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Columnistas
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Hay un patrón imposible de ignorar, una parte importante de quienes nacieron entre los años 80 y los 2000 enfrenta las decisiones clave de la adultez (formar una familia, comprar una casa, proyectar el futuro) con una sola constante, la precariedad.

7 Septiembre de 2025 22.49

Les dijeron que estudiar los salvaría. Que si sacaban buenas notas, algún día tendrían casa propia, hijos en buenas escuelas y vacaciones en la playa. Hoy, los profesionales con título universitario, diplomados y trabajos por horas, apenas logran cubrir el arriendo sin atrasarse en la tarjeta. Comprar una casa o tener hijos se volvió tan utópico como jubilarse antes de los 70.

Según un informe de la OCDE (2024), el precio de las viviendas subió en promedio un 34  % más rápido que los ingresos reales en los últimos veinte años. En América Latina, la CEPAL muestra que entre 2010 y 2024 el valor promedio de la vivienda creció un 70 %, mientras los ingresos solo aumentaron un 23 %. En Quito o Guayaquil, el salario promedio mensual alcanza para comprar menos de un metro cuadrado. 

Mientras el mundo pregunta: "¿Y para cuándo la casa?", como si no quisieran, se olvidan de que los que vinieron antes compraron la suya cuando el metro cuadrado costaba menos que una pizza familiar. Hoy, incluso con un trabajo fijo (que ya es un privilegio), el crédito hipotecario se convierte en una misión imposible.

Tener hijos, además, se volvió una decisión financiera de alto riesgo. Según UNICEF y datos del Banco Mundial, criar un hijo hasta los 18 años puede costar entre US$ 150.000 y US$ 300.000, dependiendo del país. Y eso sin contar universidad, terapia o el celular que "todos en la clase ya tienen". No es que sea una generación que no quiere tener hijos, es una que no quiere verlos crecer en medio de la ansiedad, las cuentas impagas y la falta de oportunidades.

Una encuesta de Pew Research (2023) reveló que el 44 % de los millennials en Estados Unidos no planea tener hijos por razones económicas. En Japón, incluso ofreciendo bonos en efectivo por cada bebé, la tasa de natalidad sigue en caída. En Corea del Sur, ya es la más baja del planeta. En América Latina, 13 de los 20 países están por debajo del nivel de reemplazo. No porque nadie quiera formar familia, sino porque pocos pueden sostenerla.

Y mientras todo eso pasa, acceder a un crédito sigue siendo privilegio de unos pocos. Según el BID, solo el 11 % de los menores de 35 años en la región logra acceder a uno. En cambio, el 68 % tiene deudas de consumo, casi siempre con intereses que harían sonrojar a un chulquero. Viviendo del débito automático y comprando un futuro a plazos. 

Actualmente, las cosas cuestan más, mientras el trabajo vale menos. La OIT indica que el 43 % de los jóvenes en la región trabaja en la informalidad. Y quienes tienen empleo formal, muchas veces están con contratos a plazo fijo, mal pagados o tercerizados.

¿Dónde viven los jóvenes? En casa de sus padres. Más del 50 % de los menores de 34 años en América Latina aún vive con su familia por necesidad, debido a que no pueden pagar un alquiler decente sin renunciar a comer.

La idea de que "el que quiere, puede" se cae sola frente a las cifras. Según Credit Suisse, los millennials tienen un 20 % menos de patrimonio neto que los boomers a su misma edad. La riqueza se sigue concentrando en los mayores de 55, mientras los menores de 35 acumulan ansiedad, deuda, estrés laboral y una planta en la ventana para sentir que algo crece.

El discurso del sacrificio individual suena hueco cuando el sistema entero está amañado. Les dicen que deben esforzarse más, pero no les dan el suelo sobre el cual construir. El problema no es querer, sino poder. Tal vez las nuevas generaciones nunca soñaron con ser nómadas digitales. Quizás solo aprendieron a moverse porque la vida no les dejó echar raíces. (O)

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