Uno de los dos incendios en su planta de producción fue ocasionado por una colilla de cigarrillo. La compañía estuvo a punto de cerrar en 1992 porque se quemó el 50 % más importante de la estructura, donde se almacenaban las lacas y los disolventes. Al siguiente día de este accidente, en un recorrido con la aseguradora, se conmovió al ver a sus 200 obreros "sucios", cubiertos de tizne y con escobas en las manos.
Sabía que no podía dejarlos sin empleo, aunque confiesa que, con su profesión y la póliza, pudo dejar atrás el estrés y cerrar este ciclo. Sin embargo, pidió una escoba y se puso a limpiar. Con el dinero del seguro y algunos créditos, reconstruyó sus instalaciones, con espacios mejorados para impulsar su producción. "Se quemó lo bueno, lo malo y lo feo".
Esta es una de las anécdotas que Roberto Maldonado Álvarez, CEO y fundador de Grupo Colineal, compartió con Forbes Ecuador. Nos recibió en uno de sus locales, ubicado en la Avenida Unidad Nacional, en Cuenca, una ciudad considerada como la capital cultural de Ecuador por su riqueza artística y sus tradiciones. Su economía vibrante, su diversidad industrial y su calidad de vida la posicionan como una de las mejores urbes para vivir en la región. Al caminar por sus calles estrechas de piedra, entre sus edificios coloniales, aún se admiran costumbres que no existen en grandes metrópolis. Pasamos por la Plaza de las Flores, en medio del olor a sahumerio y con el cántico a la virgen del Carmen de fondo. Los fieles devotos que no lograron ingresar a la iglesia estaban de pie, en medio de un frío intenso y penetrante, escuchando la homilía del día.
La capital azuaya cuenta con 765.000 habitantes y un PIB per cápita de US$ 13.158, según datos del Municipio de Cuenca. El comercio y la industria mueven cerca del 69 % de sus ventas y la tasa de empleo formal es del 34,2 %. De acuerdo con la mayoría de los habitantes y con la percepción que existe a escala nacional, Cuenca es sinónimo de prosperidad y parece que tiene bajo control los problemas económicos y sociales que afectan al resto del país. No solo se diferencia por su gastronomía, el acento característico de su gente o sus festividades, sino por sus emprendedores y hacedores, quienes generan un PIB nominal de US$ 8.382 millones.
Dentro de este grupo está Maldonado, un hombre con carisma y sentido del humor. Su apariencia física esconde los 75 años que lleva en sus hombros. Llegó vestido impecable, con un pañuelo celeste en el bolsillo de la leva, acorde con su corbata y el color de la camisa. Usa unos lentes que le dan un aire de juventud, mientras que sus canas delatan el paso de las décadas. Con él pude recordar aquel adagio popular de la ley de Murphy: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Preparamos este encuentro con varias semanas de anticipación y ese día nuestro personaje tuvo ciertos inconvenientes, incluidos los cortes de agua en la ciudad. Las risas que surgieron después de escuchar sus últimas epopeyas ayudaron para que Maldonado, con cierta timidez, posara frente a nuestro lente. Durante cerca de tres horas nos dio sus mejores sonrisas, con uno que otro chiste y decenas de poses que solo un modelo profesional hubiera logrado.
Después, con una taza de té en las manos, para soportar la inclemencia del clima, nos sentamos alrededor de una de sus mesas, acompañados por su última hija, Sofía. En medio de su showroom, con clientes curiosos a nuestras espaldas, comencé a grabar. Hablamos cerca de dos horas para conocer los detalles más importantes que marcaron estas casi ocho décadas de vida. Nació en Cuenca, en el seno de una familia humilde y numerosa. Tiene ocho hermanos y él ocupa el cuarto lugar. Estudió la primaria en la escuela fiscal Luis Cordero y cursó el colegio en modalidad nocturna. Aún tiene pesadillas con las matemáticas porque no le gustaban los números, pero seguir Contabilidad fue la única opción en ese entonces, ya que no quería ser profesor y tenía que trabajar en las mañanas en una imprenta como tipógrafo.
El primer recuerdo relacionado con la carpintería es por su padre, Roberto Maldonado Maldonado. "Lo veía trabajando en su taller, que era una tienda. Nosotros vivíamos en la parte trasera y él pasaba día y noche en su banco. Yo me dormía y mi padre se quedaba trabajando, me despertaba y él seguía ahí mismo. Era un carpintero, un artesano por excelencia". Otra de sus memorias está relacionada con las dificultades económicas. Maldonado asegura que ingresó a esta industria para ayudar a su progenitor y a su madre, Elvira Álvarez. "No era dueño de nada y siempre vivía arrendando, buscando lugares más baratos para poner su taller".
Colineal es "el fruto de un momento de desesperación" y de intentar salir adelante. Este empresario recuerda que, a los 12 años, con las complicaciones que tenía en su hogar, nunca quiso aprender del oficio o vincularse con este negocio. Sabía que ser carpintero no era una opción y solo uno de sus hermanos intentó seguir estos pasos, pero no prosperó. Cuando él tenía 25 años y su padre 60, se convirtieron en socios. ¿Lo más difícil? Conseguir que escuchara sus consejos y se dejara guiar por él. "Por lo regular los padres no hacen caso a sus hijos y esa es una parte fundamental de su legado. Aceptó su condición y que necesitaba ayuda".
"Un día llegó a mi oficina, yo estaba recién casado, y me pidió un préstamo porque no podía pagar a los obreros", explica Maldonado.
—Toda la vida ha tenido el mismo problema. ¿Por qué no logra resolverlo? —le inquirió.
—Mira, hombre, lo que pasa es que nuestro trabajo implica que entreguemos productos a otras mueblerías y no me pagan —le contestó, añadiendo una negativa hacia su propuesta: —¿Por qué no se pone algo propio para que venda sus productos?

Su padre pensaba que, si no podía mantener un taller, mucho menos iba a poder con un local. Salió de su oficina, pero en ese vacío ingresó la preocupación y el deseo de ayudar. En ese tiempo, Maldonado abrió su propia firma contable para brindar asesorías. Pocos meses antes fue despedido de Indurama y la necesidad lo obligó a emprender. "No puedo negar que he sido un hombre de suerte y de eso no cabe la menor duda. Estudié Contabilidad sin saber qué era. En la imprenta, por casi cuatro años, conocí todo lo malo que tienen los jefes. Ingresé a Artepráctico como asistente de compras, no por los muebles, sino por la contabilidad, pero me dieron una escoba para barrer. Me dijeron que vaya de terno y llegué con el único que tenía para limpiar el piso".
Todo esto es un recuento positivo de lo que fue su trayectoria laboral. No le apena contar que comenzó desde abajo y poco a poco escaló a diversas posiciones. Tampoco guarda rencores; con una sonrisa, comenta lo que tuvo que hacer porque necesitaba el dinero. "Fueron las experiencias más lindas porque te relacionas con otras personas, practicas lo que estás estudiando". Luego, pasó por una cadena de hoteles y se mudó a Machala. Tuvo grandes líderes que le transmitieron la necesidad de conocer de todo. Un par de años más tarde regresó a Cuenca como asistente de gerencia en Indurama, al mismo tiempo que terminaba su carrera en ingeniería comercial.
"Era un chico exitoso a los 23 años: tenía una camioneta 1200, una novia y estaba estudiando. Así que me casé y a los cinco días de llegar de la luna de miel me despidieron. Lloré, maldije y al siguiente día abrí la oficina contable", que perduró por casi cinco años después de fundar Colineal, ya que necesitaba capital. Su esposa, en cambio, lo acompaña por más de 50 años y le dio cuatro hijos: tres mujeres y un hombre, quien es en la actualidad el gerente general.
El camino para ensamblar un mueble
Le pregunté a Maldonado con cuántos sucres iniciaron y, seguido de una carcajada, me contestó: "comenzamos sin sucres". Era un viernes, su padre acababa de salir de su oficina y llegó un amigo con quien compartió sus preocupaciones. Era una costumbre reunirse al finalizar la semana laboral para tomarse un par de cervezas.
—Creo que voy a ponerme una mueblería para vender los artículos de mi padre —le contó, mientras se cuestionaba a él mismo: — ¿Cómo lo voy a hacer? —No quería que sus papás continuaran en aquella situación tan complicada.
—Yo quiero participar —lo alentó este personaje, que tiempo después se puso su propia tienda.
Juntos, hace 49 años, salieron a buscar un espacio. Todo fue muy rápido, encontraron un local en las calles Bolívar y Tarqui, en el centro de la ciudad. Hicieron una "vaca" para pagar el primer mes de arriendo adelantado y acudió donde su padre para hacerle la propuesta.
—¿Y vos qué sabes de esto? —lo cuestionó.
—Nada, voy a probar —contestó.
Según los recuerdos de Maldonado, su padre dudaba mucho, pero su madre tenía un pensamiento más comercial. "Él era un artista, hacía cosas lindas, era muy meticuloso con la madera. En cambio, mi mamá sentía la parte económica. A veces pienso que no hacía bien las cuentas o era muy bondadoso con los clientes porque no quería abusar en el precio. Eso chocaba con las necesidades de la familia, así que aceptaron venderme todos sus productos".
Este sueño, que inició con tres socios, le dio una empresa que hoy tiene ingresos de US$ 40 millones al año y la mayor satisfacción de su vida. "Yo me encargué de conseguir el dinero, las materias primas, el arriendo, las deudas... siento paz de haber contribuido para que ellos terminen su vida de manera decente. Vivieron cómodamente, con su casa propia, con su carro y esas cosas lograron ya a su vejez". Convirtió el talento de un artesano mal pagado en una mina de oro que genera empleo para más de 750 personas. En la última década, sus inversiones en nuevas tiendas, tecnología y centros logísticos superan los US$ 40 millones.
Armaron esta compañía solo con el deseo, ni siquiera con el conocimiento. "El hecho de ser pobre y que me boten del empleo fueron de las mejores oportunidades que me dio la vida. Si no hubiera tenido hambre en ese momento y mi padre la necesidad, no hubiéramos construido cosas extraordinarias". Durante seis meses prepararon seis comedores, seis salas y seis dormitorios. Además, consiguieron alguien que los ayudara con la tapicería y pusieron un pequeño taller al frente del suyo, dando sus primeros pasos. "Mi amigo y yo éramos recién casados y usamos los regalos para decorar. Sabíamos que todo debía verse bonito. Abrimos un 18 de diciembre de 1976, en una época perfecta, y en una semana vendimos todo. Tuvimos que cerrar el almacén porque cometimos algunos errores".
Entre esos estaba la comercialización de la exhibición, ya no tenían qué mostrar al público. Incluso colocaron sus propios escritorios para la venta y buscaron otros proveedores. Según Maldonado, se dieron cuenta de que entraron en un negocio con futuro. El crecimiento obligó a buscar más empleados, maquinaria y, sobre todo, financiamiento. Así que hizo una solicitud de crédito por US$ 10.000 en el Banco Filanbanco. Durante ocho meses acudió todos los días, a las 08:00, para hablar con el gerente y siempre la respuesta era negativa. "Un día un abogado de esa institución me preguntó qué hacía todos los días ahí. Pensaba que estaba buscando empleo y me llevó a su oficina".
—¡Oye! No seas tan pendejo, cómo vas a pedir US$ 10.000 —le dijo, asegurando que debía regresar a su oficina y armar un estudio de factibilidad (de esos que hacía para sus clientes) y pedir unos US$ 200.000.
Maldonado presentó su petición en aquella institución y a los 15 días le llamaron para decir que su crédito de US$ 250.000 estaba aprobado. Primero se asustó. "Yo nunca había tenido tanto dinero junto. Más tarde me fui a una feria en Alemania para comprar lo necesario y me di cuenta de que lo que buscaba no existía. Mi padre hacía muebles tallados, coloniales, y era imposible encontrar algo así. Me tocó cambiar mi mente y supe que los productos de él no tenían futuro".
Planearon hacer otro tipo de inmobiliario y adquirieron equipos para ello. Estaban al día en tecnología, lo que les permitió trabajar en serie. Era algo nuevo para ellos. Dejaron los serruchos y los cepillos, para usar herramientas más precisas. Esto implicó conseguir gente capacitada y ese es el corazón de su éxito. "Colineal se hizo con las personas que estuvieron en este camino. Me rodeé de profesionales muy valiosos, que sabían más que yo. Mi papá dejó de involucrarse en el proceso y solo nos ayudaba con los primeros prototipos". El siguiente paso fue dejar su "carpintería incipiente" para mudarse a un lugar de 1.500 metros cuadrados en el parque industrial de Cuenca. Esa fue una de las mejores inversiones que hicieron y, en la actualidad, cuentan con cuatro hectáreas y 40.000 metros cuadrados, donde se elaboran 20.000 muebles al mes. El 80 % de su producción sale de aquí. En bodegas tienen unos 10.000 metros cuadrados y en exhibición otros 40.000 metros cuadrados. Hace cuatro años, invirtieron US$ 10 millones en un centro logístico en la provincia del Cañar, con otras 10 hectáreas y 15.000 metros cuadrados de construcción.
La profesionalización llegó a pasos agigantados. Un departamento técnico se hizo cargo de los diseños y mejoraron todos sus productos: comedores, dormitorios, muebles complementarios y salas, estas últimas las más vendidas. Muchos de sus modelos venían de las ferias internacionales que visitaba. Así se fue posicionando en un target, con poder adquisitivo medio alto, conocido por su vanguardismo y sofisticación. De igual manera, hace 25 años compraron la franquicia de Norwalk, la empresa que produce los mejores sofás del mundo, para recibir todas sus buenas prácticas y aplicarlas desde Cuenca.
Los retoques y las pinceladas finales
"Hace muchos años estaba sentado en un restaurante comiendo un ceviche y me encontré con mi exjefe, uno de los dueños de Indurama. Me dijo que nunca supo nada sobre mi salida y reconoció que yo era un hombre inteligente; añadió que debía proponerme ser el mejor del barrio, luego el mejor de la ciudad y del país. Así iba a volar alto". Roberto lo hizo, siguió su consejo. En un momento dado, era el gerente, el comprador, el contador, la persona que entregaba los muebles, el que diseñaba, el cobrador... Ocupó todos los roles disponibles que le enseñaron a tener el liderazgo de su compañía y convertirse en el mejor.
Cuando se sintieron seguros sobre la calidad y la cantidad, salieron de Cuenca. No apuntaron a Quito o Guayaquil porque "estaban conscientes de que había productores mucho mejores que ellos". Llegaron a Loja, Machala, Santo Domingo y otras ciudades más pequeñas. "Yo tenía un lacador que me acompañaba a vender. Subíamos una sala en el carro y ese era nuestro mostrador". Esas pequeñas estrategias los posicionaron como "una de las marcas más queridas del país".
Otro paso importante para Maldonado fue dejar atrás los arriendos e invertir en tiendas propias. Así se involucraron en los bienes raíces. La pionera, en los años noventa, estaba diseñada exclusivamente para vender muebles. Hoy tienen presencia en casi todas las provincias, con 22 almacenes Colineal. Desde 2015, también han abierto una megatienda por año, con una inversión de US$ 3,5 millones cada una. La última fue en el Valle de los Chillos. En 1993 llegaron a Quito, que en la actualidad es su mayor mercado, y con los años abrieron dos locales en Lima, Perú, y otro en Panamá, donde esperan aperturar otra sucursal. En estos momentos, están en negociaciones en Costa Rica y apuntan a llegar a Centroamérica, una zona que carece de mobiliario de calidad. Su táctica será ingresar con precios más económicos. Todo esto se traduce en cerca de US$ 20 millones de inversión en el próximo lustro, de los cuales US$ 8 millones se destinarán a Ecuador.
De la mano de esta expansión geográfica vino la diversificación de su portafolio. Este emprendedor explica que los muebles solos para una exhibición no son tan atractivos, necesitan elementos decorativos. La encargada de esta tarea, en un primer momento, fue su esposa. Compraba piezas únicas y eso les ayudó a conocer el mercado y entender qué buscan las personas. Sin duda, al llegar a cualquiera de sus locales, la vista es increíble. Cada una de sus plantas ilustra perfectamente cómo quedaría tu hogar si adquieres alguno de sus conjuntos. Desde salas más modernas, con formas redondeadas y sillas con ruedas, hasta aquellas piezas más tradicionales, con grandes mesas. Existen secciones de alfombras, cojines, cuadros, sillas, lámparas y hasta electrodomésticos. En una sola visita puedes llenar tu hogar; su ticket promedio de consumo está en US$ 1.000 por usuario.
Ahora incluso apuestan por los colchones. Importan sus piezas y sus materiales desde Alemania. Tienen una fábrica propia, recién inaugurada, para armarlos, que responde a su oferta integral. La inversión asciende a US$ 1,5 millones, con ventas anuales de 15.000 colchones. Las espumas y la tapicería se elaboran aquí y sus excedentes se vuelven a procesar para crear camas para perros, puffs e inclusive prótesis mamarias. "Salen empacados al vacío, los puedes poner en la cajuela del carro y en 10 minutos toman su forma normal". Asimismo, elaboran ropa de cama: sábanas, edredones, cobijas y cubrecamas, en una fábrica que estará terminada en 2026. En cambio, para estar al día en tendencias, en pocos meses estrenarán su planta de muebles de metal, que complementa su oferta, con un costó US$ 1,5 millones.
Para Maldonado, son especialistas en manejar momentos negativos y siempre tratan de sacar lo más positivo de estas situaciones. Recuerda que su padre no podía vender ni US$ 30 y, en 1977, su primer año de funcionamiento, cerraron sus ventas en cerca de US$ 300.000. Sus clientes fueron sus exjefes, quienes confiaron en él en algún momento. "Fui a tocar puertas en el hotel donde trabajé y entregué todo lo que me pidieron. Ahí aprendí que siempre hay que salir en buenas relaciones con tus empleadores".
Esas ventas en 1990 llegaron a US$ 3 millones, en 1995 subieron a US$ 4 millones y en 2005 alcanzaron por primera vez los US$ 10 millones. En 2010 cerraron con US$ 27 millones en facturación y, cinco años más tarde, en US$ 43 millones. En la pandemia bajaron a US$ 31 millones, pero el año pasado se recuperaron. Este 2025 esperan vender US$ 50 millones. "En 2020 nos paralizamos. Nunca he sentido tanto miedo porque pensamos que se acababa todo".
Unos meses perfectos para realizar una transición hacia las compras digitales, como pasó con otras industrias. Su portal web, creado en 2015, vendía, en promedio, US$ 100.000, pero en esos meses cobró fuerza y se posicionó como uno de los más visitados de Ecuador. En 2019, Colineal tenía un inventario de US$ 12 millones en sus bodegas, que se redujo a la mitad en 2020, gracias a sus 120 vendedores, quienes se apoyaron en la tecnología. Ahora este canal representa, aproximadamente, el 10 %.
Un producto para exhibición
Colineal renueva el 30 % de su oferta todos los años. Aún tienen un modelo de cama que está desde sus inicios, aunque ha vivido algunas renovaciones. Cada marzo salen las nuevas colecciones para todo el año e importaron esa visión desde Estados Unidos. El primer destino internacional que no resultó. Era 1996 y su hija mayor, Catalina, a sus 18 años, le informó que se iba a este país a estudiar inglés. Maldonado confiesa que sintió envidia de aquella situación y por su cabeza rondó la idea de tomarse un año sabático para cumplir este sueño en familia. En el trayecto de la fábrica a la casa pensó cómo les iba a proponer esta idea a su esposa y sus hijos. De lo único que estaba seguro era de que si existía alguna oposición todo se quedaba en palabras.
—¡Oigan, chicos! ¿Quieren irse a vivir a Estados Unidos? —les preguntó, añadiendo que, si uno decía que no, nadie se iba.
—¡Sí! —respondieron en coro.
Esta aventura los llevó 12 meses a Houston, después de recibir los permisos de la embajada americana, un problema menor frente al dilema de a quién dejar las riendas en Ecuador. Para ese entonces, ya era una marca establecida y necesitaba de profesionales que tomaran decisiones. Maldonado manifiesta que contaba con supervisores, pero su tarea fue encontrar un gerente para cada departamento, desde recursos humanos hasta finanzas. "Yo siempre tenía la duda de si van a poder o no con mi trabajo. Uno se siente superpoderoso, la mamá de Tarzán, y me llevé una grata sorpresa porque en cuatro meses ellos hicieron las cosas mejor que nosotros".
De acuerdo con sus propias palabras, sus empleados se zafaron de una persona que al final los contenía para que no expresaran sus propias ideas. ¡Esa fue una de las mayores lecciones! Dividieron Colineal en departamentos y les otorgaron a sus gerentes el rango que merecían. A su regreso, encontró otra compañía, encaminada al crecimiento, a pesar de todo el dinero que perdieron en Estados Unidos. "Me puse allá un par de tiendas y nos fue muy mal. Perdimos cualquier cantidad de dinero".
Nuestro personaje de portada decidió regresar en 1998, tras varios rumores de que el país iba a entrar en recesión y trajo consigo el concepto de las megatiendas. Este espacio tenía en la parte de atrás productos terminados, donde organizaron un evento que se llamó "Liquidación de bodega", que hasta ahora realizan todos los años. "Había unas 400 personas esperando en la puerta para entrar. La gente se sentaba y decía: 'este es mío'. No les importaba el precio, ni el color ni nada. Fue una cosa espectacular. Perdimos hasta la camisa en Estados Unidos, pero aprendimos y esa inversión no tiene precio".
Vieron los muebles con otros ojos. Decidieron estar en la élite del mercado, con un nivel superior, gracias no solo a los diseños, sino a los precios. Ganaron la confianza y el conocimiento que necesitaban. Cuando en 2009, el presidente de turno alentó a que los empresarios salieran de Ecuador, ellos no dudaron en buscar otros países para introducir su mercadería. Ahora, esto representa el 10 % de sus ventas anuales.
Colineal, un negocio con sentido
Su ADN se fundamenta en la calidad, el precio y el servicio. Su ciclo de producción se redujo de seis meses a 15 días. "En sacar un sofá nos demorábamos entre tres y cuatro meses. Ahora, si ingresa el pedido en la planta, no nos toma mucho y, en 15 minutos, está empacado y listo para su distribución". Es decir, hay dos factores importantes para el consumidor final. El primero es el tiempo, ya que los muebles se entregan casi de manera inmediata. Y el otro es el financiamiento. Colineal apostó por alianzas estratégicas con tarjetas de crédito para acceder a cuotas de pago.
Para Maldonado, otro de sus diferenciadores son sus prácticas sostenibles y pensadas en el ser humano y el ambiente. El 50 % de su materia prima llega de Estados Unidos. Su madera se cultiva principalmente en Chile y cuenta con certificación FCS, que impide que se exploten bosques primarios y promueve una correcta administración forestal. Además, usan productos no tóxicos para el cuerpo, lacas que no contaminan y tapices que no son inflamables.
Las normas se establecieron siguiendo a los mejores productores del mundo. Su enfoque va más allá de vender muebles: quieren generar un verdadero impacto en la industria nacional, demostrar que las cosas se pueden hacer bien y no se necesita ser millonario para dar el primer paso. Maldonado nunca se hubiera imaginado que ese pequeño almacén en Cuenca, adornado con sus pertenencias, iba a ingresar al top 20 de empresas que más ingresos tienen en Azuay y ser la primera en facturación en el sector muebles y decoración en el país, según la Superintendencia de Compañías, Valores y Seguros.
Durante medio siglo, este cuencano se dedicó a sacar adelante un imperio que nunca soñó. Su tiempo al frente está llegando a su fin y, con mucha tranquilidad, asegura que están en un momento de transición. Por un lado, de los ejecutivos que lo acompañaron desde el inicio y, por otro, de sus hijos. La administración se va a entregar a gente más joven. Sus herederos no van a manejar en sí la compañía, pero sí a dirigirla. Su prioridad es que el clan permanezca unido. "Vamos a dejar en manos de profesionales y mis hijos, como dueños, van a liderar porque hemos invertido mucho en ellos, han ido a las mejores universidades y han estado en las mejores ciudades. Ellos son nuestro futuro".
Su plan de retiro no le tomará más de un año, pero seguirá activo. ¿Qué hará después? Emprender. Muy pronto abrirá su primer restaurante en Cuenca, la franquicia peruana Segundo Muelle, y espera construir una escuela para soñadores como él. "Quiero enseñar a la gente a vender y devolver algo a la sociedad. No quiero ser un viejo aburrido, sentado en el parque sin hacer nada". Todos los días Maldonado juega tenis y en las mañanas planifica cómo ganará el partido. A las 11:00 ya está en la oficina y mantiene una vida rutinaria, donde los viajes son una constante.
Al hablar sobre su legado, es imposible no pensar en su padre, quien murió en paz. "Yo busco lo mismo. Quiero que las personas no me recuerden como un hombre exitoso, sino como un buen ser humano". No podía terminar esta entrevista sin preguntarle sus mayores consejos, que se resumen en uno solo: "Hay que arriesgarse y n
o tener miedo. La pobreza es un paso hacia el éxito. El hambre es necesaria para hacer empresa. No es tu culpa que nazcas pobre, pero sí es tu culpa que mueras pobre".
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