El renacer de un legendario helado en Quito
Un clásico de los 80 vuelve a conquistar paladares bajo el mando de la segunda generación de la familia fundadora. Zanzibar, una heladería de sabores frescos y cremosos, regresa al mercado después de más de 20 años de estar fuera del mercado.

Daniela García Noblecilla Editora digital

En 1982, cuando en Quito y en varias ciudades del país la oferta de helados se limitaba a lo tradicional, José Tobar y María Pía Córdovez decidieron innovar con una nueva propuesta y una fórmula secreta que los acompaña hasta el día de hoy. Nació Zanzibar, un nombre que con el tiempo se convirtió en sinónimo de un helado premium en Ecuador. Este fue un sitio que conquistó a los fans del sorbete y marcó la infancia de toda una generación. 

Muchos recordarán su primer local en la 6 de Diciembre y Bellorizonte. Allí se ofrecían productos que eran elaborados cada noche para ser vendidos al día siguiente, con sabores que escapaban de lo común y un estándar de calidad poco visto en la época.

El negocio creció a tal punto que llegó a tener 18 locales a escala nacional, una planta de producción industrial y hasta una línea de paletería. "Mi infancia fue mágica (...) Hoy estoy viviendo esa experiencia con mis hijas. Pasaba horas en el laboratorio, en paseos de colegio en la fábrica.", recuerda Cristina Tobar, hija de los fundadores. "Crecí rodeada de máquinas, pruebas de sabores y congeladores llenos de helados. Fue maravilloso". Sin embargo, a finales de los años noventa, la marca fue vendida y desapareció del mercado. Dejó en muchos consumidores la nostalgia de lo que alguna vez fue un ícono en el mundo de los postres ecuatorianos.

Helados Zanzibar. Fotos : Pavel Calahorrano Betancourt

Más de dos décadas después, el recuerdo del negocio se mantuvo y tomó fuerza. En la pandemia, la familia Tobar se reunió alrededor de la mesa y, entre helados artesanales preparados por José Tobar en su pequeña máquina de Cayambe, surgió la pregunta que cambió todo: ¿por qué no vendemos otra vez los helados?

Al inicio, la marca no existía como tal. Los pedidos a domicilio se entregaban bajo el nombre improvisado de "Helados Buenazos", con el impulso del boca a boca que mantenía viva la esencia de los sabores originales. La respuesta fue inmediata. 

El reencuentro con ese sabor de infancia reactivó una memoria colectiva que había estado dormida por casi veinte años. Poco a poco, con un rebranding más trabajado, el proyecto evolucionó hacia Zibari, hasta que finalmente la familia decidió recuperar el nombre que alguna vez fue un ícono: Zanzibar.

El proceso no fue sencillo, luego de comprobar que la marca llevaba demasiado tiempo en desuso, lograron inscribir nuevamente su nombre sin oposición. Hoy, Cristina Tobar lidera la empresa, acompañada por su padre —ingeniero químico y guardián de las fórmulas originales—, un hermano como socio estratégico y un primo que se sumó luego de impulsar la primera etapa de renacimiento. "Yo estoy a cargo del día a día, pero mi papá es el corazón de la receta". Sus planes son que la heladería recupere el espacio en el mercado y adaptar la oferta a un público que busca experiencias auténticas y sostenibles.

"Sobre el nombre, muchos pensaban que hacía referencia a una isla exótica, pero en realidad es por una pasión de mi papá: el jazz (...) En Nueva York existía un icónico club llamado Zanzibar, un lugar hermoso y se quedó con eso en la cabeza y lo bautizó así".

Después de recuperar la marca, el gran reto era dar el salto de los pedidos a domicilio hacia un punto físico de venta. La presión vino del propio mercado. "Había clientes que insistían en que hacía falta un local, un espacio donde revivir la experiencia". En julio de 2024, la familia Tobar asumió el riesgo y abrió su primera tienda en Plaza Hilacril, en Tumbaco, con una inversión inicial de US$ 60.000. El espacio es familiar y fue elegido estratégicamente como una prueba piloto y la respuesta superó las expectativas. "Queríamos que las familias disfrutaran de un agradable momento juntos", cuenta la heredera de estos sabores. 

Helados Zanzibar. Fotos Pavel Calahorrano

El concepto se amplió para incorporar café y repostería artesanal. La estrategia de diversificar la carta funcionó. Entre julio y diciembre de 2024, el local de Tumbaco registró ventas por US$ 66.500.

Con esa primera validación del público, llegó la expansión a Quito. Después de meses de búsqueda, la empresa encontró un local en la República del Salvador y Suiza, una de las zonas más comerciales y transitadas de la ciudad. Con una inversión de US$ 55.000, la segunda heladería abrió en mayo de 2025. "El helado es un producto de impulso, por eso queríamos estar en una zona de alto tráfico peatonal. Quito era el paso natural", explica Cristina. Toda la producción se desarrolla en la hacienda familiar, ubicada en Cayambe, Imbabura. Esta planta tuvo una inversión de US$ 30.000. 

El modelo de negocio es más artesanal. Cuenta con 65 cabezas de ganado para ordeñar aproximadamente 700 litros diarios de leche. Se prioriza la frescura por encima de la producción masiva. Elaboran alrededor de 100 kg de helado por semana. La marca apoya al mercado local con frutas y pulpas. Además, elaboran sus propios ingredientes como el caramelo, brownie y galleta. Recurren a insumos importados como pasta de pistacho o crema de avellana. 

Sus locales tienen un diseño contemporáneo, una paleta de colores fresca que transmite energía lúdica. El helado, como tal, se distingue. Cada porción es generosa, con una textura muy cremosa y densa. Los sabores son concentrados y balanceados. Actualmente, Zanzibar ofrece 24 sabores, que incluyen clásicos como caramelo, manjar y vainilla, así como opciones sin azúcar y de fruta a base de agua, algo que se adapta a los nuevos hábitos de consumo, explica Tobar. La clave de su textura y densidad, explica esta experta, está en el overrun controlado (la cantidad de aire que se le pone al helado). Sus helados tienen solo el 25 % de aire incorporado. Esto permite que no se pierda el sabor, cremosidad y consistencia, un detalle que los diferencia desde que iniciaron. 

Para Cristina Tobar lo más valioso es preservar el talento y la visión de su padre, el responsable que marcó la pauta de los helados en aquella época. Mantener viva esa habilidad, dice, es también mantener vivo su recuerdo y legado. (I)