Uno de los dos incendios en su planta de producción fue ocasionado por una colilla de cigarrillo. La compañía estuvo a punto de cerrar en 1992 porque se quemó el 50 % más importante de la estructura, donde se almacenaban las lacas y los disolventes. Al siguiente día de este accidente, en un recorrido con la aseguradora, se conmovió al ver a sus 200 obreros "sucios", cubiertos de tizne y con escobas en las manos.
¡Es la hora del té millonario!
Sabía que no podía dejarlos sin empleo, aunque confiesa que, con su profesión y la póliza, pudo dejar atrás el estrés y cerrar este ciclo. Sin embargo, pidió una escoba y se puso a limpiar. Con el dinero del seguro y algunos créditos, reconstruyó sus instalaciones, con espacios mejorados para impulsar su producción. "Se quemó lo bueno, lo malo y lo feo".
Esta es una de las anécdotas que Roberto Maldonado Álvarez, CEO y fundador de Grupo Colineal, compartió con Forbes Ecuador. Nos recibió en uno de sus locales, ubicado en la Avenida Unidad Nacional, en Cuenca, una ciudad considerada como la capital cultural de Ecuador por su riqueza artística y sus tradiciones. Su economía vibrante, su diversidad industrial y su calidad de vida la posicionan como una de las mejores urbes para vivir en la región. Al caminar por sus calles estrechas de piedra, entre sus edificios coloniales, aún se admiran costumbres que no existen en grandes metrópolis. Pasamos por la Plaza de las Flores, en medio del olor a sahumerio y con el cántico a la virgen del Carmen de fondo. Los fieles devotos que no lograron ingresar a la iglesia estaban de pie, en medio de un frío intenso y penetrante, escuchando la homilía del día.
La capital azuaya cuenta con 765.000 habitantes y un PIB per cápita de US$ 13.158, según datos del Municipio de Cuenca. El comercio y la industria mueven cerca del 69 % de sus ventas y la tasa de empleo formal es del 34,2 %. De acuerdo con la mayoría de los habitantes y con la percepción que existe a escala nacional, Cuenca es sinónimo de prosperidad y parece que tiene bajo control los problemas económicos y sociales que afectan al resto del país. No solo se diferencia por su gastronomía, el acento característico de su gente o sus festividades, sino por sus emprendedores y hacedores, quienes generan un PIB nominal de US$ 8.382 millones.
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Dentro de este grupo está Maldonado, un hombre con carisma y sentido del humor. Su apariencia física esconde los 75 años que lleva en sus hombros. Llegó vestido impecable, con un pañuelo celeste en el bolsillo de la leva, acorde con su corbata y el color de la camisa. Usa unos lentes que le dan un aire de juventud, mientras que sus canas delatan el paso de las décadas. Con él pude recordar aquel adagio popular de la ley de Murphy: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Preparamos este encuentro con varias semanas de anticipación y ese día nuestro personaje tuvo ciertos inconvenientes, incluidos los cortes de agua en la ciudad. Las risas que surgieron después de escuchar sus últimas epopeyas ayudaron para que Maldonado, con cierta timidez, posara frente a nuestro lente. Durante cerca de tres horas nos dio sus mejores sonrisas, con uno que otro chiste y decenas de poses que solo un modelo profesional hubiera logrado.
Después, con una taza de té en las manos, para soportar la inclemencia del clima, nos sentamos alrededor de una de sus mesas, acompañados por su última hija, Sofía. En medio de su showroom, con clientes curiosos a nuestras espaldas, comencé a grabar. Hablamos cerca de dos horas para conocer los detalles más importantes que marcaron estas casi ocho décadas de vida. Nació en Cuenca, en el seno de una familia humilde y numerosa. Tiene ocho hermanos y él ocupa el cuarto lugar. Estudió la primaria en la escuela fiscal Luis Cordero y cursó el colegio en modalidad nocturna. Aún tiene pesadillas con las matemáticas porque no le gustaban los números, pero seguir Contabilidad fue la única opción en ese entonces, ya que no quería ser profesor y tenía que trabajar en las mañanas en una imprenta como tipógrafo.
El primer recuerdo relacionado con la carpintería es por su padre, Roberto Maldonado Maldonado. "Lo veía trabajando en su taller, que era una tienda. Nosotros vivíamos en la parte trasera y él pasaba día y noche en su banco. Yo me dormía y mi padre se quedaba trabajando, me despertaba y él seguía ahí mismo. Era un carpintero, un artesano por excelencia". Otra de sus memorias está relacionada con las dificultades económicas. Maldonado asegura que ingresó a esta industria para ayudar a su progenitor y a su madre, Elvira Álvarez. "No era dueño de nada y siempre vivía arrendando, buscando lugares más baratos para poner su taller".
Colineal es "el fruto de un momento de desesperación" y de intentar salir adelante. Este empresario recuerda que, a los 12 años, con las complicaciones que tenía en su hogar, nunca quiso aprender del oficio o vincularse con este negocio. Sabía que ser carpintero no era una opción y solo uno de sus hermanos intentó seguir estos pasos, pero no prosperó. Cuando él tenía 25 años y su padre 60, se convirtieron en socios. ¿Lo más difícil? Conseguir que escuchara sus consejos y se dejara guiar por él. "Por lo regular los padres no hacen caso a sus hijos y esa es una parte fundamental de su legado. Aceptó su condición y que necesitaba ayuda".
"Un día llegó a mi oficina, yo estaba recién casado, y me pidió un préstamo porque no podía pagar a los obreros", explica Maldonado.
—Toda la vida ha tenido el mismo problema. ¿Por qué no logra resolverlo? —le inquirió.
—Mira, hombre, lo que pasa es que nuestro trabajo implica que entreguemos productos a otras mueblerías y no me pagan —le contestó, añadiendo una negativa hacia su propuesta: —¿Por qué no se pone algo propio para que venda sus productos?
Su padre pensaba que, si no podía mantener un taller, mucho menos iba a poder con un local. Salió de su oficina, pero en ese vacío ingresó la preocupación y el deseo de ayudar. En ese tiempo, Maldonado abrió su propia firma contable para brindar asesorías. Pocos meses antes fue despedido de Indurama y la necesidad lo obligó a emprender. "No puedo negar que he sido un hombre de suerte y de eso no cabe la menor duda. Estudié Contabilidad sin saber qué era. En la imprenta, por casi cuatro años, conocí todo lo malo que tienen los jefes. Ingresé a Artepráctico como asistente de compras, no por los muebles, sino por la contabilidad, pero me dieron una escoba para barrer. Me dijeron que vaya de terno y llegué con el único que tenía para limpiar el piso".
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Todo esto es un recuento positivo de lo que fue su trayectoria laboral. No le apena contar que comenzó desde abajo y poco a poco escaló a diversas posiciones. Tampoco guarda rencores; con una sonrisa, comenta lo que tuvo que hacer porque necesitaba el dinero. "Fueron las experiencias más lindas porque te relacionas con otras personas, practicas lo que estás estudiando". Luego, pasó por una cadena de hoteles y se mudó a Machala. Tuvo grandes líderes que le transmitieron la necesidad de conocer de todo. Un par de años más tarde regresó a Cuenca como asistente de gerencia en Indurama, al mismo tiempo que terminaba su carrera en ingeniería comercial.
"Era un chico exitoso a los 23 años: tenía una camioneta 1200, una novia y estaba estudiando. Así que me casé y a los cinco días de llegar de la luna de miel me despidieron. Lloré, maldije y al siguiente día abrí la oficina contable", que perduró por casi cinco años después de fundar Colineal, ya que necesitaba capital. Su esposa, en cambio, lo acompaña por más de 50 años y le dio cuatro hijos: tres mujeres y un hombre, quien es en la actualidad el gerente general... (I)
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