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Que fácil criticar, que fácil disparar en las espaldas, que fácil inventar, tergiversar, endulzar con el veneno de las palabras mal intencionadas las bebidas de los presentes en detrimento de los ausentes.

08 Septiembre de 2023 13.58

Vivimos en la sociedad del cuento y enredo, en la que, fuera del alcohol, el infaltable invitado como postre preferido por muchos -en buena hora no por todos- en mesas, sobremesas y reuniones, es el chisme y la crítica, acompañados del comentario burlón, malintencionado, a veces disimulado con la palabra “ingenua” que nada dice diciéndolo todo; lo cual, dado generalmente en contra del ausente, del que no puede defenderse, y del cual los presentes abandonan a la suerte de la lengua viperina…

Que fácil criticar, que fácil disparar en las espaldas, que fácil inventar, tergiversar, endulzar con el veneno de las palabras mal intencionadas las bebidas de los presentes en detrimento de los ausentes; pero qué difícil y de valientes, levantarse y no prestarse para aquello, e incluso qué mejor que defender al afectado...

En esta perspectiva, parecería que, en la sociedad existen dos grupos de personas, los hacedores y los criticadores; los primeros enfocados en avanzar, en crear, en asumir riesgos,  sin tiempo ni disposición para fijarse en los defectos de los demás, ya sean  ciertos o tergiversados; los segundos en cambio, empantanados en su propia  inoperancia, desdicha y mediocridad, cómodamente sentados en los graderíos de la pasividad,  disparando las armas bajas y viles del comentario mal intencionado, a fin de en la cobardía de las espaldas criticar, chismosear, y  con ello lograr o pretender rebajar al tercero  -al criticado-, aunque sea con el triste espejismo, generado por  el alma empobrecida por la envidia… 

Si bien es cierto que, en la medida que maduramos sino envejecemos, la opinión de los demás cada vez importa menos; no es menos cierto que, el comentario malintencionado, es la fruta podrida que contribuye a dañar al resto, a afectar el buen nombre, la honra, la reputación…; por esos motivos, las personas de bien, deberíamos estar alertas y no dar paso a escuchar, peor aún a expresar o celebrar las palabras insidiosas. 

En este punto, es bueno que reflexionemos tomando como ejemplo a Sócrates, quien cuando alguien iba con un comentario (chisme) referente a un amigo o conocido suyo, Sócrates en su sabiduría, antes de escucharle, sometía al portador a los “tres tamices”:

1.- El de la verdad: Lo que me vienes a contar ¿es cierto?, has comprobado acaso que aquello que me quieres comentar ¿es verdad? 2.- El de la bondad: Lo que me vienes a decir de mi conocido ¿es algo bueno? 3.- El de la utilidad: ¿Es útil para mí lo que vienes a contarme? Si no es verdad, ni bueno, ni útil, te pregunto ¿para qué me lo quieres decir? concluía Sócrates; y yo modestamente añadiría, siendo así, ni me lo digas, ni vengas… (O)

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