéalis. Comenzó con el Marsa Al Arab, resort de siete estrellas junto al Burj Al Arab, con una inversión de US$ 1.500 millones y 300 habitaciones. También diseñó la Torre Millennium en Guayaquil: 150 departamentos, 180 oficinas y más de una docena de locales comerciales, con una fachada de Alucobond. "Es un proyecto muy especial para mí porque está en mi ciudad", afirma.
En Arabia Saudita su obra se expande con fuerza. El proyecto Diriyah Gate, con una inversión de US$ 63.000 millones, es una ciudad entera que emula la arquitectura de barro tradicional saudí con tecnología de punta. Allí ganó una competencia para diseñar el Centro Ecuestre y Polo Club Real de Diriyah, con 110.000 m2 de terreno, 45.000 m2 de construcción, establos para 250 caballos y una pista de 1 km. Actualmente se encuentra en fase final de construcción.
Mcintosh lidera un equipo regional de 60 arquitectos en Dubái y cientos en toda la región. Su jornada es de 6 de la mañana a medianoche, siete días a la semana. "Cuando estaba en Ecuador no había tantos proyectos. Ahora, que estoy en el lugar y el momento correctos, no puedo dejar nada desatendido". Encuentra respiro ocasional nadando a 10 metros de su casa, y mantiene su pasión por los autos en Dubái, "donde tener un Ferrari de segunda mano es posible porque la gente se aburre y los vende".
A los arquitectos jóvenes les deja una lección clara: "Para ser un arquitecto interesante, tienes que ser una persona interesante. Eso requiere madurez, objetivos claros y filosófías propias. Nadie te va a dar nada gratis. Hay que trabajar más que el resto". Su mensaje no es de fácil consumo, es una invitación a la profundidad, al riesgo y al compromiso total.
El proyecto que corona su carrera es el Mukaab, un cubo de 400 metros de altura, ancho y profundidad que albergará un rascacielos de 300 metros en su interior. "Es la primera vez que un rascacielos estará totalmente encerrado en otro edificio". Tendrá experiencias inmersivas holográficas que harán sentir al visitante como si estuviera en otro planeta. "Somos 21 veces más grandes que la esfera de Las Vegas", explica. Con 64 millones de m3 de volumen y 2 millones de m2 interiores, será el edificio más grande del mundo. Su construcción apunta a estar lista para la Expo 2030 y el Mundial de Fútbol de 2034.
En un mundo donde la arquitectura suele ser una disciplina distante del poder político, Eduardo Mcintosh tuvo el raro privilegio de presentar personalmente esta idea ante el Primer ministro de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman. Durante la competencia internacional de este ícono arquitectónico sin precedentes, una experiencia que marcó un punto de inflexión en su carrera por la escala del reto y por la sintonía lograda entre visión arquitectónica y ambición política.
En un ecosistema profesional dominado por arquitectos europeos y anglosajones, su historia genera una mezcla de sorpresa y respeto. Lo que para otros era un encargo imposible, para él fue la oportunidad de demostrar que un arquitecto ecuatoriano puede estar al nivel más alto de los proyectos más exigentes del mundo.
Desde la caña guadua en Manabí hasta la inmersión holográfica en Riad, Eduardo Mcintosh trazó un puente entre la identidad y la ambición, entre el trópico y el desierto, entre la disciplina y la imaginación; construyó una nueva cartografía capaz de inscribirse en las obras que redefinen el siglo XXI y expanden fronteras. (I)