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Debilitar la agencia docente no es innovar: es desmantelar la educación desde dentro

Diego Buenaño

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Tanto académicos como líderes empresariales deberían tomar nota: la agencia docente no es un tema gremial; es un activo estratégico. Un ecosistema que reduce la autonomía del profesorado termina produciendo talento técnico, pero intelectualmente dependiente. Un ecosistema que la fortalece genera profesionales capaces de gestionar incertidumbre, innovar y liderar.

12 Diciembre de 2025 09.21

En mis lecturas recientes sobre IA aplicada a la educación, hay una afirmación que aparece con inquietante frecuencia: la idea de que la inteligencia artificial "reducirá la variabilidad docente y estandarizará la calidad educativa". Cada vez que la encuentro, me confirma que el problema ya no es tecnológico, sino conceptual. La idea de que la inteligencia artificial puede "corregir" a los docentes revela una comprensión limitada del sistema educativo y un riesgo profundo: sustituir el juicio profesional por procesos algorítmicos que nadie audita. La tesis que defiendo aquí es directa: si debilitamos la agencia docente en nombre de la eficiencia tecnológica, no modernizamos la educación; la desmantelamos por dentro.

Los académicos conocen bien el fenómeno: cada nueva tecnología educativa viene acompañada de promesas de transformación y termina reforzando patrones previos, tal como describió Larry Cuban hace casi cuatro décadas, en su análisis histórico de la tecnología educativa. Sin embargo, con la llegada de la IA generativa, el ciclo se ha acelerado y distorsionado. Las preocupaciones que antes aparecían en la fase de decepción ahora emergen en pleno entusiasmo inicial. Y no son menores: La autoridad del docente y su capacidad para conducir el aprendizaje están siendo desafiadas por herramientas que ofrecen respuestas inmediatas y que, al hacerlo, reconfiguran la dinámica de la clase. 

Las investigaciones recientes lo confirman. Un estudio de 2025 en escuelas secundarias de Azerbaiyán observó que los estudiantes interrumpen las explicaciones del profesor con variaciones de una misma frase: "ChatGPT dice otra cosa". No se trata de insubordinación juvenil, sino de un desplazamiento de confianza. En palabras de un docente del estudio: "Siento que debo justificar mi conocimiento frente a una máquina que no tiene contexto". Paradójicamente, en aulas donde se buscaba mayor autonomía estudiantil, la IA terminó erosionando la autonomía docente. 

Los líderes empresariales reconocerán el patrón: Si le quitas poder de decisión a quienes sostienen el trabajo diario, todo el sistema se vuelve menos inteligente, menos adaptativo y más fácil de quebrar. En gestión organizacional esto se conoce bien; en educación, aún no tanto. La agencia docente —ese conjunto de capacidades para actuar, influir, decidir y adoptar una postura profesional— es la columna vertebral del aprendizaje profundo. Si la IA planifica, secuencia, retroalimenta y evalúa sin control humano explícito, el profesor no es ampliado: es relegado.

Pero vale la pena analizar por qué esto importa también para la economía del talento. Los países que hoy lideran la innovación no lo hacen porque hayan automatizado la enseñanza, sino porque han cultivado generaciones capaces de formular preguntas complejas, analizar ambigüedades y ejercer juicio crítico. Estas son habilidades que emergen de la mediación humana, no de la instrucción algorítmica. La creatividad no se terceriza; se forma en el encuentro entre estudiantes y docentes que interpretan, cuestionan y reconstruyen significado. Esto lo entendieron desde temprano los sistemas que hoy encabezan el ranking de preparación para el futuro del WEF: la calidad docente sigue siendo el predictor más fuerte de movilidad social y competitividad nacional.

He visto este dilema en contextos concretos. Hace unas semanas pude conocer de cerca la experiencia de una red de colegios que incorporó IA en todos sus procesos, la directora académica comentó algo que me resonó con fuerza: "La IA nos hace eficientes, pero si no la gobernamos desde la pedagogía, la institución empieza a operar según lógicas que no son educativas". Tenía razón. Cuando la tecnología impone silenciosamente un modelo pedagógico —muchas veces diseñado desde Silicon Valley y no desde las aulas latinoamericanas— lo que se erosiona no es solo la autonomía profesional, sino la identidad misma de las instituciones educativas.

La alternativa no es rechazar la IA, sino redefinir la relación. Los marcos de inteligencia híbrida ofrecen una vía sensata: sistemas de IA que colaboran con el docente, pero donde las decisiones críticas permanecen en manos humanas. Esto requiere formación profunda, políticas institucionales claras y un principio rector sencillo: la IA puede ser un asistente extraordinariamente competente, pero no puede —ni debe— ser quien defina qué significa aprender.

Tanto académicos como líderes empresariales deberían tomar nota: la agencia docente no es un tema gremial; es un activo estratégico. Un ecosistema que reduce la autonomía del profesorado termina produciendo talento técnico, pero intelectualmente dependiente. Un ecosistema que la fortalece genera profesionales capaces de gestionar incertidumbre, innovar y liderar.

La era de la IA no exige menos agencia docente, sino más. Si la educación renuncia al criterio profesional en favor de la automatización, lo que perderemos no es eficiencia, sino la capacidad de construir futuro. No es un riesgo teórico; es una decisión que ya se está tomando. Y todavía estamos a tiempo de corregirla. (O)

 

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