La vida profesional de José Javier Espinosa en FV arrancó en 2010. Ese año fue parte de un programa de la empresa de griferías y sanitarios para formar a nuevos ejecutivos. Espinosa se sumó al equipo de FV y seis meses después viajó a Argentina.
Allí fue arte de un entrenamiento particular. Su primera responsabilidad en ese país fue como operario en un horno y trabajaba junto un horno. Luego pasó al rol de preparador, mecánico y supervisor. El programa era por dos años, pero él se quedó cinco.
¿Cómo es que un ejecutivo debe hacer esas tareas? Espinosa responde: “Lo que se busca es que los nuevos directivos pasen por la colimba, una especie de servicio militar. Por eso es importante superar estos procesos con éxito para entender desde abajo el movimiento de la empresa de manera integral”.
Graduado de administración de empresas en la Universidad San Francisco de Quito, en 2012 obtuvo un MBA en IAE, la escuela de negocios la Universidad Austral, en Argentina. Espinosa regresó al país en 2015 con un cargo adscrito a presidencia de la empresa. Hace cinco años asumió la Gerencia de Marketing y en 2021 además la Gerencia de Ventas de la zona norte.
La empresa facturó US$ 82 millones en 2022 y para este la expectativa es cerrar con ventas por US$ 87 millones, aunque Espinosa comenta que el mercado se ha comportado de manera incierta en los primeros meses del año. Entre enero y abril de este año las ventas fueron un 15% menos que en el mismo periodo del 2022.
Espinosa cuenta que en 1977 se abrió la fábrica de grifería de FV en Ecuador con una producción de cuatro toneladas al mes; ahora se producen cinco toneladas diarias. La firma cuenta con un portafolio de 1.300 productos y 1.400 empleados de los cuales 130 están bajo su dirección.
Espinosa empieza su día pegado al teléfono y al correo. No para de planificar estrategias, analizar productos, atender las demandas de los distribuidores, vendedores y clientes. Al finalizar la tarde lo que más le alienta es llegar a casa para disfrutar con su familia.
Casado, padre de dos hijas, cuando nos recibe en su casa en Cumbayá, sus dos mascotas se mueven sin parar. Cuando llegamos intentaba que no ladren porque su bebe de meses dormía.
Patas, un husky siberiano de siete años, llegó a sus vidas antes de casarse en 2018.
“El día que le propuse matrimonio a mi esposa Begoña, él estaba junto a mí, vestido para la ocasión, con una corbata en el cuello”.
Este ejecutivo relata que siempre soñó con tener un husky siberiano por su semejanza con los lobos, por eso cuando vio una publicación en Facebook que vendían unos cachorros, no dudó en contactarse para verlos. “Cuando llegamos parecían una pintura por lo hermosos que eran. De los seis que estaban corriendo por ahí Patas fue el único que se acercó, nos movió la cola. Te aseguro que él nos eligió a nosotros”.
Espinosa quería llamarlo Patán, como un perro de una serie de dibujos animados de los años 80, pero recibió un no rotundo de su esposa, mediaron y quedó en Patas. “Él es muy cariñoso, amigable, pero al mismo tiempo desafiante e independiente. Él decide cuando quiere estar con nosotros. Con mi hija de tres años juega un rato, ella se le sube encima, pero cuando se cansa se sacude y se va campante. Por lo menos me respeta como jefe de la manada, porque a mi esposa no le para ni bola” (risas).
De pequeño Patas era travieso a morir, se comía las patas de las mesas y sillas, las espátulas de madera de la cocina terminaban todas rotas, se subía a los mesones a comerse lo que encontraba encima. Por eso decidieron mandarle a una escuela, pero reprobó dice entre risas, mientras acaricia su lomo. Patas parece saber que estamos hablando de él. “Era un programa de seis semanas, incluso yo iba tres días a la semana a trabajar con él, al final el entrenador me dijo que no fue suficiente. Todavía hace de las suyas, de vez en cuando se roba una que otra media de la cesta de ropa”.
Olivia, en cambio, llegó en 2019. La esposa de Espinosa trabajaba en la Universidad de las Américas (UDLA) y un día apareció en los pasillos la perrita mestiza toda lacerada. Ella la llevó a la facultad de veterinaria para que le curaran. Cuando le esterilizaban descubrieron que tenía un tumor maligno en el útero. Los veterinarios literalmente le salvaron la vida. Su esposa le propuso ser un hogar transitorio mientras se recuperaba, pero Espinosa sabía que nunca saldría de la casa.
“Olivia siempre está pegada a uno de nosotros, es faldera y pasa mucho tiempo con mis hijas. Ellas le saltan, le juegan, y es lo más buena y paciente. Es de una gratitud impresionante”. Efectivamente Olivia permaneció a sus pies la mayor parte del tiempo que duró la entrevista.
Hoy Patas y Olivia son parte fundamental de esta familia, incluso duermen con la pareja en su cama. Hay días que en lugar de cuatro son seis (vienen las dos hijas) y a Espinosa le toca acomodarse en un pequeño rincón. “No concibo nuestras vidas sin ellos”. (I)