Forbes Ecuador
IA GENERATIVA
Columnistas

2025: el año en que la IA generativa dejó de ser demo y se convirtió en infraestructura

Diego Buenaño

Share

Para América Latina -y para las universidades ecuatorianas en particular- el dilema no es adoptar o resistir la IA generativa. Es diseñarla institucionalmente: definir reglas, desarrollar capacidades críticas y establecer salvaguardas éticas operativas, no declarativas.

26 Diciembre de 2025 12.41

2025 no será recordado como el año en que la inteligencia artificial generativa sorprendió, sino como el año en que se normalizó. Y ese es, paradójicamente, su mayor logro. Cuando una tecnología deja de ser noticia y se vuelve invisible como el oxígeno o la electricidad, deja de operar en la superficie y comienza a transformar estructuras. 

La IA generativa cruzó ese umbral. Dejó de ser un experimento llamativo para convertirse en infraestructura productiva, integrada en procesos críticos, decisiones operativas y cadenas de valor completas. Ya no compite por atención; compite —y gana— por centralidad.

Informes recientes de McKinsey muestran que un porcentaje significativo de organizaciones que han adoptado IA generativa reportan impactos económicos medibles, especialmente en reducción de tiempos y automatización de tareas cognitivas. Pero el punto de inflexión no está en la eficiencia. Está en el cambio de rol que comenzó a tomar en varios contextos.

Durante los primeros años, la IA generativa funcionó como copiloto: sugería, redactaba, resumía. En 2025, esa metáfora quedó corta. El avance hacia sistemas agentes, capaces de ejecutar tareas complejas de punta a punta, modificó la promesa original.

Estos sistemas ya no esperan instrucciones paso a paso. Interpretan objetivos, coordinan herramientas y producen resultados verificables. En campos como la salud, la logística o el desarrollo de software, esto implica un salto cualitativo: la IA deja de apoyar decisiones humanas para empezar a tomar decisiones operativas acotadas.

Este desplazamiento obliga a una pregunta incómoda: si el valor ya no está en ejecutar, ¿dónde se reubica la responsabilidad humana?

Otro giro relevante fue menos visible, pero más político. El renovado interés por modelos de pesos abiertos (open-weight) reintrodujo en el debate temas que parecían marginales: auditoría, soberanía tecnológica y control institucional.

Universidades, laboratorios regionales y empresas medianas comenzaron a explorar alternativas que les permiten ajustar modelos a contextos locales, reducir dependencia de proveedores únicos y gestionar datos sensibles con mayor autonomía. Para regiones como América Latina, este movimiento no responde a una agenda ideológica, sino a una necesidad estructural: participar del ecosistema sin quedar relegadas a simples consumidoras de tecnología.

El propio World Economic Forum ha advertido que la gobernanza de la IA será uno de los principales diferenciadores entre países y organizaciones capaces de capturar valor y aquellas que solo absorberán impactos.

Si hubo un ámbito donde la IA generativa dejó de ser promesa para convertirse en balance, fue el desarrollo de software. En 2025, los sistemas generativos comenzaron a escribir, depurar y mantener código a una escala que ya no puede considerarse experimental.

Esto importa más de lo que parece. El software se ha vuelto una capa que es transversal a todas las industrias: sostiene finanzas, educación, industria, servicios públicos. Cuando su producción se acelera radicalmente, se altera toda la cadena de valor.

Para la educación superior, el mensaje es claro y perturbador a la vez: enseñar a programar ya no es suficiente. El desafío pasa por formar profesionales capaces de definir problemas, evaluar riesgos y gobernar sistemas que producen código de manera autónoma.

La maduración de la generación de video fue otro síntoma del cambio. El foco dejó de estar en clips aislados y se desplazó hacia la creación de entornos consistentes, persistentes e interactivos. Los llamados world models (sistemas que no solo generan video, sino que entienden y simulan las reglas de un entorno completo, abrieron una nueva frontera: no solo generar contenido, sino simular realidades.

Según el último informe del Stanford Institute for Human-Centered AI, el uso de herramientas de IA generativa en contextos educativos y profesionales continúa expandiéndose a gran velocidad, superando ampliamente las capacidades regulatorias y pedagógicas existentes.

A medida que lo generado se vuelve indistinguible de lo producido por humanos, la confianza emerge como problema central. En 2025, comenzaron a consolidarse mecanismos de verificación y trazabilidad de contenidos que buscan responder a esa tensión.

No se trata de frenar la generación, sino de hacer visible su origen. Cuando la autenticidad se convierte en infraestructura, la conversación cambia: de la falsificación sin rastros a la posibilidad de auditoría y responsabilidad.

Los avances de 2025 dejan una conclusión incómoda: la tecnología dejó de ser el límite. El límite ahora es nuestra capacidad institucional para gobernarla.

Para América Latina —y para las universidades ecuatorianas en particular— el dilema no es adoptar o resistir la IA generativa. Es diseñarla institucionalmente: definir reglas, desarrollar capacidades críticas y establecer salvaguardas éticas operativas, no declarativas.

La pregunta que queda abierta para 2026 no es qué puede hacer la IA. Es qué estamos dispuestos a permitir que haga, en qué condiciones y con qué responsabilidades. Quienes entiendan esta diferencia no solo se adaptarán al cambio, sino que lo dirigirán. (O)

10