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El desafío demanda tomar debida conciencia de la presencia del mal, y no escatimar esfuerzo alguno en la lucha contra el fenómeno. En orden al propósito de vencerlo, relevantes papeles juegan la educación, la correcta aplicación y cumplimiento de la ley, la escrupulosa administración de justicia y la implantación de efectivas políticas de justicia social.

24 Febrero de 2023 16.29

No creemos quepa duda alguna de que si algo caracteriza a ciertos pueblos que conforman el mundo actual es su sostenido proceso de “degradación social”. Entendida ésta como el resultado de la mengua en valores y consiguiente menosprecio de la moral. Sus miembros, y en particular quienes tienen a cargo el cuidado de la sociedad, han relegado a un segundo plano tanto responsabilidades éticas consigo mismos, como aquellos deberes que los obligan frente a la humanidad. Olvidaron que la tradición filosófica en que se sustentó el desarrollo del mundo occidental impuso a la razón como directriz del quehacer humano.

Han dado paso al engaño, a la mentira, a la manipulación, a los protervos intereses materiales, a la desidia del bien común, a la indolencia del padecimiento ajeno. Por igual a la mezquindad, a lo obsceno y libidinoso, a lo sórdido, a lo nauseabundo en conductas, al cinismo, a la corrupción de todo orden. En definitiva, al desafuero y atropello que desdicen de la decencia y la dignidad. 

Estos vicios son factores de descomposición y deducida podredumbre colectiva que distorsionan la verdad. Por ende dan origen a una sociedad colmada de trapaceros, de viles, de timadores, de pícaros… de marrulleros que como buenos tales hacen el mejor uso que pueden de la trampa y la mala fe. Para estos, el dilema ya no es entre actuar bien o mal, sino cuál sería la mejor manera de obtener el mayor provecho propio por cualquier medio… interesando nada el daño que sus “hábitos” causen.  

La corrupción económica es una notable expresión de la degradación social y reprochable en el más amplio sentido de la palabra. Sin embargo, por cierto, las otras ostentaciones de inmoralidad son igual de perniciosas y, eventualmente, más relevantes en el contexto de la putrefacción de las naciones. Los vicios referidos son, en su conjunto, determinantes para cualificar la eticidad de una sociedad.

Las sociedades degradadas son también disfuncionales. De hecho, la disfuncionalidad del sistema social es otra consecuencia del coloso que nos ocupa. Las distintas manifestaciones ignominiosas de los actores nacionales resquebrajan la debida evolución de las sociedades. Así entran éstas en un “retro-progreso”, una real involución social que perturba a la integridad comunitaria.

La desintegración social trae consigo el aparecimiento de parcelas humanas antagónicas que entran en conflicto y coadyuvan al acontecimiento. Cuando sus habitantes se “acostumbran” a la deshonestidad y asumen como normales los procederes anormales de terceros, la destrucción social está garantizada.  

Los degradados en valores se autoconvencen de que sus actos están justificados, y por tanto edifican un engranaje completo de artimañas con visos, para ellos, de validez. En general, los corruptos de cualquier naturaleza son hábiles en tergiversar la autenticidad. Lo hacen con tal crudeza que a sus contrarios no siempre les es fácil desenmascararlos. Si sus mensajes van dirigidos a sectores sociales que han sido víctimas de injusticia, de segregación, de discriminación, de exclusión y aislamiento en el acceso a bienestar, difícilmente podrán identificar la malignidad de los amaños. Se da, entonces, una aprobación tácita – que también expresa – de los descompuestos.

El caso adquiere carices de dramatismo cuando los paladines de compostura moral contradicen ésta con sus acciones. Es la situación de las personas que viven convencidas de que no es peste el adecuar la ley a conveniencia, e interpretar las normas jurídicas abstrayéndolas de las circunstancias reguladas. Que tampoco es pestilencia el egoísmo, la avaricia y la insensibilidad ante los necesitados de protección y solidaridad. Asimismo, vegetan persuadidas de que lo malo es recibir sobornos pero no darlos; de que es legítimo atentar contra los derechos del prójimo a una subsistencia digna, cuando los escenarios del opresor lo apoyan. En suma, también son actores de degradación social los hombres cuyos discursos son líricos o inspirados en ventajas por las cuales optan.

El reto para enfrentar por las sociedades que evidencian trancos de degradación social y, claro está, más por aquellas que han incursionado ya en ella, es de enormes proporciones. El desafío demanda de tomar debida conciencia de la presencia del mal, y no escatimar esfuerzo alguno en la lucha contra el fenómeno. En orden al propósito de vencerlo, relevantes papeles juegan la educación, la correcta aplicación y cumplimiento de la ley, la escrupulosa administración de justicia y la implantación de efectivas políticas de justicia social. (O)

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