Desde el avión se admira el cambio de los ecosistemas, dejamos de lado la cordillera de los Andes para ver árboles y más árboles. De vez en cuando nos encontramos con las huellas que dejan los ríos y, mientras descendimos, las plantaciones de palma se adueñaron del paisaje. Llegamos al Coca, una ciudad con aproximadamente 50.000 habitantes, con calles estrechas y alborotadas por un comercio vibrante.
A pesar de la pobreza que se esconde entre las construcciones y las viviendas, turistas internacionales transitan con gran frecuencia para adentrarse en las maravillas de la región Amazónica. Antes, esta cabecera cantonal, era conocida como Puerto Francisco de Orellana. Se dice que su nuevo nombre proviene de los rituales ancestrales que se realizaban con la hoja de coca en esta zona. Su clima es lluvioso tropical y tiene una temperatura promedio de 24 grados centígrados.
Mientras las puertas del aeropuerto Francisco de Orellana se abrían, los guías del Napo Wildlife Center (NWC), con rótulos en sus manos, nos dieron una cálida bienvenida. Nos unimos a un grupo de extranjeros y recibimos algunas indicaciones. Una buseta nos llevó a su muelle privado, a menos de 15 minutos de la terminal. Desde ese momento, sentimos el nivel de logística de este proyecto, manejado por una comunidad kichwa.

En una sala lounge, con mesas y sillones, disfrutamos de la vista del río Payamino. Desde ahí se observan las lanchas, con dos filas de sillones, que son el único medio de transporte para llegar a nuestro destino final. Los guías nos retiraron el equipaje, que luego encontramos en las habitaciones. Nos entregaron un bolso para proteger nuestras pertenencias del agua, un tomatodo y un chaleco salvavidas. Abordamos una lancha a motor por dos horas y media (80 kilómetros). Con un refrigerio preparado a la medida de cada visitante, la travesía por el río Napo se hizo muy corta.
En algunas ocasiones el capitán iba en zigzag buscando las zonas más profundas para evitar encallar. La señal del celular desapareció apenas vimos pequeñas comunas en las orillas y también mecheros por la explotación petrolera. Este río es uno de los límites de las provincias de Sucumbíos y Orellana. Más de una vez nos cruzamos con barcazas, con tanqueros de gasolina, una que otra lancha y un hotel flotante. Es una vía fluvial transitada que conecta a las comunidades que viven en la selva con su cabecera cantonal.
El viaje, a pesar del viento, es muy llevadero. La flora de la zona es un gran distractor y, sin pensarlo, llegamos a la "bodega". La segunda parada para estirar las piernas, utilizar sus facilidades o simplemente escuchar el sonido de los grillos y admirar cómo las hormigas, tan ordenadas y apresuradas, adornan los senderos. Este espacio es la puerta de entrada al hotel, es un centro de distribución y un lugar de descanso que incluye un restaurante, donde almorzamos el segundo día.
Aquí nos dividimos en grupos, nos asignaron un guía y esperamos nuestra canoa a remo. Se accede por un canal abierto por los comuneros. En el primer tramo, el color del agua es similar al del río Napo, pero, mientras nos alejamos, se torna completamente oscuro. Es un espectáculo que se genera por las aguas que salen de los pantanos de palma, que contienen materia en descomposición y se diferencian por la intensidad de los taninos que adquieren de la hojarasca. Sin embargo, al meter la mano, es transparente. Es como estar flotando en una sábana negra, que te impide ver qué hay debajo de ella.

Con suerte, en los cuatro días que duró la aventura, encontramos caimanes, nutrias, patos, paiches y pirañas. El viaje duró cerca de tres horas porque paramos con frecuencia para ver monos paseando por las copas de los árboles. En cada tramo encontramos una ave distinta, una lagartija o un perezoso, que nos recordaron que estamos en medio del Parque Nacional Yasuní, uno de los lugares más biodiversos de la Tierra, con una extensión de 1.022.736 hectáreas, según el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica. Fue declarado Parque Nacional el 26 de julio de 1979 y en 1989 fue nombrado Reserva de la Biósfera por la Unesco. Cuenta con una zona intangible de 758.773 hectáreas para proteger a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario.
Se estima que existen más de 500 aves, 150 anfibios, 120 reptiles, 160 mamíferos, 100.000 insectos y más de 4.000 especies de flora, de acuerdo con Wildlife Conservation Society. En una hectárea se pueden encontrar más de 6.000 especies de árboles. En uno de nuestros recorridos hallamos una hormiga tigre, con dos puntos naranjas en su cola, acompañada de otras más grandes como la conocida conga. En la cima de la torre de observación conocimos a tucanes, garzas, loros, tangaras, colibríes, guacamayos, pericos, águilas y cotingas. Los monos no se quedaron atrás y observamos especies como: capuchinos, arañas, ardillas y aulladores. Estos últimos nos dieron la bienvenida, sus aullidos son muy similares a los sonidos que se usan en las películas sobre el fin del mundo.

Este parque encierra una riqueza que se agota. Hay que buscar a los animales, pues no se encuentran con facilidad. La caza indiscriminada, la tala de árboles y las actividades extractivistas ponen en riesgo el equilibrio de este hábitat. Por esta razón, la comunidad kichwa Añangu, en sus 21.400 hectáreas, decidió prohibir este tipo de prácticas y así recuperar, sanar y conservar este espacio. Una de sus estrategias fue crear Napo Wildlife Center en 1998, un hotel de lujo que recibe un 99 % de turistas extranjeros y promueve la preservación de la flora y la fauna.
Los árboles menos tupidos nos alertaron que estábamos por llegar a este lugar. Ingresamos por un extremo de la laguna, que nos dejó sin aliento e inmediatamente pensamos en lo afortunados que somos los ecuatorianos. En medio del camino admiramos cómo las construcciones, con techos de palma, se imponen en una pequeña colina, rodeada de pantanos. Hay una torre de siete pisos que está en la mitad y es el punto de encuentro, tiene un restaurante en la planta baja y una sala de estar en el segundo piso. Los demás niveles sirven para disfrutar de la vista, del reflejo de la luna en el agua o de los primeros rayos de sol que aparecen entre las nubes. Su historia va mucho más allá de ser un hotel de cinco estrellas...

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