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El desarrollo no es solo crecimiento económico, pues incluye también el progreso social. Desarrollarse es avanzar, pero esto no significa nada si no tenemos claro hacia dónde dirigir al país. Sin un proyecto nacional somos fáciles víctimas de la falacia cuantitativa.

03 Abril de 2024 13.07

Los problemas económicos son actualmente objeto de una enorme difusión, con una terminología cuasi técnica que se expande cada vez con mayor brío. Por consecuencia, el público intelectual está aceptando razonamientos que les separa de la realidad, aunque con una ilusión de sabiduría profunda. Por ello es necesario analizar el lenguaje, los conceptos con los cuales los tecnócratas nos explican los problemas que conocemos, vivimos y queremos resolver, tendiendo cortinas de humo sobre ello.

La terminología menos difícil de acceso para la mente, pero más peligrosa por su popularidad, es la que ha servido para el estudio de problemas económicos que se definen por palabras fáciles de aprender y que permiten manejar cifras, estadísticas, hacer comparaciones numéricas con el pasado y con otros países: el desarrollo, el subdesarrollo, las tasas de crecimiento, el ingreso o producto interno bruto, las exportaciones competitivas, el déficit fiscal y otras. Con ello se da la sensación de seriedad por la incorporación de la ciencia, las fórmulas matemáticas, los  modelos, que hacen difícil no creer que allí está la verdad desnuda, objetiva, imparcial, ideológicamente neutra.

No se trata de menospreciar ni eliminar la cuantificación sino de no usarla a un nivel en que pueda significar cualquier cosa, pues se debe aplicar a conceptos cuyo contenido cualitativo ha sido previamente bien definido. Así, por sobre los indicadores cuantitativos es necesario aclarar primero la estructura cualitativa del país, en particular de su economía. El énfasis en la cantidad, el uso de estos números sin aclarar su contenido, constituye una trampa ideológica que pretende que la planificación de un Proyecto Nacional es un conjunto de tasas de crecimiento. 

El origen ideológico de las falacias cuantitativas es la forma de producción basada en la ganancia. Así, para medir el grado de desarrollo de un país se utiliza el indicador del ingreso anual por habitante o producto interno bruto, que es la suma de todo lo que se produce y se consume en el país, incluido el contenido superfluo de la producción, y su consumo suntuario. Estos promedios pueden esconder graves problemas sociales porque no incorporan el concepto de la distribución del ingreso.

Las falacias cuantitativas mediante las cuales se trata de llevar a los países a cumplir el mismo proceso de crecimiento que siguieron los más adelantados, se resumen  en el calificativo de “subdesarrollados” con el que se nos identifica. Por tanto, el único proyecto nacional que nos correspondería es el desarrollarnos a su imagen y semejanza. Con ello se introduce todo un esquema ideológico según el cual los países se pueden ordenar linealmente por su grado de desarrollo, desde avanzados hasta subdesarrollados. Sería una sucesión de etapas –tal como lo propuso el economista W.W. Rostow, en “Las etapas del crecimiento”- para pasar de la categoría más baja a la más alta. El objetivo fundamental deberá ser  acelerar ese proceso, de todos modos inevitable. 

La idea misma del desarrollo lineal es falaz, aún si fuera viable. La trampa está en la linealidad, la vía única, y se construye mediante la típica falacia cuantitativa de medir el desarrollo por un número –el ingreso per cápita acompañado a menudo por el índice de industrialización- y deducir que debemos imitar a los países que tienen más alto ese indicador, que debemos consumir siguiendo el modelo de consumo –de consumismo- de los países de mayores ingresos.

El Desarrollo es, en sí, un término relativo con relación a los objetivos y metas que el país se propone alcanzar, a su propio proyecto nacional. El desarrollo no es solo crecimiento económico, pues incluye también el progreso social. Desarrollarse es avanzar, pero esto no significa nada si no tenemos claro hacia dónde dirigir al país. Sin un proyecto nacional somos fáciles víctimas de la falacia cuantitativa. (O)

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