En los amaneceres serenos de Salinas y en ciertas calas tranquilas entre Machalilla y Manta, empieza a repetirse una escena que hace pocos años parecía improbable: embarcaciones nuevas, líneas deportivas y motores silenciosos recorren las rutas costeras ecuatorianas.
La llegada de estos yates de lujo marca un cambio y muestra a un pequeño grupo de ecuatorianos que convierte el mar en una extensión de su vida privada.
Una tarde de verano, el plan ya no es solo ir a la playa. Es navegar una hora, fondear en una bahía aislada, abrir la terraza retráctil de popa y transformar el mar en sala, piscina y terraza flotante. Aunque la escena parece sacada de Miami o el Mediterráneo, empieza a volverse familiar en ciertas costas ecuatorianas.
Hasta hace pocos años, la mayoría de embarcaciones que ingresaban a Ecuador llegaban de segunda mano, señala Santiago Lladó Holguín, fundador de Luxury Marine. Sin embargo, desde 2019 la empresa decidió introducir yates nuevos al mercado local y se sumó a un segmento que, aunque no es nuevo en el país, comenzó a ganar mayor dinamismo en los últimos años.
"Ecuador estaba acostumbrado a embarcaciones usadas. Vimos una oportunidad para traer barcos nuevos y acompañar al cliente en todo el proceso".
En 2024, la compañía reportó ingresos de US$ 1,8 millones, según la Superintendencia de Compañías. Cuenta con nueve colaboradores. En cinco años, ha importado 36 embarcaciones, un promedio de seis al año. Esta firma representa marcas de Brasil, España, Italia y Estados Unidos como Schaefer Yachts, Ranieri International, Lilybaeum Yachts y Tesoro Yachts.
La experiencia a bordo se extiende a disfrutar del agua de manera diferente con los accesorios marítimos y sea toys eléctricos que también importan. Entre ellos están las tablas eléctricas que funcionan sin combustión, los flitscooters y las plataformas de Nautibuoy, que amplían la cubierta en la popa para crear espacios adicionales de juego y actividades sobre el agua. También se incluyen, kayaks tradicionales y de cristal, y paddleboards.
En conjunto, estos elementos permiten que la navegación se convierta en una experiencia más completa y placentera. Los precios van desde los US$ 5.400 a US$ 12.990.

No se trata de un boom masivo, dice Lladó. Para él es una consolidación de una categoría de consumo premium y —sobre todo— aspiracional, "en un país donde la élite costera ha mirado históricamente al mar como espacio laboral (pesca, transporte, industria) más que como refugio de ocio".
La entrada de Lladó al mundo náutico no fue fortuita. Proviene de una familia con más de tres décadas en la industria metalmecánica vinculada a servicios navales en Guayaquil. Ahí aprendió procesos, logística portuaria y la disciplina —según cuenta— necesaria para un sector técnico y exigente.
"Siempre estuvimos cerca del mar. Para nosotros no era extraño pensar en barcos, pero sí era un reto introducir el concepto de barcos nuevos en Ecuador". Su padre Santiago Lladó Ferrer, fue incluso, comodoro del Guayaquil Yacht Club.
La empresa estudió países con trayectoria náutica: Brasil, Europa y Estados Unidos, analizó modelos, procesos logísticos y estándares de servicio. El objetivo: que el comprador local tuviera un acompañamiento completo —selección, importación, capacitación y mantenimiento— para evitar que la experiencia termine en la compra.
"No es un lujo impulsivo. Es algo planificado, pensado y debe ser simple para el cliente", dice.
Los yates que llegan al país son, principalmente, embarcaciones de recreación familiar y deportivas:
Tipo de embarcación Uso Rango de precio aproximado 30 pies Paseo costero diario, 8-10 pasajeros, baño y camarote básico US$ 300.000 - US$ 350.000 36-40 pies Navegación familiar y pesca deportiva ligera, 2 camarotes US$ 500.000 - US$ 800.000 +50 pies Vida a bordo por días, 3 camarotes, sistemas eléctricos integrados Desde US$ 1 millón
El primer modelo traído fue un Schaefer 303, compacto y cerrado, por US$ 350.000. Según Lladó, "Ecuador no había recibido barcos nuevos en los últimos diez años".
El CEO explica que el costo de mantener un yate depende del tamaño y de las exigencias de operación. Para una embarcación de 30 pies, el gasto anual se sitúa entre US$ 13.000 y US$ 15.000, e incluye marinero, tarifas de amarre y mantenimiento general. El mismo contempla tareas periódicas como el cambio de aceite cada 200 horas de uso y la sustitución de la hélice del generador cada 150 horas, entre otros cuidados. A medida que aumenta el tamaño del barco, los costos se incrementan.
Quién compra y dónde navegan
Los compradores son, mayoritariamente, empresarios y ejecutivos de distintas regiones del país, no solo de la Costa. Las rutas más habituales se concentran entre Salinas y Machalilla, con salidas ocasionales hacia Manta y travesías a Punta Sal, Perú, por su infraestructura náutica.
El uso suele ser recreativo y familiar, con temporadas más activas entre enero-abril y junio-octubre.
Un mercado en formación
La empresa ya mira su siguiente horizonte y busca ingresar al negocio del renting de barcos. Sin embargo, ese paso requiere condiciones más maduras, explica Lladó. Reglas claras, oferta de servicios portuarios robusta y una cultura náutica consolidada.
Hoy, el sector privado todavía navega en fase de construcción, dice. Este empresario asegura que existe infraestructura limitada, pocas marinas públicas y costos logísticos elevados siguen siendo barreras. Según Lladó, fortalecer el ecosistema marítimo implica invertir en capacitación para navegantes, mejorar la normativa y ampliar la red de servicios costeros. Solo entonces, dice, el mercado podrá sostener de forma natural modelos como el alquiler, compras corporativas y experiencias náuticas de mayor escala. (I)
