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a la deriva
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Una de las grandes enseñanzas personales, ha sido la de encontrarle un sentido a la vida, el que cada uno le quiera dar. Por otro lado, ratificar la certeza de que no somos un ser desconectado de los demás y que, si no hacemos algo por nosotros y por lo que nos rodea, la factura de nuestra inmovilidad en todos los sentidos, tarde o temprano nos va a llegar

28 Diciembre de 2022 15.51

Hace muchos años recibí una consulta sobre propiedad intelectual, de quien en ese entonces, era Capitán de un barco en las Islas Galápagos. El problema jurídico estaba relacionado con los derechos de autor de un libro que había sido escrito por un tercero, pero bajo instrucciones directas del Capitán, pues él no sabía leer ni escribir. El asunto legal se solucionó de forma relativamente fácil, en tanto que se trataba de una obra literaria por encargo y evidentemente él mandante tenía los derechos. Sin embargo, lo que no imaginé fue el personaje que iba a conocer, su historia y lo que haría en el futuro.

La aventura que se contaba en el libro de la discordia era digna de una película de Hollywood. Uno de los protagonistas era aquel hombre al que había asesorado sobre su autoría. Se trata de  Miguel Andagana, conocido como Miguicho en el archipiélago. Nacido en Ambato, criado desde los 10 años en las Islas, con un recorrido por toda índole de trabajos: cocinero, pescador, marinero, capitán, escritor, fisioterapista, artista y activista contra la contaminación en el Parque Nacional.

El relato inicia en 1985, cuando Miguicho salió a pescar con cinco compañeros en el barco denominado ¨El Intrépido¨. La jornada debía tomar no más de unos pocos días, pero tras una avería del motor, esta quedó a la deriva por 77 días, para terminar navegando con velas fabricadas con la ropa de los marineros hasta ser rescatados en aguas de Costa Rica. Durante aquella travesía lograron sobrevivir comiendo básicamente lo poco que podían pescar y del agua que podían recolectar de la lluvia. Mantenerse vivos se convirtió en una tarea de titanes, pero sostener la cordura fue aún más difícil. La desesperación llevó las relaciones entre los tripulantes al extremo emocional y mental, y el deterioro de su salud fue descomunal. Probablemente si no eran rescatados en ese momento, no hubieran podido contar esta historia.

De regreso a las Islas, la afectación sicológica de Miguicho se incrementó al tener que batirse con las deudas pendientes creadas por aquel inesperado viaje y posteriormente enfrentar las consecuencias de perder su fuente de trabajo, al ser retirada su licencia de navegar. La vida le recibió con dureza y se convirtió en una más de las estadísticas de la depresión. Como  resultado de ello, cayó en el alcoholismo y en una espiral descendente hacia una profunda oscuridad. Muchos pensaron en aquel instante que no habría retorno para él, pero su camino no hacía más que empezar. 

A los 52 años, le da la vuelta a la vida y después de casi 15 años renuncia al cigarrillo y al alcohol y sobre todo abandona la posición de víctima en la que él mismo se había colocado. Aprende a leer y a escribir por sí solo y descubre habilidades que no conocía para ayudar a sanar a la gente mediante terapia física, para lo que abre su pequeño consultorio. Más tarde emprende una campaña en contra del consumo de cigarrillo en las Galápagos y comienza a recolectar las colillas de cigarrillo de la Isla Santa Cruz y de esta manera contribuir con este santuario de la naturaleza. Para sorpresa de todos, Miguicho, desarrolla una cualidad artística y transforma aquellos restos de desechos contaminantes que deja el hombre a su paso, en magnificas esculturas de animales de la zona que hoy se pueden ver por el malecón de Puerto Ayora.  

Su programa ¨Nicotina Asesina¨ busca concientizar a la gente sobre la contaminación en este sitio, caminando solo, vestido de blanco y con guantes pulcros recoge toda la basura abandonada que puede abarcar. Habla con quien le quiere escuchar bajo una carpa en el puerto. Pero no quiere hablar solo del pasado que todos quieren oír, aquella impresionante historia de los 77 días abandonados en el mar, sino de lo mucho que hay por hacer en el presente, explicando cómo se puede aportar un grano de arena para mejorar el planeta. Contando en palabras sencillas, lo que es hoy y que podría suceder en aquel hábitat si no detenemos el desequilibrio del medio ambiente. Conversar con él genera una luz de esperanza sobre el ser humano, permite percibir que todos podemos cambiar y sanar. Que todos podemos buscar nuestro ser más profundo y conectarnos con nuestro entorno.

El ejemplo de Miguel Andagana, me lleva a una profunda reflexión. ¿Que hace la diferencia en un ser humano para tener esa resiliencia de levantarse del fondo de un abismo y adquirir suficiente consciencia para llenarse de luz y proyectarla a los demás con tanta fuerza? ¿De dónde vino esa claridad mental en determinado momento y por qué a otros tanto nos cuesta tanto cambiar? Si nos miramos objetivamente, encontraremos que no todos tenemos esa fortaleza, esa capacidad para salir de donde estamos, a pesar de muchas veces, contar con todas las posibilidades. Los pretextos abundan: “no tengo apoyo para estudiar”, “no puedo hacer ningún cambio en el mundo” o “no tengo la disciplina para hacer algo que mejore mi salud”. Y me incluyó en muchas de esas quejas, pero luego  recuerdo que Miguicho aprendió a leer y escribir solo, que ha recogido cientos de miles de colillas de cigarrillo y que corrió un maratón a los 68 años, sin más  respaldo que su valentía, carácter y un poco de locura. 

Los mensajes de la vida llegan por lugares inesperados. En mi caso, el encuentro con este hombre dejó muchas lecciones que cuando me pierdo un poco trato de recordar. Tengo la alegría de seguir siendo su amigo aun después de muchos años. Mirarlo tal como es, una persona humilde, lleno de sabiduría, que ha caminado y se ha caído muchas veces, pero cada vez se ha vuelto a levantar. Me pregunto ¿Qué más va a lograr?  Una de las grandes enseñanzas personales, ha sido la de encontrarle un sentido a la vida, el que cada uno le quiera dar. Por otro lado, ratificar la certeza de que no somos un ser desconectado de los demás y que, si no hacemos algo por nosotros y por lo que nos rodea, la factura de nuestra inmovilidad en todos los sentidos, tarde o temprano nos va a llegar. (O)

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