Zohran Mamdani no es un político convencional y, a juzgar por las reacciones que ha despertado en Silicon Valley, tampoco es percibido como un alcalde "amigable con los negocios" al estilo tradicional.
Su triunfo en las primarias demócratas de Nueva York ha encendido alarmas entre inversionistas, fundadores y ejecutivos de la élite tecnológica, que ven en él a un socialista democrático dispuesto a cuestionar no sólo la acumulación de riqueza extrema, sino también la relación de poder entre el gobierno local y la industria que ha convertido a la ciudad en un hub de startups, incubadoras y talento global.
Sin embargo, lo que está ocurriendo con Mamdani es más complejo que un simple choque ideológico entre progresismo y capitalismo. Y lo que está en juego va mucho más allá de si los multimillonarios pagarán impuestos más altos.
En las últimas semanas, figuras de alto perfil como David Sacks, Garry Tan, Joe Lonsdale y Brian Armstrong han usado sus redes sociales para alertar sobre el supuesto peligro de un alcalde abiertamente hostil hacia los ultrarricos. La retórica va desde advertencias sobre un "saqueo fiscal" hasta insultos personales que revelan un miedo más profundo: el de un cambio en las reglas del juego.
Elon Musk, aunque más moderado que otros, también se ha sumado ocasionalmente al coro de críticas. Lo curioso es que muchos de estos ejecutivos no tienen residencia en Nueva York ni intereses operativos directos en la ciudad. Su reacción obedece menos a la política local y más a la percepción de que un triunfo de Mamdani podría sentar un precedente cultural: que es posible ganar elecciones en la principal capital financiera de Estados Unidos con un mensaje abiertamente contrario al poder de los multimillonarios.
Pero el pánico online contrasta con las impresiones de quienes se han sentado cara a cara con Mamdani. En un encuentro privado con unos 200 líderes tecnológicos en julio, figuras influyentes como William Floyd (Google), Nihal Mehta (Eniac Ventures) y Julie Samuels (Tech\:NYC) coincidieron en que el político, lejos de ser un cruzado antiempresa, mostró disposición a escuchar, responder preguntas complejas y buscar soluciones pragmáticas.
Kevin Ryan, CEO de AlleyCorp y anfitrión del evento, lo describió como "genuino, articulado y encantador", aunque admitió que sus respuestas resultaron vagas en cuestiones clave para el sector. Para John Borthwick, CEO de Betaworks, Mamdani representa un vacío en la política demócrata tradicional: "Aporta idealismo y frescura en un momento en que el partido carece de nuevas ideas y figuras emergentes".
La tensión real surge de sus propuestas fiscales y sociales. Mamdani ha cuestionado abiertamente la existencia misma de multimillonarios y defiende mecanismos para redistribuir la riqueza mediante impuestos más agresivos al patrimonio y mayores gravámenes corporativos. Estas ideas, que recuerdan a los planes de Bernie Sanders o Elizabeth Warren, van más allá de la típica promesa de "hacer que los ricos paguen su parte". Si se aplicaran a gran escala, podrían obligar a fundadores y ejecutivos a desprenderse de acciones de sus propias compañías o a reestructurar sus patrimonios para cumplir con obligaciones fiscales crecientes.
La experiencia histórica indica que regímenes tributarios demasiado confiscatorios tienden a generar fugas de capital y migraciones de alto perfil, como la mudanza de Jeff Bezos a Florida tras el aumento del impuesto a las ganancias de capital en el estado de Washington.
Para la comunidad inversora, el problema no es sólo financiero, sino cultural. Silicon Valley se ha acostumbrado a que los gobiernos locales compitan por atraer talento y capital con incentivos, exenciones y trato preferencial. La idea de un alcalde que no sólo rechace ese modelo, sino que además hable de limitar el poder de las grandes fortunas, rompe el paradigma.
Mamdani plantea usar la tecnología para mejorar los servicios públicos -desde transporte gratuito hasta sistemas de atención ciudadana inspirados en el seguimiento de pedidos de Domino's-, pero siempre con un énfasis en lo social antes que en el lucro. Su visión no busca destruir la innovación, sino someterla a una lógica distinta: la de la equidad y la regulación activa.
Este enfoque obliga a replantear cómo interactúan las empresas tecnológicas con la política local. En vez de operar como actores autónomos que negocian incentivos fiscales o urbanísticos, las compañías podrían verse forzadas a justificar su presencia en términos de contribución social y no sólo de creación de empleos bien pagados.
Para un sector habituado a moverse con rapidez y autonomía, ese giro se percibe como una amenaza directa. No es casualidad que voces como la de Shaun Maguire, socio de Sequoia, hayan recurrido a ataques personales y discursos islamofóbicos contra Mamdani, lo que ha generado un boomerang reputacional contra el propio inversor y su firma. La controversia ha mostrado que Silicon Valley no habla con una sola voz: mientras algunos inversionistas piden una confrontación abierta, otros temen que el ruido político dañe la imagen de la industria y prefieren un enfoque más dialogante.
En paralelo, la campaña de Mamdani no ha dado aún detalles precisos sobre cómo aplicaría sus políticas. ¿Habría un impuesto local al patrimonio? ¿Un recargo para fundadores y ejecutivos que reciban dividendos de empresas con sede en Nueva York? ¿Una revisión de los beneficios fiscales a startups? Las respuestas son, hasta ahora, generales y poco concretas. Sin embargo, su ascenso evidencia un cambio profundo: los votantes jóvenes y urbanos no temen cuestionar el modelo que ha hecho crecer a la ciudad y a sus élites tecnológicas. En un contexto global donde la inteligencia artificial amenaza con reemplazar empleos y aumentar la concentración de riqueza, Mamdani encarna una política que busca equilibrar innovación y justicia social, aunque el mecanismo exacto esté por definirse.
Los intentos de "eliminar multimillonarios" mediante impuestos confiscatorios rara vez prosperan. Estados Unidos tendría que modificar tratados fiscales internacionales, reforzar el control del IRS y diseñar mecanismos legales para evitar fugas de capital. Experimentos similares en Europa terminaron debilitados o abolidos, como ocurrió con Suecia en 2007. Incluso si se lograra un consenso político, la aplicación práctica sería compleja y lenta. Pero el punto central de Mamdani no es necesariamente erradicar fortunas individuales, sino alterar la narrativa: pasar de un modelo donde la riqueza extrema es símbolo de éxito a otro donde la prioridad es que la prosperidad se distribuya más equitativamente.
Para Silicon Valley, el riesgo no es tanto un nuevo impuesto que pueda erosionar márgenes o patrimonios en el corto plazo, sino el surgimiento de un liderazgo urbano que cuestiona los cimientos culturales del capitalismo tecnológico.
Nueva York, que ha atraído a miles de ingenieros y emprendedores tras la pandemia, podría convertirse en un laboratorio político donde la innovación convive con exigencias sociales cada vez más fuertes. Si Mamdani gana la alcaldía, no será simplemente un nuevo alcalde progresista: será una señal de que incluso en la ciudad más asociada al capital global, las reglas pueden cambiar. Y eso es lo que verdaderamente mantiene en alerta a los multimillonarios de California.